En los individuos y en las civilizaciones, en las personas e instituciones, hay algo que les hace ser y vivir, ser en plenitud y vivir con sentido. Los antiguos le llamaron alma, por nombres no va a quedar.
Por eso, cuando se
debilita el principio vital (es decir, cuando uno se des-anima o se queda sin
alma), entonces empieza a oler a cadáver.
Algo de esto dice
Houellebecq que le pasa a la gente de nuestro tiempo:
«Una cosa era
segura: nadie sabía ya cómo vivir. Bueno, estaba exagerando: algunos parecían
movilizados, como si los arrastrara una causa»,
Houellebecq,
Las partículas elementales, I, 118.
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