martes, 5 de marzo de 2013

7. Geppetto vuelve a casa


Jaime Ballester (2013)

Al final del capítulo anterior vimos cómo Pinocho perece ante un peligro del que no es consciente. Y es que no ser conscientes de los peligros no nos impide caer en ellos. De ahí los desvelos de los padres acerca de sus hijos: inconscientes en razón de la inmadurez propia de la edad, caminan al borde del precipicio con una alegría que produce espanto.

Y así es como Pinocho pierde sus piernas. Esas piernas que nos sostienen y nos permiten tomar contacto con el mundo y movernos con firmeza por él.

Cada uno, en cierto modo, se hace a sí mismo y se va adentrado en el mundo que va construyendo con sus elecciones. Por eso puede ocurrir que, a causa de las equivocadas decisiones y de las deficientes acciones, uno viva en un mundo que no es el que le corresponde. Y por un mundo extraño uno se mueve torpemente: nuestras piernas no están hechas para andar en ese plano de la existencia, en ese mundo, y por eso es como si no las tuviéramos. Por eso no percibe el bien. Por eso no se vive bien. Y no se sabe por qué, porque no hay conciencia del error y sus consecuencias.

«El pobre Pinocho, Il povero Pinocchio… no había advertido que tenía los pies quemados. Así que, en cuanto oyó la voz de su padre, saltó del taburete para correr el pestillo; pero después de dar dos o tres tumbos, cayó cuan largo era sobre el pavimento».

Al comienzo de este capítulo, el narrador tiene el primer gesto de ternura hacia el povero Pinocchio. Es normal experimentar afecto, compasión, hacia quien está sufriendo aunque sea por culpa suya.

La voz del padre le saca del sueño, la vigilia le permite percatarse de su situación. En el capítulo cinco sintió añoranza por el padre, una añoranza ciertamente interesada:

«Si mi papá estuviera aquí, ahora no me moriría de hambre».

Eso explica que el primer movimiento de Pinocho al saber que Geppetto ha vuelto sea salir corriendo a abrir la puerta. El padre puede ser el que acabe con el sufrimiento que lo atenaza, el padre puede salvarlo. Es su esperanza.

Es de notar que Pinocho se da cuenta de su situación cuando intenta ir al padre. Es en ese momento cuando no puede andar y cae por tierra. Al verse en el suelo, Pinocho no sabe aún qué le ha ocurrido. Ve que algo malo le sucede, pero no lo relaciona aún con su estilo de vida. Por el contrario, siguiendo un patrón de comportamiento muy extendido, culpa a otro de los males propios: viendo al gato, supone que el felino le ha comido las piernas.

Geppetto ve que ocurre algo. No puede creer la historia del gato. Pero no sabe qué pasa. Tal como suele hacer Geppetto, actúa resueltamente, como corresponde a un hombre vivaz e ilusionado, que no es pasivo, que en cada acción pone todo su vigor para realizar su anhelo. Puesto que Pinocho no abre, decide zanjar el asunto entrando en la casa por sus propios medios: trepa por el muro e irrumpe en la casa por la ventana.

Al ver la situación de Pinocho refrena el impulso y, como ocurrió con el narrador al comienzo del capítulo, se enternece, lo coge en brazos, lo besa y le hace mil caricias. Y le pregunta qué ha pasado, cómo es que se ha quemado los pies. Pinocho no lo sabe, pero inicia un atropellado discurso.

La narración de Pinocho está caóticamente dispuesta en torno al hambre. Otorga confusamente causas y responsabilidades hasta concluir en la urgencia y menesterosidad presente. No entiende bien su acción y su vida salvo aquello que se refiere al ámbito de las necesidades que lo acucian, por eso concluye:

«sigo teniendo hambre pero ya no tengo pies».

Geppetto sabe más que Pinocho, por eso «de aquel embarullado discurso sólo había entendido una cosa: que el muchacho estaba muerto de hambre», que se hallaba en una fuerte necesidad, que necesita ayuda.

El padre no es el viejecito del capítulo anterior que despachó a Pinocho con una mirada superficial. Geppetto quiere al hijo incluso aunque se encuentre en un mal momento, quiere echarle una mano para que pueda salir adelante en la vida. Pinocho había huido de sí y Geppetto quiere ayudarle, otra vez, a recuperar el camino que conduce a su mejor posibilidad. Por eso el padre sí ayudará a Pinocho. No porque Pinocho lo merezca, no porque Geppetto sea un papá débil, sino porque Geppetto sabe que el error no es la última palabra en la vida.

Con el heroísmo cotidiano de un padre, Geppetto ofrece a su hijo lo que él tenía para comer. Geppetto tiene hambre, siente también la necesidad, pero es una persona madura y no es arrastrado por los acontecimientos, sabe priorizar, organizar. No sabe Geppetto, nadie puede saberlo, qué se le presentará en la vida, pero sabe cómo responderá. Eso es ser maduro. Eso es ser libre. Eso, dice Nietzsche, es ser hombre porque el hombre es el ser que puede prometer porque es dueño de sí (no ha huido de sí) y de su acción.

También Pinocho tiene hambre, pero su mundo no es aún el de Geppetto. No es consciente de sí y, por eso, no puede darse cuenta del esfuerzo del padre. No sabe que la satisfacción de la necesidad no va pareja sólo con el placer físico sino también, y en grado más importante, con la gratitud moral. Si fuera capaz de gratitud, todo sería perfecto, sería una fiesta.

La gratitud es la respuesta correcta. Es la valoración exacta. Es la actitud propiamente humana. Pero la gratitud requiere el conocimiento de sí mismo, la percepción de las propias necesidades, la conciencia de lo que merecemos y lo que no. En caso contrario no se puede calibrar el alcance de la generosidad de quien nos ofrece el don. Por eso, en vez de mostrarse agradecido, adopta una actitud tontamente tiránica ya que sólo es capaz de mostrarse melindroso, remilgado y exigente.

No puedo comer peras así, si quieres que te haga el favor de comerlas, pélamelas, dice a Geppetto. «El hombre es extremadamente indigente y extremadamente desmemoriado, como Pinocho ante las peras. Mientras en su desesperada nulidad debiera acoger con gratitud todo socorro y toda chispa de conocimiento, de amor y de alegría que puedan disminuir, al menos un poco, su hambre, se muestra por el contrario inapetente frente a todo don. Hay que pensar que, incluso cuando entre en el Reino de los cielos y se vea admitido a la visión beatífica, se hará el desdeñoso con el semblante de haber visto mejores cosas en su pueblo» (Biffi, 74).

Geppetto le advierte que su actitud no es buena, que debe ser más flexible. Pinocho, incluso en la menesterosidad, va infantilmente a la suya. Hay que madurar, hay que saber adaptarse

«porque nunca se sabe lo que puede ocurrir. ¡Pasan tantas cosas! I casi son tanti!»

Se entra entonces en un juego entre el ímpetu de Pinocho y la madura sabiduría de Geppetto, entre las repetidas tajantes afirmaciones de que “nunca haré tal cosa” («nunca comeré una fruta que no esté mondada», «nunca me como el corazón de la pera») y el «quién sabe ¡Pasan tantas cosas!» que termina cuando Pinocho acaba satisfecho tras hacer con gran esfuerzo precisamente aquello que no estaba dispuesto a hacer. La conclusión del capítulo es una nueva apostilla de Geppetto en la que repite por última vez:

«Ya ves que yo tenía razón […] nunca se sabe lo que puede ocurrir en este mundo. ¡Pasan tantas cosas!».

La enseñanza concreta que ofrece el capítulo es bastante obvia. Quisiera, por eso, señalar otro aspecto que me parece destacable y que corre el riesgo de quedar un poco diluido.

Geppetto ha representado lo que el padre, el hogar, el inicio, es para todo hombre: el lugar al que se vuelve porque ya se estuvo ahí desde el inicio, el socorro en la necesidad, la aceptación incondicional o, en otros términos, la sabiduría que supera nuestras travesuras, tropiezos y errores. Dice Platón que el maestro simplemente señala la dirección en que ve la luz. Es tarea del discípulo, del hijo, mirar hacia allí.

La sabiduría señala, orienta, no se impone, se ofrece amorosamente. No se puede hacer otra cosa. No se debe, por tanto.

Tarea del maestro es brindar lo que sabe, animar al que cae; y armarse de paciencia con cariño. Tarea del hombre es acoger con seriedad esa ayuda para caminar por la vida teniendo la sonrisa de su parte.

Algo así dice Platón. Yo no sabría añadir nada mejor.

4 comentarios:

  1. Es muy bueno, Manolo, me encanta el final. Gracias por iluminarme más. Tengo una conferencia sobre educación la semana que viene y me has dado muchas ideas.Un abrazo. Feli

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    1. Gracias, Feli
      Sé valiente en la conferencia. Di la verdad.

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  2. ¡¡¡Cuánta sabiduría encierran tus palabras, amigo Ballester...!!!
    A ver cuándo vemos editado un nuevo libro sobre "Las Reflexiones de Pinocho".
    Gracias y un abzo.
    Carmen

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    1. Bueno, primero habrá que escribirlo. Estoy en ello.
      Gracias

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