Queremos que el mundo cambie. A mejor, claro. Pero formamos
parte del mundo. Querer que el mundo cambie, incluso contribuyendo activamente
a ello, es empezar por lo fácil y externo. Aunque no lo consigamos, siempre
podrá decirse que hemos hecho lo que podíamos y que los malos, los culpables y “el
infierno” son los otros.
Quizá por eso Gabriel Zaid dice lo que dice:
«No se puede cambiar el mundo sin cambiar la propia vida, ni
cambiar la propia vida sin hacer que el mundo cambie. Y esos cambios requieren
algún poder», “La ambición de la poesía total”, p. 44
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