miércoles, 26 de junio de 2024

El hombre y sus referentes

Que el hombre está naturalmente referido a los demás significa que necesita a los otros, que nadie se basta a sí mismo.

Y, ya puestos, cuenta mucho qué tipo de relaciones, referentes y modelos guíen nuestro pensamiento y nuestra conducta.

Algo de esto le entiendo a Houellebecq:

«Sin referencias concretas el hombre se dispersa y no da de sí»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I, 118.

lunes, 24 de junio de 2024

Saber y vivir

En los individuos y en las civilizaciones, en las personas e instituciones, hay algo que les hace ser y vivir, ser en plenitud y vivir con sentido. Los antiguos le llamaron alma, por nombres no va a quedar.

Por eso, cuando se debilita el principio vital (es decir, cuando uno se des-anima o se queda sin alma), entonces empieza a oler a cadáver.

Algo de esto dice Houellebecq que le pasa a la gente de nuestro tiempo:

«Una cosa era segura: nadie sabía ya cómo vivir. Bueno, estaba exagerando: algunos parecían movilizados, como si los arrastrara una causa»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I, 118.

viernes, 21 de junio de 2024

Sexo, individuo y engaño

La capacidad de engañarnos y de dejarnos engañar es sorprendente.

Por eso, a veces conseguimos exactamente lo contrario de lo que pretendemos.

O algo de eso le entiendo a Houellebecq:

«Es chocante comprobar que a veces se ha presentado la liberación sexual como si fuera un sueño comunitario, cuando en realidad se trataba de un nuevo escalón en la progresiva escalada histórica del individualismo»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I, 114

miércoles, 19 de junio de 2024

Acercarse o alejarse

No es lo mismo lo que se hace y cómo se hace o, como diría Aristóteles, la materia y la forma.

Comunicarse no siempre es sinónimo de acercamiento. O algo de esto le entiendo a Houellebecq:

«la palabra, que crea una relación, también puede separar»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I , 111

martes, 18 de junio de 2024

La insensatez de creer en sí mismo

 

A propósito de

 

 

Ortodoxia 2:



La insensatez de creer en sí mismo

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Lo que todos queremos, radicalmente, es una vida plena, feliz. Por otra parte, el mundo, nuestro mundo, es maravilloso. Es un paraíso que contiene lo que necesitamos para ser felices.

Esto es, en síntesis, lo que Chesterton dejó establecido en el primer capítulo de Ortodoxia (In Defence of Everything Else; En defensa de todo lo demás) sobre el que escribimos en el número anterior de Letras de Parnaso.

Tomamos impulso en esa tesis para sorprendernos con el título del segundo capítulo: The Maniac que, si bien admite diversas traducciones al español (maniático, demente, loco, lunático), al final hablamos de gente cuyo lugar es el manicomio.

miércoles, 12 de junio de 2024

Juventud: grandeza y carencia

La vida se experimenta y se expresa de modos diversos en distintos momentos: infancia, juventud, madurez.

Nuestro mundo, tan poco intelectual, tan sentimental y, por tanto, tan dado a los planteamientos rotundos y categóricos, considera que la vida es sólo juventud, sólo pasión y gozo.

Y algo de eso hay en la vida de los hombres y los pueblos. Pero no sólo.

Algo de esto le entiendo a Houellebecq:

«En un mundo que sólo respeta a la juventud, los seres son devorados poco a poco»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I, 110.

martes, 11 de junio de 2024

El suicidio de Occidente



 

El suicidio de Occidente

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Hace tiempo que se detecta una debilidad en nuestra cultura. Nuestro mundo es Occidente, un modo de entender y sentir el mundo que ha sido fruto de una larga tradición o, por decirlo con otros términos: Occidente hunde sus raíces muy profundamente, en Grecia, Roma y el cristianismo.

Toda cultura, también la nuestra, es fundamentalmente un legado, tradición, raíces que transmiten sabia para los nuevos brotes. Y las siguientes generaciones han de apropiarse de la herencia para seguir construyendo.

Fue Ortega quien señaló que el hombre moderno, el que está en crisis, se comporta como un niño mimado: piensa que todo le es debido, que lo tendrá siempre; no entiende que el primer deber es reconocer el valor de lo que recibe, ser agradecido e intentar subirse a hombros de los gigantes que son sus antepasados.

Michel Houellebecq (1956) cuenta en su haber con diversas obras notables en las que disecciona con precisión quirúrgica el desmoronamiento que se está produciendo ante nuestras narices. La novela Sumisión (2015) es, desde esa perspectiva, otra obra maestra. Una más en la serie de Houellebecq (recuérdese, por ejemplo, Ampliación del campo de batalla, 1994 y Las partículas elementales, 1998) y, a mi juicio, a la altura y complementaria a la célebre 1984, de Orwell.

viernes, 7 de junio de 2024

Los tiempos y las personas

Hay épocas bárbaras. Tiempos en que la relación básica con los otros está orientada al dominio, la explotación y el disfrute personal. Y nada más.

Pero las personas tenemos algo que nos permite afirmar nuestra libertad, dignidad, grandeza… por encima de nuestro tiempo.

Algo de esto le entiendo a Houellebecq:

«Con más de sesenta años, recién jubilada, accedió a ocuparse otra vez de un niño, el hijo de su hijo. A él tampoco le había faltado de nada, ni ropa, ni buenas comidas los domingos, ni amor. Ella le había dado todo eso. Un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I, 15

martes, 4 de junio de 2024

Sobre la muerte

Hay un hecho tan innegable como universal: la muerte. Moriremos.

Y otro hecho, distinto pero muy relacionado: que el hecho de la muerte se aleje del “debate” público o, incluso, del ámbito de la conciencia.

Quizá merezca la pena pararse a pensar, admirarse ante lo paradójico (o lo aporético, que diría Aristóteles).

Algo de esto le entiendo a Houellebecq:

«Para el occidental contemporáneo, incluso cuando se encuentra bien, la idea de la muerte constituye una especie de ruido de fondo que invade el cerebro cuando se desdibujan los proyectos y los deseos. Con la edad, la presencia del ruido aumenta; puede compararse a un zumbido sordo, a veces acompañado de un chirrido. En otras épocas el ruido de fondo lo constituía la espera del reino del Señor; hoy lo constituye la espera de la muerte. Así son las cosas»,

Houellebecq, Las partículas elementales, I, 14.