sábado, 19 de mayo de 2018

La educación, camino del infierno

La educación, camino del infierno



Manuel Ballester


Los abuelos de antes gustaban de contar cuentos, historias, batallas. De hablar, en general. Y no sólo a sus nietos, sino a cualquiera que se pusiera a su alcance, aunque exhibiera sonotone. Con la edad, los sabios acaban aficionándose a los cuentos. No soy tan anciano ni tan sabio, pero me parece que no sería mala idea ir transitando la senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. De modo que voy a relatar una.
La misma, si la memoria no me falla, que salió a colación en la entrevista que Ciudadanos para el progreso mantuvo con el Consejero de Educación. Para amenizar la reunión, que no todo va a ser reclamar transparencia, rendimiento de cuentas y resultados.

El relato narra las andanzas de Sor Engracia, una monja en extremo alejada de Catalina de Erauso, la monja alférez. Porque si doña Catalina era mujer ruda, bronca y áspera, sor Engracia tenía la dulzura y la gracia hasta en el nombre. Su vida era un desvivirse por los demás. La buena monja cayó en la cuenta de que había un barrio especialmente abandonado de la mano de Dios, lleno de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína, sin más oficio que el de María de Magdala, vendiendo a pie de calle la más prohibida de las frutas, que diría Sabina. Compadecida, decidió tomar cartas en el asunto. Con el noble objetivo de conseguir que estas buenas gentes abandonaran la mala vida y pudieran cambiar la carretera por el camino del cielo, se propuso facilitar que pudieran ganarse honestamente la vida. Movió cielo y tierra para montar, en una palabra, una escuela de hostelería.
No es tarea baladí semejante asunto. Bregó sor Engracia para conseguir los dineros, gastó quintales de santa paciencia con el papeleo, convenció a los alumnos de la conveniencia de transitar otros derroteros vitales. Para qué seguir con el sinfín de gestiones que supone poner en marcha tamaña empresa.
La historia llega al momento culminante al abordar la selección de los profesores. Pensó sor Engracia que, obviamente, habrían de estar en estrecha sintonía con el objetivo que se buscaba, que debía ser gente acorde, coherente. Que debía, por decirlo para que lo entendamos todos, compartir los valores que allí se trataban de difundir. Valores valiosos donde los haya, a qué negarlo, pues no eran otros que acercar a esas ovejas descarriadas hacia el camino del cielo.
Con una coherencia innegable, Sor Engracia dedujo que con tales objetivos, con tales intenciones, con esos valores, los profesores no podían ser otros que las monjas más rezadoras y santas.
Y la escuela abrió sus puertas. Y echó a andar. Pero se descubrió que las monjitas no sabían cocinar: un pequeño detalle secundario. Algo así, si se me permite la metáfora, como si en las oposiciones a maestro de Primaria descubriéramos de pronto que los candidatos no saben las tablas de multiplicar.
 ¡Qué gracia, sor Engracia! La escuela fue un fiasco. Y una estafa fenomenal. Para quienes habían puesto dinero pensando en la buena obra, para las pobres monjitas que vieron que aquello no era lo que esperaban porque, finalmente, las Magdalenas tuvieron que volver al viejo oficio. Y así se entiende por qué dicen los antiguos católicos que “el camino del infierno está empedrado de buenos deseos” o valiosos valores, que dirían los pedabobos hodiernos.
Y es que cabría esperar de una escuela de hostelería que enseñara a cocinar. Y para eso no hace falta que los profesores haya pasado por el Bulli, pero el criterio de selección ha de estar relacionado con las enseñanza que se anuncia. Porque los valores que impulsan la escuela están muy bien, pero ni forman parte de las enseñanzas ni son lo esencial. Y así con todo: un taller debe reparar coches, una panadería hacer pan, independientemente de que se monten movidos por puro afán crematístico o por el noble y valioso afán de servir a la sociedad.
Y un sistema educativo, que de eso hablamos, debe transmitir conocimientos a los alumnos. En caso contrario, es una estafa. Con los valores mejores, con las buenas intenciones que se quiera, pero deja a los alumnos inermes, con un futuro profesional como el que, por otra parte, tenemos.

Reconstruir la escuela pasa, en primer lugar, por recordar que instruir es lo que da sentido al sistema educativo. Y no otra cosa. Sólo los sistemas totalitarios ponen como objetivo de la escuela la transmisión de valores, dejando la instrucción en manos de los padres. Todo lo contrario de lo que impulsamos quienes defendemos la libertad: que ha de ser la escuela un lugar de instrucción, de transmisión de conocimientos, de búsqueda de la excelencia académica y dejar la experiencia de los grandes valores para el ámbito familiar: instrucción y libertad, en definitiva. Los valores en la casa y los deberes en la escuela, o mal vamos. Lo contrario del sistema que tenemos. Y así nos va, con los mejores valores, con excelentes intenciones, camino del infierno, que dirían aquellos.

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/05/02/educacion-camino-infierno/466676.html

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