Hay un hecho tan innegable como universal: la muerte. Moriremos.
Y otro
hecho, distinto pero muy relacionado: que el hecho de la muerte se aleje del “debate” público o, incluso, del ámbito de la conciencia.
Quizá merezca
la pena pararse a pensar, admirarse ante lo paradójico (o lo aporético, que
diría Aristóteles).
Algo de
esto le entiendo a Houellebecq:
«Para
el occidental contemporáneo, incluso cuando se encuentra bien, la idea de la
muerte constituye una especie de ruido de
fondo que invade el cerebro cuando se desdibujan los proyectos y los
deseos. Con la edad, la presencia del ruido aumenta; puede compararse a un
zumbido sordo, a veces acompañado de un chirrido. En otras épocas el ruido de
fondo lo constituía la espera del reino del Señor; hoy lo constituye la espera
de la muerte. Así son las cosas»,
Houellebecq,
Las partículas elementales, I, 14.
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