lunes, 11 de febrero de 2013

Prólogo a "La mujer pobre" de Léon Bloy


Prólogo a Léon Bloy, La mujer pobre, Introducción, traducción y notas de Manuel Ballester, 2013, versión digital disponible en amazon.es

No faltan autores que subrayan lo que de todos es sabido: que “las vidas son los ríos que van a dar a la mar”. Todos los afanes, ilusiones, esperanzas, actos y amores acabaran un día. Todo pasará. No quedará nada. Nada.

León Bloy es consciente también, y sobre todo, de que la eternidad está siempre a la escucha, tiene oído fino y retiene hasta los más leves susurros del tiempo. Todo queda. Nada es omitido. Nada.

Buena parte de la literatura de su tiempo se complace en subrayar que la condición humana está mediatizada por la herencia y las taras sociales: pobreza, alcoholismo y prostitución pueblan las páginas de las novelas de la época. Sin eludir ni un ápice la miseria, sin dulcificar las miserias pero, eso sí, profundizando, yendo a la raíz, Bloy subraya enérgicamente que lo visible no es sino la huella que lo invisible deja en el tiempo.

Y cuando algunos acusan el silencio de la eternidad, Bloy denuncia un mundo de sordos. Y orienta su escritura a hacer visible lo Absoluto.

Que el mundo que habitamos es sombra, reflejo o eco ya lo expone el célebre mito de la caverna de Platón. Y la sombra es tanto más oscura cuanto más potente es la luz que la produce.

Bloy mira las sombras, la miseria y, como no puede ser de otra forma, las ve deficitarias, deficientes. Pero resalta también su condición de huella. Las realidades que nos rodean remiten al original, a quien “con presura pasó por esos sotos mil gracias derramando, y vestidos los dejó de su hermosura”.

Cuando la mirada tiene afán de radicalidad, en la aurora sobre el mar lee el infinito que contiene a otro infinito, y lo despliega; el hombre y el mundo que surgen de Dios y lo contienen. Y son su reflejo. Pero no es infrecuente que el hombre duerma aún al alba, y nada sepa de la hermosura de ese milagro cotidiano. Ya Homero advierte sobre algunos alimentos terrenales. La historia de los lotófagos muestra cómo aquellos que los comen, olvidan su origen y su destino, su pasado y su futuro. Pierden la conciencia de quienes son.

La mujer pobre recuerda también la dificultad e importancia de saber realmente quiénes somos, cuál es nuestra auténtica figura.

De lo que somos, de todo lo que consideramos nuestro ¿qué hay que no hayamos recibido, qué que no podamos perder mañana? ¿Y no es esa la condición radical del hombre? ¿Y no es esa la condición que define a un pobre? Pobre es el que no tiene. Y significa que nada espiritual nos pertenece realmente, nada merecemos: la inteligencia, el afecto de los amigos, el amor de quienes nos quieren… todo nos es dado como un regalo al que no tenemos derecho alguno. Y puede sernos retirado en cualquier momento. Y no podemos reclamar (en sentido profundo): ¿a quién reclamará el que entra en un proceso de Alzheimer, qué derecho podemos invocar frente al amigo que traiciona? Nada de lo que constituye una riqueza del espíritu nos pertenece. Y quien es consciente de eso vive en la verdad. Y vivir así lleva a ser agradecidos con quienes nos enriquecen espiritualmente. Y “sólo Dios puede dar”, señala Caín Marchenoir.

En otra gran novela, El desesperado, Marchenoir es el personaje principal, es el mismo León Bloy. Aquí, al entrar en contacto con Clotide Marechal, la protagonista de La mujer pobre, las rudas maneras de Marchenoir han de ceder, han de profundizarse. Por eso, el hombre que será compañero adecuado de Clotilde ha de revestir una nueva figura.

Tiende Bloy a hacer resonar en el interior de cada lector su auténtica dimensión. Esa dignidad que se muestra en la grandeza con que el hombre puede vivir en la riqueza y en la pobreza, en la salud o en la enfermedad.

Mujer, pobre, sufriente: así ha querido Bloy a su heroína, quizá porque así son algunas vidas. Acompañan a Clotilde una serie de personajes que integran el grupo de los marginados, humillados, ofendidos, olvidados… el grupo por el que Cristo toma partido. La pobreza, piensa Clotilde, no puede ser envilecedora “puesto que fue el manto de Jesucristo”.

Hay en La mujer pobre una referencia recurrente y sólo unas pocas veces explícita a Baudelaire. Me parece una cuestión interesante; lo he señalado en las notas, pero profundizar en este punto requeriría más espacio del que disponemos. Como es sabido, este autor cultivó la correspondencia entre perfumes, sonidos y colores y la “tenebrosa y profunda unidad” de la naturaleza. La corriente simbolista continuará esa vía intentando mostrar las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual. Bloy ahonda en esta idea. Señalaré sólo un detalle: es conocido el libro de Baudelaire Ascuas (Les Épaves). La mujer pobre está dividida en dos partes: El ascua de las tinieblas (L’épave des ténèbres), la primera y El ascua de la luz (L’épave de la lumière), la segunda ¿No recoge esto el itinerario completo, el tránsito de la visión de las sombras a la visión de la realidad fuera de la caverna, el anhelo de quien ve en el claroscuro de la hermosura de las criaturas la huella del Amado?

La obra de Bloy está escrita con jirones de su vida. Es una prosa que no deja indiferente a ningún lector. En este caso de un modo especial, pues el mismo Bloy, en la entrada de su diario correspondiente al 17 de diciembre de 1896, califica a La mujer pobre como el más importante de todos sus libros, la obra de su plena madurez. Y coinciden en esa apreciación suya autores como Maeterlinck o los Maritain.

El que fuera premio Nobel y principal representante del teatro simbolista, el belga Maurice Maeterlinck, escribió estas líneas dirigidas a Bloy:

“Señor,
acabo de leer La mujer pobre. Es, a mi juicio, la única obra de nuestros días donde hay señales de genio, si por tal han de entenderse ciertos destellos en profundidad que vinculan lo que se ve con lo que no se ve y lo que no se comprende todavía con lo que algún día se comprenderá. Considerada en un sentido puramente humano, se piensa involuntariamente en el Rey Lear, sin encontrarse otros puntos de referencia en las literaturas.
Crea, señor, en mi profunda admiración”.

Por su parte, la conversión de los Maritain al catolicismo se debe fundamentalmente al encuentro con León Bloy. Leyeron La mujer pobre, y quedaron profundamente impactados. Lo recuerdan así: “procuramos y leímos inmediatamente esta extraña novela, que no se parecía a ninguna otra novela. Por primera vez nos encontramos ante la realidad del cristianismo”.

Dicho sea al hilo de lo anterior, son éstas algunas de las razones por las que quien se ve en la tesitura de escribir un prólogo a La mujer pobre se acoge gustoso a la extendida y benévola costumbre de muchos lectores de no leer prólogo alguno.

Profundizar, ir a la raíz, no quedarse a mitad de camino: características de un autor que, como Bloy, sólo vive cara al Absoluto y se define a sí mismo como Peregrino. La obra de Bloy surge en un tiempo en que Zaratustra se pasea por Europa proclamando la aurora de un mundo en el que Dios ha muerto y, por eso, el hombre ha de transitar una tierra dominada por el hedor del cadáver de Dios, un lugar de sombras, de tinieblas. El Peregrino del Absoluto profundiza hasta dar con la luz que produce la sombra en el mundo: Dios ha muerto, sí, pero también ha resucitado.

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La obra completa en papel en:
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1 comentario:

  1. El diseño de la portada es obra de una de las muchas habilidades de Mariano Albaladejo.

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