martes, 11 de junio de 2024

El suicidio de Occidente



 

El suicidio de Occidente

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Hace tiempo que se detecta una debilidad en nuestra cultura. Nuestro mundo es Occidente, un modo de entender y sentir el mundo que ha sido fruto de una larga tradición o, por decirlo con otros términos: Occidente hunde sus raíces muy profundamente, en Grecia, Roma y el cristianismo.

Toda cultura, también la nuestra, es fundamentalmente un legado, tradición, raíces que transmiten sabia para los nuevos brotes. Y las siguientes generaciones han de apropiarse de la herencia para seguir construyendo.

Fue Ortega quien señaló que el hombre moderno, el que está en crisis, se comporta como un niño mimado: piensa que todo le es debido, que lo tendrá siempre; no entiende que el primer deber es reconocer el valor de lo que recibe, ser agradecido e intentar subirse a hombros de los gigantes que son sus antepasados.

Michel Houellebecq (1956) cuenta en su haber con diversas obras notables en las que disecciona con precisión quirúrgica el desmoronamiento que se está produciendo ante nuestras narices. La novela Sumisión (2015) es, desde esa perspectiva, otra obra maestra. Una más en la serie de Houellebecq (recuérdese, por ejemplo, Ampliación del campo de batalla, 1994 y Las partículas elementales, 1998) y, a mi juicio, a la altura y complementaria a la célebre 1984, de Orwell.

No revelo a los lectores nada de la novela si indico que el asunto es el modo en que, desde dentro del sistema democrático, el islam se va imponiendo en la política y la totalidad de la cultura francesa. Del mismo modo que no revelo nada si digo que 1984 narra el modo en que el totalitarismo se impone en la totalidad de la sociedad.

Hablamos de Occidente. El protagonista es François, un profesor de La Sorbona que sirve de hilo conductor, exponente del modo de vida típicamente occidental y narrador de la historia. Uno de sus ligues, Myriam, es judía. Cuando el partido islámico va cogiendo fuerza, la familia de Myriam decide abandonar Francia e irse a Israel. François toma conciencia de que para él, es decir, para nosotros, no hay ningún Israel al que ir. Esta es nuestra casa, para bien o para mal.

Houellebecq pone ante el lector el plano del juego político y el ámbito de las vidas individuales de la gente.

Por una parte, «hace tanto tiempo que el juego político se basa en la oposición entre derecha e izquierda que nos parece imposible salir de eso. Sin embargo, en el fondo, no hay ninguna diferencia real». Aparte de que los votos fluctúen en función de circunstancias variables y la constante manipulación de la prensa, en el fondo ocurre que han descuidado algo esencial. Y ahí radica la fuerza del partido musulmán: «el verdadero golpe genial del líder musulmán había sido comprender que las elecciones no se jugarían en el terreno de la economía sino en el de los valores».

Desde esa perspectiva, Houellebecq señala un dato, un hecho para reflexionar: «La Revolución francesa, la República, la patria…, sí, eso pudo dar lugar a algo; algo que ha durado un poco más de un siglo. La cristiandad medieval, en cambio, duró más de un milenio»; si bien la modernidad se presenta como la luz frente a las tinieblas medievales, la grandiosa concepción que la modernidad tiene sobre sí misma aparece como un cuerpo sin alma («sin la cristiandad, las naciones europeas no eran más que cuerpos sin alma, unos zombis»), un árbol sin sabia porque hace tiempo que perdió el contacto con sus raíces (el desarraigo es, señala Simone Weil, el rasgo fundamental del hombre actual) o, por acabar el análisis: «Esa Europa que era la cumbre de la civilización humana se ha suicidado».

El occidental moderno concibe su vida como articulada sobre la individualidad e independencia: “individualidad poderosa” o übermensch, lo llama Nietzsche. Muy rápidamente ocurre que esa independencia nos vuelve seres solitarios (la madre de François muere sola y ha de ser enterrada en una fosa común a cargo del municipio).

El individuo es una construcción mental, no es real. Sobre esa mentira se hacen fuertes dos enemigos aparentemente antitéticos: el socialismo y el islam. En 1984, tras ser torturado por el Estado, Smith pregunta si el Gran Hermano existe como individuo, en el mismo sentido que él existe, la respuesta: «Tú no existes», el individuo no existe.

El planteamiento es similar en Sumisión, donde el líder del partido musulmán explica: «el individualismo liberal podía llegar a triunfar si se contentaba disolviendo las estructuras intermedias que eran las patrias, las corporaciones y las castas, pero si atacaba a esa estructura última que era la familia, y por lo tanto a la demografía, firmaría su fracaso final; entonces llegaría, lógicamente, el tiempo del islam».

El totalitarismo socialista sustituye la mentira del individuo por la mentira del Estado. El islam rechaza ambas mentiras y fortalece estructuras que son verdad y verdad íntima: la familia, en primer término. De modo que un imperio islámico similar a lo que fue el imperio romano tomaría su fuerza precisamente de que el islam repara alguna de las heridas que vive el hombre contemporáneo.

Un análisis detenido podría mostrar mejores modos de reparar esas heridas pero Houellebecq señala en qué radica la fuerza y la sensatez de esta posibilidad que cada día es más probable. Se trata de asumir algo esencial para el ser humano: nuestra grandeza no está en la independencia sino en la pertenencia, no en el individuo sino en la comunidad que lo acoge y vivifica; el hombre es un nudo de relaciones y el éxito de la vida se juega sobre la calidad de nuestras relaciones (familia, patria, Dios).

En la novela, tras dejar atrás la vida occidental («una vida sin alegría»), tras convertirse al islam, el personaje hace balance y concluye que «no extrañaría nada».





Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), junio 2024, nº 86, pp. 124-125


Enlace Revista (formato PDF para imprimir)

http://www.los4murosdejpellicer.com/EdicionesyPortadasPD/Edicion%2086%C2%A9.pdf

 

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https://www.calameo.com/read/000552592369aa386e196  

 

2 comentarios:

  1. En esta misma línea, el profesor de filosofía François-Xavier Bellamy, insiste en la necesidad de transmitir la herencia cultural recibida en Occidente, desde el punto de partida del rechazo oficial de la enseñanza en colegios e institutos a esta herencia. El título de su obra "Los desheredados. Por qué es urgente transmitir la cultura" (Encuentro, 2018), es suficientemente significativo: «Es como si una generación que se ha prohibido transmitir no fuese capaz de comprender que, rechazando tener herederos, privando a sus niños de la cultura que había recibido, corre el riesgo de desheredarlos de ellos mismos, de desheredarlos de su propia humanidad»

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  2. Totalmente de acuerdo con Bellamy.
    Gracias por leer y comentar

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