La educación, camino del infierno
Manuel Ballester
Los abuelos de antes gustaban
de contar cuentos, historias, batallas. De hablar, en general. Y no sólo a sus
nietos, sino a cualquiera que se pusiera a su alcance, aunque exhibiera sonotone. Con la edad, los sabios acaban
aficionándose a los cuentos. No soy tan anciano ni tan sabio, pero me parece
que no sería mala idea ir transitando la senda por la que han ido los pocos
sabios que en el mundo han sido. De modo que voy a relatar una.
La misma, si la memoria no
me falla, que salió a colación en la entrevista que Ciudadanos para el progreso mantuvo con el Consejero de Educación.
Para amenizar la reunión, que no todo va a ser reclamar transparencia,
rendimiento de cuentas y resultados.
El relato narra las andanzas
de Sor Engracia, una monja en extremo alejada de Catalina de Erauso, la monja
alférez. Porque si doña Catalina era mujer ruda, bronca y áspera, sor Engracia
tenía la dulzura y la gracia hasta en el nombre. Su vida era un desvivirse por
los demás. La buena monja cayó en la cuenta de que había un barrio
especialmente abandonado de la mano de Dios, lleno de gente sin alma que pierde
la calma con la cocaína, sin más oficio que el de María de Magdala, vendiendo a
pie de calle la más prohibida de las frutas, que diría Sabina. Compadecida,
decidió tomar cartas en el asunto. Con el noble objetivo de conseguir que estas
buenas gentes abandonaran la mala vida y pudieran cambiar la carretera por el
camino del cielo, se propuso facilitar que pudieran ganarse honestamente la
vida. Movió cielo y tierra para montar, en una palabra, una escuela de
hostelería.
No es tarea baladí semejante
asunto. Bregó sor Engracia para conseguir los dineros, gastó quintales de santa
paciencia con el papeleo, convenció a los alumnos de la conveniencia de
transitar otros derroteros vitales. Para qué seguir con el sinfín de gestiones
que supone poner en marcha tamaña empresa.
La historia llega al momento
culminante al abordar la selección de los profesores. Pensó sor Engracia que,
obviamente, habrían de estar en estrecha sintonía con el objetivo que se
buscaba, que debía ser gente acorde, coherente. Que debía, por decirlo para que
lo entendamos todos, compartir los valores que allí se trataban de difundir.
Valores valiosos donde los haya, a qué negarlo, pues no eran otros que acercar
a esas ovejas descarriadas hacia el camino del cielo.
Con una coherencia innegable,
Sor Engracia dedujo que con tales objetivos, con tales intenciones, con esos
valores, los profesores no podían ser otros que las monjas más rezadoras y
santas.
Y la escuela abrió sus puertas.
Y echó a andar. Pero se descubrió que las monjitas no sabían cocinar: un
pequeño detalle secundario. Algo así, si se me permite la metáfora, como si en
las oposiciones a maestro de Primaria descubriéramos de pronto que los
candidatos no saben las tablas de multiplicar.
¡Qué gracia, sor Engracia! La escuela fue un
fiasco. Y una estafa fenomenal. Para quienes habían puesto dinero pensando en
la buena obra, para las pobres monjitas que vieron que aquello no era lo que
esperaban porque, finalmente, las Magdalenas tuvieron que volver al viejo
oficio. Y así se entiende por qué dicen los antiguos católicos que “el camino
del infierno está empedrado de buenos deseos” o valiosos valores, que dirían los
pedabobos hodiernos.
Y es que cabría esperar de
una escuela de hostelería que enseñara a cocinar. Y para eso no hace falta que
los profesores haya pasado por el Bulli,
pero el criterio de selección ha de estar relacionado con las enseñanza que se
anuncia. Porque los valores que impulsan la escuela están muy bien, pero ni
forman parte de las enseñanzas ni son lo esencial. Y así con todo: un taller
debe reparar coches, una panadería hacer pan, independientemente de que se
monten movidos por puro afán crematístico o por el noble y valioso afán de
servir a la sociedad.
Y un sistema educativo, que
de eso hablamos, debe transmitir conocimientos a los alumnos. En caso
contrario, es una estafa. Con los valores mejores, con las buenas intenciones
que se quiera, pero deja a los alumnos inermes, con un futuro profesional como
el que, por otra parte, tenemos.
Reconstruir la escuela pasa,
en primer lugar, por recordar que instruir es lo que da sentido al sistema
educativo. Y no otra cosa. Sólo los sistemas totalitarios ponen como objetivo
de la escuela la transmisión de valores, dejando la instrucción en manos de los
padres. Todo lo contrario de lo que impulsamos quienes defendemos la libertad:
que ha de ser la escuela un lugar de instrucción, de transmisión de conocimientos,
de búsqueda de la excelencia académica y dejar la experiencia de los grandes
valores para el ámbito familiar: instrucción y libertad, en definitiva. Los
valores en la casa y los deberes en la escuela, o mal vamos. Lo contrario del
sistema que tenemos. Y así nos va, con los mejores valores, con excelentes
intenciones, camino del infierno, que dirían aquellos.
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/05/02/educacion-camino-infierno/466676.html
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