martes, 12 de febrero de 2013

4.4. Verdad y muerte del Grillo-parlante


Jaime Ballester (2013)

A lo largo de la vida atravesamos diversos momentos. Cada etapa ofrece diversas posibilidades, plantea nuevos retos. Cumplir con la tarea específica de cada época de la vida es lo que nos hace madurar y disfrutar de una vida, la nuestra, que se desarrolla hacia cotas crecientes de plenitud.

Esto es básico, por eso se ve con claridad. Es profundo, por eso se entiende fácilmente. Si Pinocho fuese sólo razón, aceptaría la enseñanza esencial sobre la vida que le ofrece el grillo. Si el hombre fuese sólo inteligencia, no habría nada más que decir, ya estaría todo resuelto.

Pero el hombre es un ser complejo. Aristóteles dice que el hombre es “inteligencia deseante o deseo inteligente”: junto a la razón intervienen otros aspectos no menos vitales y tan humanos como la inteligencia. Por eso podemos negarnos a reconocer lo que sería visible si lo mirásemos; podemos negarnos a entender lo que sería evidente si prestáramos atención. Así lo hace Pinocho:

«Grillo, canta lo que quieras y te parezca: pero yo, mañana, al alba, quiero irme de aquí».

Acaba de decir que esa habitación era suya, que quería estar solo. ¿Cómo irse de ahí? Cuando descubre que, a pesar suyo, de su propio interior brota la exigencia de plenitud, intenta huir de sí mismo. Huir de sí es abandonar la tarea que cada momento de la vida pone delante; de modo que huir de sí consiste, en este momento, en abandonar la casa del padre, que es el lugar del inicio, de la primera formación, de los primeros pasos por la vida. Ahí su tarea es la de todos los niños: estudiar, formarse. Pero él quiere huir de ese destino porque «de estudiar no tengo ningún deseo: di studiare non ne ho punto voglia».

El deseo es esencial al ser humano. Tanto como la inteligencia. No más, pero tampoco menos. Y también en ese ámbito experimentamos conflictos internos: deseamos comer y beber opíparamente y también tener un cuerpo esbelto y en forma. En ese sentido, el lenguaje nos da una pista importante. Decimos que nos apetece tal comida o no esforzarnos, mientras que queremos estar fuertes y lograr éxito en las actividades que emprendemos. Apetecer y querer remiten a tipos de deseo de distinta índole.

El modo en que nacen esos deseos contrapuestos y la manera en que los integramos en nuestra vida (o nos desintegran) tiene mucho que ver con el éxito o fracaso en la vida. La conciencia tiene mucho que decir ahí; así lo hace el grillo en este capítulo y en otros.

Dice Aristóteles que surgen deseos contrapuestos en los seres que tienen distinta percepción del tiempo. De modo que fijándonos en el instante, deseamos (ahí: nos apetece) no cansarnos y comer a dos carrillos; pero como también percibimos el futuro, deseamos (ahí: queremos) bregar y estar en forma.

Este de Aristóteles no es el único modo de acercarse a la cuestión de los deseos. Pero sí suficiente para dar una indicación, una pista de por qué la tarea (la tarea que la vida pone ante nosotros en cada momento), en un primer momento no apetece (no deseamos el esfuerzo, el sacrificio, que nos reclama) pero sí la queremos realizar si la miramos de frente, con seriedad, como a nuestra propia vida. Porque se trata de nuestra vida que crece hacia sí misma en plenitud o que huye de sí.

Formarse no es sólo estudiar, también se puede aprender un oficio. Pero Pinocho lo que quiere es hacer lo que le apetece, lo que en este momento le agrada. No quiere pensar (pero la inteligencia es tan humana como el deseo y, por eso, está traicionando lo que él es). El Grillo-parlante vuelve a hablar para dictar sentencia sobre este tipo de planteamiento vital.

«¡Pobre infeliz! No sabes que, obrando así, de mayor serás un grandísimo burro y que todos se burlarán de ti».

Subrayemos los dos aspectos indicados, también íntimamente relacionados. En primer término “actuando así te convertirás en un grandísimo burro”: somos el resultado de nuestras acciones, si nuestras acciones son estúpidas, si no usamos nuestra capacidad de pensar, si no obramos como seres racionales, si, en definitiva, no actuamos como lo que somos, nos convertimos en algo distingo. Nos convertimos en unos burros.

El camino agradable y divertido que lleva a la negación de nuestro auténtico ser genera frecuentemente, en segundo término, el aplauso de quienes contemplan esas acciones. La gente aplaude la marcha alocada (que es camino de fracaso), pero se burla de quien fracasa.

Pinocho sólo se interesa por un oficio, sólo hay una ocupación a la que desee dedicar su tiempo: «comer, beber, dormir, divertirme y llevar, de la mañana a la noche, la vida del vagabundo», ese es el único che veramente mi vada a genio: que verdaderamente me va bien.

El Grillo-parlante indica a dónde conduce casi siempre ese estilo de vida: al hospital o a la cárcel. Es divertido ser un vagabundo y divertirse todo el día ¿a quién no le apetece? Pero ¿cuál es el futuro de ese presente? ¿qué indica la conciencia sino las consecuencias de nuestros actos? Da pena ese Pinocho porque, dice el Grillo:

«eres una marioneta y, lo que es peor, tienes la cabeza de madera».

Una cabeza que no razona, que no piensa, que no prevé el futuro. Así es quien se mueve por los apetitos: una marioneta. Una marioneta es un sujeto con movimiento aparente, porque su actividad, su divertido paseo por el mundo está dirigido desde fuera. Cuando un ser humano se mueve en ese plano, en realidad son los estímulos externos (comida, atracción sexual, deseo de poder o riqueza) los que le mueven, los que le impulsan. Y es una marioneta de quienes astutamente saben tirar de la cuerda adecuada, que es lo mismo que hace el cazador cuando pone el reclamo adecuado, es decir, el estímulo ante el cual su presa responde, grácilmente, con presteza incluso, pero necesariamente. Así es como el hombre se animaliza, huye de sí, se convierte en un burro o una marioneta.

Como si no fuera suficiente esa situación, ahí está la conciencia para recordarnos que no. Que nosotros somos más. Que podemos aspirar a una vida infinitamente mejor. No es de extrañar que Pinocho se enfade y le arroje un martillo al grillo.

El martillo golpea al Grillo que «se quedó allí, tieso y aplastado contra la pared». Parece que el martillazo ha logrado apagar esa insolente voz. Ese intento de acallar la voz de la conciencia cuando no gusta lo que dice, parece haber triunfado ¿será así?, ¿será posible vivir una vida puramente sensitiva? ¿cómo será esa vida que, al parecer, se abre ahora ante Pinocho?

En la próxima entrada veremos los primeros pasos de nuestro personaje por el camino que ha elegido.

4 comentarios:

  1. ¡¡¡ Magnífica lección, querido Ballester... Cuántas "marionetas" andantes hay por la vida...!!!
    Gracias por seguir dando estas "lecciones magistrales".
    Un saludo afectuoso.
    Carmen

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    1. Las lecciones magistrales las dan los maestros.
      Yo me limito a recordar. Aunque recuerdo que Platón decía que todo aprendizaje era recuerdo. O algo así.
      Gracias

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  2. ¡¡¡ Magnífica lección para la vida, querido Ballester !!!
    Por desgracia, tenemos muchas marionetas sueltas...
    Saludos. Carmen

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    1. Así destacan quienes se mueven según un impulso interno.
      Saludos

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