martes, 15 de octubre de 2013

17.1. Pinocho no quiere purgarse

Jaime Ballester (2013)



El hada había hecho llamar a los médicos. La intervención de los médicos en el capítulo anterior tenía como fin determinar que el problema de Pinocho no era de su competencia. Sólo el Grillo-parlante se sitúa en un plano radicalmente distinto y dictamina con precisión.

Ahora los médicos están de más y se van.


«Apenas salieron los médicos de la habitación, el Hada se acercó a Pinocho y, tras haberle tocado la frente, se dio cuenta de que tenía una fiebre altísima».

Ahora se ve con claridad que el hada no necesita médicos ni para dictaminar la enfermedad ni para indicar el remedio. Mandó venir a los médicos para establecer el ámbito en el que anida el mal y para que el Grillo-parlante pudiese ser oído por Pinocho. Cuando uno oye la voz de la conciencia entonces se da cuenta de qué es lo que no va como debiera ir. Entonces manifiesta el mal, il febbrone, con claridad. Y entonces puede actuar el hada que

«disolvió unos polvos blancos en medio vaso de agua y, tendiéndoselo al muñeco, le dijo cariñosamente:
- Bébetela y te curarás en pocos días».

El Grillo-parlante no es suficiente. El hada añade algo porque el simple saber que vamos mal e, incluso, saber qué es exactamente lo que va mal en nuestra vida, no basta para mejorar: «El hombre es capaz de arruinarse él solo, pero él solo no consigue salvarse. El reconocimiento de los errores cometidos es el inicio necesario de la resurrección, pero no es suficiente» (Biffi, 121).

En definitiva, el Grillo no basta, se requiere también el hada. Pero, entonces, ¿qué es el hada? Según una interpretación, las hadas simbolizan las fuerzas más profundas del alma humana (Cirlot, E., Hadas en Diccionario de símbolos). La fuerza ínsita en el alma, cuando se libera, cuando se la deja actuar tiene unos efectos maravillosos, mágicos; produce unos frutos que no parecen proporcionados al esfuerzo realizado. Desde esta perspectiva, la tarea de ser hombre aparece como el esfuerzo por no poner obstáculos a la energía que brota de nuestro interior, y que nos impele amorosamente a tomar la medicina que nos sanará en poco tiempo.


Por eso el hada, aunque el relato la pinta como una fuerza externa, no cura directa y milagrosamente a Pinocho: le da una medicina, es decir, le dice qué debe hacer, le muestra los medios para que Pinocho se los aplique y vaya así obteniendo la curación gradualmente, como fruto de su esfuerzo mantenido.

El hada indica los medios. Como un profesor, que ayuda explicando, organizando, orientando… pero es el alumno el que tiene que realizar el esfuerzo para aprender de modo paralelo a como cada uno tiene que llevar adelante su propia vida. Así parecen funcionar las cosas, esa parece su dinámica. Si queremos curarnos, hay que tomar la medicina; si pretendemos destacar en un deporte o en cualquier otra actividad, hay que practicar… no se pueden violentar los ritmos, no es posible saltarse pasos. Tampoco, muy especialmente, cuando lo que queremos construir es nuestra vida en su sentido más pleno y profundo.

Nuestra perspectiva supone que el juicio de la conciencia, la voz del Grillo-parlante, el saber que nuestra acción debe ser esta o aquella, no es suficiente. Para llegar a ser persona, hay que esforzarse por realizar el bien. El esfuerzo, incluso querer obrar bien, depende de nosotros. Es algo más que el simple saber. El hada no puede curar a Pinocho directamente, se requiere que Pinocho quiera tomar la medicina: la curación viene de Pinocho, de su interior. Y el principal obstáculo para ello somos nosotros mismos porque el hombre «quiere ser feliz sin vivir de la manera en que podría serlo; Beatus quippe vult esse, etiam non sic vivendo ut possit esse» (Agustín de Hipona, La ciudad de Dios).

Pinocho desea sanar, pero teme el mal sabor de la medicina. No le apetece pasar un mal trago y, por eso, intenta retrasar la salud. Quizá porque ahora ya sabe qué debe hacer y piensa que siempre estará a tiempo. Quizá dejando para mañana la tarea se pueda conservar la dulce esperanza de la salud junto a la comodidad de posponer el esfuerzo. Siempre podremos posponer un poco más la decisión enérgica que nos ponga en marcha hacia nuestro mejor yo.

 «En aquel momento se abrió de par en par la puerta de la habitación y entraron cuatro conejos, negros como la tinta, que llevaban a hombros un ataúd».

El ataúd que espera a Pinocho, la cercanía de la muerte, la certeza de que no siempre habrá un mañana al que fiar el tomarse a sí mismo en serio, como el asunto más serio y urgente del que ocuparse, hace que Pinocho pierda todo tipo de prevenciones:

«Cogió el vaso con ambas manos y se lo bebió de un trago».

Y ocurrió lo que pasa cuando se hace lo que ha de hacerse:

«a los pocos minutos, Pinocho saltó del lecho completamente curado».

Pinocho curado y contento. El hada feliz. Parece que el resto del capítulo sólo veremos sucesos agradables, aunque con este muñeco nunca se sabe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario