viernes, 21 de diciembre de 2012

1.1. Maese Cereza encuentra un trozo de madera que lloraba y reía como un niño



 Empieza, como debe hacer un cuento de hadas que se precie, con Érase una vez… (C’era una volta…). 

¿Qué indica ese comienzo? Así lo entiende Bettelheim: «“Érase una vez”, “en un lejano país”, “hace más de mil años”, “cuando los animales hablaban”, “érase una vez un viejo castillo en medio de un enorme y frondoso bosque”, estos principios sugieren que lo que sigue no pertenece al aquí y al ahora que conocemos. Esta deliberada vaguedad de los principios de los cuentos de hadas simboliza el abandono del mundo concreto de la realidad cotidiana. Viejos castillos, oscuras cuevas, habitaciones cerradas en las que está prohibida la entrada, bosques impenetrables, sugieren que algo oculto nos va a ser revelado, mientras el “hace mucho tiempo” implica que vamos a aprender cosas sobre acontecimientos remotos» (Bettelheim, 69).

Este inicio remite, en definitiva, a un ámbito fantástico, a un mundo fuera de este mundo. Así es habitualmente, esta es la expectativa que genera tal comienzo y Collodi lo sabía. Por eso sorprende ya desde el principio, jugando y captando el interés de los lectores. Veámoslo:

«Érase una vez…

-          ¡Un rey! – dirán en seguida mis pequeños lectores.

No, muchachos, os habéis equivocado. C’era una volta un pezzo di legno: Érase una vez un pedazo de madera».

En este cuento no hay rey, no se trata de algo tan fantástico que nada tiene que ver con el lector. Todo lo contrario; de hecho, tras el amago, el inicio del cuento es: “Érase una vez un pedazo de madera”, de leña del montón. Este nuevo comienzo pretende situar la acción en el ámbito de lo cotidiano, de las circunstancias corrientes: frente a la majestad del rey con su reino y su princesa ¿qué hay más trivial que un trozo de madera corriente?

Esta contraposición no es excluyente. A quienes tengan una cierta formación filosófica les recordará la polémica entre Platón y Aristóteles sobre el estatuto de las Ideas, tantas veces repetida en la historia con nombres diversos que aluden siempre a qué tipo de realidad son los universales. Platón, es sabido, señalaba que la perfección no era de este mundo, que las Ideas eran perfectas y que, por eso mismo, debían darse en un mundo aparte, el cosmos noetós. Aristóteles, por su parte, tras aclarar que era amigo de Platón, pero más de la verdad (Amicus Plato, sed magis amica veritas) señala que esas perfectas Ideas desencarnadas no podrían tener ningún efecto sobre nuestro mundo: las ideas son perfectas, pero de alguna manera bullen a nuestro alrededor informando, configurando, impulsando lo real hacia la perfección que anuncia su naturaleza.

Y quien no tenga formación filosófica, se ahorra matices. Porque la cuestión es que parece indicar Collodi que es en lo ordinario donde va a desarrollarse la historia porque es ahí, en la vida corriente, donde comparece lo maravilloso. Y también ahí se da la vulgaridad porque es vulgar quien no sabe ver la maravilla que lo rodea; es vulgar quien se queda con la parte más fea de la realidad, con la posibilidad más pobre. Porque la realidad es eso que ve la gente vulgar, pero es mucho más y mucho mejor. Así lo expresa Ortega y Gasset: «Cada cosa es un hada que reviste de miseria y vulgaridad sus tesoros interiores y es una virgen que ha de ser enamorada para hacerse fecunda» (Meditaciones del Quijote).
 
Esa tensión entre la maravilla y la chabacanería queda reflejada en los dos primeros “personajes” de este cuento de hadas: Maese Cereza y el “trozo de madera”.

De ellos nos ocuparemos en la siguiente entrada.

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