Los deberes del cole
Manuel
Ballester
Los medios de
comunicación han puesto recientemente sobre el tapete una noticia de la Ocde sobre los deberes escolares. La
educación es así de agradecida: siempre da que hablar. Cuando no hay un informe
que llevarse a las páginas, podemos acudir a unos resultados porque no nos los
dan o porque nos los dan maquilladitos, o a unas oposiciones con o sin
rebaremación, o al bilingüismo o a las pizarras digitales o a los estándares y
las rúbricas o a las jubilaciones a chorro que huyen del paraíso del
constructivismo y el buen rollete emocional.
Resulta que la Ocde "explota" los datos de su
célebre informe Pisa y
mensualmente pone la lupa en un aspecto de interés y en cuatro páginas perfila
la cuestión. La última entrega del Pisa in focus, que así se llama, se
centra en "¿Cómo explicar la desigualdad entre los sexos en la
educación?". Ya digo que esto de la educación da mucho de sí. No obstante,
lo del gender y del sexo es otra
historia que no puede ser abordada tangencialmente. De modo que lo dejamos para
otra ocasión.
La cuestión de los
deberes es lo que la OCDE nos regaló allá por diciembre. Mucha gente a título
individual, a título de experto o a título de representante de sectores educativos
de distinto pelaje se ha lanzado a opinar y sentenciar con rotundidad sobre la
cuestión. Sobre los deberes, como sobre la educación en general, todo el mundo
sabe algo; y suele haber bastante razón incluso en planteamientos que
inicialmente podrían parecer enfrentados.
Se ha hecho hincapié en
el efecto de los deberes sobre la brecha socioeconómica. No es de extrañar que
la cuestión derive por ahí si el punto de partida, si la pregunta que pone en
marcha la investigación, es “Las tareas escolares ¿perpetúan las desigualdades?”.
Pues dice el informe que
podría ser. Concretamente señala que los deberes "podrían tener la
consecuencia no deseada de ampliar la brecha de rendimiento entre los
estudiantes de diferentes niveles socioeconomicos"… Podría ser. Sobre todo
si nos fijamos en el dato de que, curiosamente, los
alumnos más favorecidos y que asisten a mejores colegios, hacen más deberes.
Los amigos de la solución
fácil y de una educación igualitaria han concluido con celeridad: ¡hay que
suprimir los deberes! Y hay que prohibirlos por ley. Y asunto arreglado. Así de
sencillo. No obstante, me temo que el asunto ni es así de sencillo ni se
arregla así. Para empezar, porque uno de los problemas gravísimos que pesan
sobre la enseñanza es la hiperregulación, la inflación de normas: y ya se sabe
que a mayor regulación, menor responsabilidad y menor eficacia. Pero es que,
además, incluso si se suprimiesen los deberes, es dudoso que los alumnos
socioculturalmente favorecidos dejasen de mejorar (yendo a museos, asistiendo
al teatro, viajando al extranjero o, simplemente, oyendo la conversación de
unos padres que usan un registro culto de la lengua) pero lo que está clarísimo
es que el único medio que tienen los alumnos menos favorecidos para prosperar
es, precisamente, trabajar, aprovechar las clases y profundizar en casa. No parece que prohibir los deberes sea buen camino,
ni siquiera para la igualdad. Ya hemos dicho que el asunto de la educación da
mucho de sí. No podemos entrar ahora en esa concepción de la enseñanza que parece
empeñada en lograr la igualdad evitando que algunos destaquen. Me parece una irresponsabilidad
y una inmoralidad hundir la carrera de alumnos brillantes para conseguir el
igualitarismo, pero esto también quedará para otro día.
Está claro que los
deberes pueden ayudar a los alumnos a asimilar lo estudiado en clase, permiten
consolidar los conocimientos y, finalmente, pueden servir de estímulo
intelectual suplementario para los alumnos más dotados. Así planteados, su
influjo es claramente beneficioso y, por supuesto, no hay que suprimirlos. Será
el profesor quien, en uso de su buen juicio (y no ninguna ley), dosifique
razonablemente las tareas para conseguir que sus alumnos mejoren y no para
suplir lo que no se hace en clase.
Pero Pisa in focus (o Pisa à la
loupe, para los de francés) señala algunas peculiaridades de los deberes en
España. En ocasiones la carga de tareas (muchas veces mecánicas) es tan grande
que ¡no queda tiempo para estudiar!; otras veces, la mera presentación de
tareas (que pueden hacerse mecánicamente sin aprender nada o, incluso, ser
realizarlas por una tercera persona) suponen un porcentaje importante de la
nota final del alumno. Así se consigue inflar las notas, poner el acento en los
medios (las tareas) con olvido de los fines (saber). Esta trampa explica
también por qué, por recurrir a referentes
conocidos, los alumnos finlandeses dedican a las tareas escolares la mitad de
tiempo que los españoles (poco menos de 3 horas semanales en Finlandia, poco
más de 6 horas en España).
No hay
que pasar por alto tampoco la aspiración secreta de muchos padres: que a sus
chiquillos les manden deberes que fomenten valores, actitud empática, convivencia
familiar, actividad lúdica… y que de las tareas académicas se encarguen en el
colegio: toda una revolución. Y no es broma, que una de las razones por las
que, al decir de Pisa en focus,
aumenta la brecha social es porque los padres con menor nivel cultural no están
capacitados para (ayudar/hacer) las tareas de sus hijos. Ah, es que tal como se
plantean los deberes, lo académico recae muchas veces sobre los padres y, por
tanto, los alumnos llegan hasta donde llegan los conocimientos de los padres.
Quisiera acabar con las
mismas palabras de Pisa à la loupe.
Como verán, no dice que hayan de suprimirse los deberes, sino que hay que poner
los medios para que su realización no aumente las desigualdades. Concretamente:
"Los deberes representan una posibilidad suplementaria de aprendizaje; no
obstante, pueden incrementar las desigualdades socioeconómicas entre los
alumnos. Los centros de enseñanza y los enseñantes deberían hallar el medio de
alentar a los alumnos con dificultades y desfavorecidos a hacer sus
deberes".
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