Hay épocas bárbaras. Tiempos en que la relación básica con los otros está orientada al dominio, la explotación y el disfrute personal. Y nada más.
Pero
las personas tenemos algo que nos permite afirmar nuestra libertad, dignidad,
grandeza… por encima de nuestro tiempo.
Algo de
esto le entiendo a Houellebecq:
«Con
más de sesenta años, recién jubilada, accedió a ocuparse otra vez de un niño,
el hijo de su hijo. A él tampoco le había faltado de nada, ni ropa, ni buenas
comidas los domingos, ni amor. Ella le había dado todo eso. Un examen
mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este
tipo de fenómenos»,
Houellebecq,
Las partículas elementales, I, 15
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