martes, 18 de junio de 2024

La insensatez de creer en sí mismo

 

A propósito de

 

 

Ortodoxia 2:



La insensatez de creer en sí mismo

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Lo que todos queremos, radicalmente, es una vida plena, feliz. Por otra parte, el mundo, nuestro mundo, es maravilloso. Es un paraíso que contiene lo que necesitamos para ser felices.

Esto es, en síntesis, lo que Chesterton dejó establecido en el primer capítulo de Ortodoxia (In Defence of Everything Else; En defensa de todo lo demás) sobre el que escribimos en el número anterior de Letras de Parnaso.

Tomamos impulso en esa tesis para sorprendernos con el título del segundo capítulo: The Maniac que, si bien admite diversas traducciones al español (maniático, demente, loco, lunático), al final hablamos de gente cuyo lugar es el manicomio.

Empieza así: «Los hombres plenamente de mundo nunca entienden ni siquiera el mundo». El mundo es maravilloso, hogar y paraíso, pero quien es mundano carece de la capacidad de experimentar eso, es decir, no capta la verdad sobre la realidad del mundo ni sobre sí mismo.

A esa verdad se enfrentan diversas opiniones que o bien devalúan el mundo y el hombre o bien minusvaloran la capacidad humana para gestionar exitosamente la vida. De ahí que suelan expresarse mediante tópicos plagados de cinismo derrotista.

En ese sentido, Chesterton toma en consideración una opinión muy difundida: en esta vida sale adelante, triunfa, quien «cree en sí mismo».

Lo hemos oído muchas veces y, puesto que respiramos el aire de la modernidad, estaríamos dispuestos a admitirlo, de llamarlo autoestima y de considerar que es lo primero que hay que reforzar para que nuestra vida y nuestro mundo se llenen de contenido. Por el contrario, Chesterton considera que ese es el error esencial del maniac, del demente, ya que la mayoría de la gente que más cree en sí mismo está en el manicomio.

Cuando “creer en sí mismo” pasa de la noble “autoestima” a la presuntuosa “autosuficiencia”, entonces la cosa cambia. El matiz lo es todo. La autosuficiencia corresponde al sinvergüenza, al rotter; pero, sobre todo, esa opinión es falsa: nadie se basta a sí mismo. Ni para nacer (somos hijos y hemos recibido la vida) ni para desenvolvernos exitosamente y conseguir lo que queremos: ser felices en esta “tierra de maravillas”.

Por eso, Chesterton invierte la tesis moderna. Nuestra experiencia personal muestra que en multitud de ocasiones nos equivocamos, elegimos mal o elegimos el mal: no somos totalmente de fiar y, por eso, «la confianza total en sí mismo no es sólo un pecado (sin), la completa confianza en sí mismo es una debilidad (weakness)».

Como se trata de ir contra una creencia muy arraigada, Chesterton dedica bastante espacio a hacer que sus lectores se empapen de esta verdad.

Hay que empezar por un hecho, pero no un “hecho” en sentido restringido (un hecho sensible) sino tal como es obvio para cualquiera: un hecho que lo sea tal para cualquier ser pensante, un factum rationis. Y los antiguos comenzaron por un hecho absolutamente incontrovertible: el hecho del mal, «el hecho del pecado (sin)», una suciedad indiscutible (indisputable dirt). El pecado humano, al margen del nombre con el que lo designemos, es algo evidente. Y aunque haya discursos teóricos que lo cuestionen, «todos estamos de acuerdo en que hay un colapso del intelecto tan inconfundible como la caída de una casa» o, por decirlo de otro modo, todos admitimos la existencia de manicomios y locos. Y, por tanto, lo contrario: la existencia de gente sensata, razonable y normal.

Y eso es lo que debemos querer. De hecho, es lo que todos queremos: vivir una vida feliz, normal según una filosofía de la cordura, de la sensatez (sanity).

Este es un punto fuerte, un fundamento y un criterio para juzgar. Porque hay que juzgar como adecuados o inadecuados, verdaderos o falsos, sanos o enfermos, normales o patológicos, tanto nuestros pensamientos (nuestra “filosofía”) cuanto los comportamientos que llevamos a cabo. Hay locura, enfermedad mental; y hay sensatez y normalidad.

En toda filosofía hay un peligro: ocuparse exclusivamente de los propios pensamientos y olvidar que son concebidos con una finalidad: comprender el mundo y el hombre y guiar sensatamente su camino por la vida. Se puede ser un excelente razonador y, sin embargo, estar loco y fracasar vitalmente.

La razón en su uso técnico-científico, la razón teórica, se ocupa con solvencia de las relaciones necesarias entre los asuntos de los que trata. Pero eso mismo ocurre con el razonamiento autista del demente: hay coherencia entre sus argumentaciones y los asuntos de los que trata; pero deja fuera de su consideración demasiados hechos y, por eso mismo, encierran al hombre en círculos pequeños y obsesivos. Y es que el mundo humano está plagado de acciones no sujetas a necesidad, acciones sin causa, actos que denominamos libres. Todos estos hechos no caben en el razonamiento coherente del demente y son los que tienen que ver con la cordura, la felicidad y la realidad humana.

La libertad no es arbitrariedad, no cae fuera de la razón sino sólo de cierto modo de limitar el alcance de la razón. De hecho, ni la ciencia ni la religión aceptan un pensamiento arbitrario, no sometido a las reglas de juego específicas de la ciencia o la religión: «la teología reprende ciertos pensamientos calificándolos de blasfemos. La ciencia reprende ciertos pensamientos calificándolos de enfermizos, mórbidos (morbid)». Si hay error, falsedad, entonces hay verdad. Por el contrario, si vale todo, nada vale.

Si se está encerrado en el círculo mental, si se aceptan sólo cierto tipo de hechos y cierto tipo de conclusiones, entonces el hombre está encerrado en su burbuja perfecta. De nada sirve el argumento, ni siquiera saldría de ahí proclamando que tiende a la verdad: «debe desear la salud», la normalidad, la vida plena: eso que es lo específicamente humano: debe querer estar sano, ser normal, realizar su propia grandeza. Querer eso y creer que eso es posible porque para eso ha nacido: ese es el sentido de su vida. Y, pore so mismo, la decisión es todo el asunto aquí. Curar a una persona que está encerrada en ese estrecho círculo no es una discusión filosófica, es expulsar a un demonio: «Curing a madman is not arguing with a philosopher; it is casting out a devil».

Chesterton, no obstante, analiza diversas posturas contemporáneas pero teniendo muy claro que el enfoque no es la relación de esas posturas con la verdad, sino su relación con la salud (sanity, salud, cordura, normalidad: «I am not now discussing the relation of these creeds to truth; but, for the present, solely their relation to health»). 

Desde esa óptica fundamentalmente ética y antropológica afirma que las tesis materialistas, verdaderas o no, destruyen lo humano (alejándonos de la sanity: «Los materialistas y los locos nunca tienen dudas»), a la vez que pone de manifiesto la dimensión paralizante del escepticismo («the somewhat mystical egoism of our day»).

El propio Chesterton ofrece una síntesis: «Este capítulo es puramente práctico y se refiere a lo que realmente es la marca y el elemento principal de la locura; podemos decir en resumen que es la razón utilizada sin raíz, la razón en el vacío». Poco después Simone Weil considerará la falta de raíces, el desarraigo, como el problema capital del hombre moderno (L'Enracinement, Prélude à une déclaration des devoirs envers l'être humain, 1949).

El desarraigo, la pérdida de la conciencia de que la razón no es todo, enloquece a los hombres, pero ¿qué los mantiene cuerdos (sane)? La respuesta la sabemos todos, Shakespeare la pone en boca de Hamlet («hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía») y Chesterton le llama, como hará Wittgenstein, “lo místico”.

El hombre normal ha sido siempre místico: un pie en la tierra y otro en el país de las hadas; ha permitido dudar de los dioses pero también creer en ellos, le ha importado más la verdad que la coherencia: «Todo el secreto de la mística es este: que el hombre puede comprender todo con la ayuda de lo que no comprende. El lógico mórbido (enfermo) busca hacer todo lúcido, y logra hacer todo misterioso. El místico permite que una cosa sea misteriosa, y todo lo demás se vuelve lúcido». Lo místico es tan real como el sol y, como el sol, hace todo visible salvo a sí misma. El hombre normal sabe que no puede todo, no puede ver el sol; puede mirar la luna porque la Luna no es fuente de la luz, es una realidad visible gracias a la luz que recibe. Así funciona la mente sana, normal. El enfermo piensa que todo está en los hechos que puede controlar, los razonamientos que sabe idear, que toda luz es visible, que la Luna es la fuente visible de la luz. Por eso, el enfermo piensa que todo es totalmente razonable, que la luz debe ser visible; y por eso, la Luna les ilumina con su nombre, son los lunáticos: «For the moon is utterly reasonable; and the moon is the mother of lunatics and has given to them all her name».



Publicado en Letras de Parnaso, Año XII (II Etapa), junio 2024, nº 86, pp. 18-20.


Enlace Revista (formato PDF para imprimir)

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