26.3. Por un motivo noble
Los colegas han aprovechado su interés por el Tiburón, le
han hecho desear ir a verlo. Pinocho ve claro que se trata de una invitación a
abandonar la escuela. El motivo es noble. Si pospone la escuela es llevado por
su buen corazón, por el amor a su padre.
No es la primera vez que Pinocho se ve tentado para alejarse
del camino correcto. La primera vez fueron los pífanos, la llamada de la feria
o, dicho de otra manera, el dejar para mañana la obligación y dedicarse ahora a
lo que a uno le apetece, se justificó así: «Hoy (oggi) iré a oír los pífanos y mañana (domani) a la escuela; para ir a la escuela siempre hay tiempo». En
otra ocasión cogió una uvas, sólo unos racimos, y la razón era la necesidad,
tenía hambre.
Esta ocasión es distinta: no le mueve lo que le apetece; es
más, él quiere hacer lo correcto («quiero ir a la escuela»), tiene en cuenta
las personas que cuentan («¿Y el maestro, ¿qué dirá?», «¿Y mi madre?») porque
si los otros nos influyen, también nuestros actos afectan a quienes tenemos
cerca.
Que la madurez de Pinocho es real, que ha ganado en cordura,
se nota en que tiene claro qué debe hacer (ir a la escuela, es decir, hacerse
buena persona) y que quiere hacerlo. Y se nota también en que, quizá por lo
anterior, sabe dar la respuesta correcta. Los “pilluelos” lo han situado ante
un dilema. Pero él encuentra la salida:
«¿Sabéis lo que haré?: Quiero ver a ese Tiburón, tengo mis
razones…, pero iré después de la escuela».
No se trata, como indican los pilluelos, de oír una lección
más o menos, se trata de que la prioridad absoluta de cada persona es cuidar su
propia vida porque la escuela simboliza la formación y no hay excusas para no
formarse, nada justifica abandonarse.
La solución no satisface a los chicos. Insisten en que el
dilema no tiene solución:
«¿Es que te crees que un pez de ese tamaño se va a quedar
allí a tu conveniencia? En cuanto se aburra, se irá a otro lugar».
Es el último asalto. Pinocho comienza a dudar, a considerar
el abandono, temporal y por un noble motivo, pero abandono de lo que él sabe
que es lo mejor, su deber y al alcance de su mano:
«¿Cuánto tiempo se necesita para ir de aquí a la playa?».
Una vez ha dejado entrar en su cabeza esa posibilidad, el
pensamiento va deprisa y es el mismo Pinocho quien da la señal de salida:
«Entonces,
adelante, ¡Tonto el último!; Dunque, via!
e chi più corre, è più bravo!- gritó Pinocho».
Pinocho ha llegado a la escuela. Se ha relacionado con sus
iguales. Ha sabido ponerse en su sitio ante las burlas. Se ha ganado el respeto.
Pero ahora se equivoca. Y el objetivo de la formación, la meta de la escuela es
aprender eso. Porque eso es la ética, el arte de saber qué hay que hacer para
que nuestra vida valga la pena. Saber qué hay que hacer, y hacerlo porque en
ética «no investigamos para saber qué es la bondad, sino para ser buenos. En
otro caso, sería totalmente inútil», según dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco.
Pinocho se dirige animado, riéndose, con brío, hacia la
playa «¡El infeliz no sabía, en aquel momento, a cuántos temores y a qué
terrible desgracia se precipitaba!». Aunque el motivo sea noble, ha cometido un
error. Ha sido, además, engañado. Pero ese error le llevará, según avisa
Collodi, a la desdicha.
Pero eso hemos de verlo en la próxima entrada.
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