viernes, 6 de diciembre de 2019

Constitución o fraude


Constitución o fraude




Manuel Ballester


Quizá ha sido el azar el que ha colocado tan cerca las fechas de constitución de las Cortes (el pasado 3 de noviembre) y la conmemoración de la Constitución del Estado.
Esta cercanía permite percatarse con facilidad de algunas situaciones chocantes que pueblan la vida política en la actualidad.

Durante años, la fiesta de la Constitución fue una más en el calendario laboral y escolar. No porque la Constitución no fuese importante que, siendo la norma fundamental del Estado, no hay ley positiva que se le iguale. Como digo, no es que no hubiese motivos para festejar. Lo que ocurre es que se nos había olvidado. En ese sentido, Ortega y Gasset señala el riesgo de pensar que una sociedad organizada según principios tales como libertad individual, respeto al discrepante o legalidad es algo natural, que va de soi y no un logro cultural de primera magnitud. No ver, sigue Ortega, que es una delicada adquisición que hay que cuidar porque no tiene asegurada su continuidad es una ceguera peligrosa.
La Constitución española funda un marco que protege la libertad individual frente a quienes quieren imponer sus parciales, partidistas, perspectivas. Que el individuo que hormiguea en la sociedad civil pueda pensar y transmitir libremente sus opiniones a sus amigos, a sus hijos, en la prensa, es un pilar esencial que choca siempre con el anhelo de monopolio de “lo público” o “lo estatal” de la ideología izquierdista. Siempre habrá gente que se fíe más de Pedro Sánchez que de Amancio Ortega pero, en ese punto, La rebelión de las masas señala una amenaza para este logro cultural en el que estamos: «Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado».
Implícitamente reconocen casi todos la importancia de la norma fundamental del Estado. De ahí que consideren que calificar a alguien de inconstitucional es descalificarlo. Pretenden algunos, incluso, poner cordones sanitarios para no contagiarse de la lepra de los ultraextremoanticonstitucionales. Este acoso a Vox, con absoluto desprecio a la verdad, lo alienta la prensa, los medios de sumisión masiva, realizando un papel que sonroja incluso a feroces twiteros forofos o, lo que es lo mismo, profundizando en su propio descrédito.
Y llegamos así a la constitución del Parlamento el pasado día 3 de noviembre. La izquierda, animada por volver a enlazar un quinto mes consecutivo subiendo el paro, por el silencio cómplice ante la mafia de los Eres y otros detalles que tampoco tienen nada que ver con el Psoe vuelve a mirar mal, muy mal, al partido ultra ese. Como si Vox fuese un grupo de amigos y no los representantes de varios millones de españoles hartos y sin complejos.
La izquierda sostiene que Vox destila odio a la Constitución (lo más sagrado). El partido anticonstitucional es el enemigo, dice la izquierda, y en algo atina y en algo miente. No percibe nada extraño cuando abraza a quienes mantienen la ideología más letal en la historia de la humanidad, o a quienes abiertamente quieren liquidar la Constitución, a España y a los españoles. Acierta, a mi juicio, al identificar al enemigo: sólo Vox les planta cara y consigue que sus votantes estén orgullosos de sus representantes.
Es sabido que en la constitución del parlamento mismo alguno de los socios de Pedro Sánchez juró su cargo pero dejó claro que ni hablar de acatar, que allí estaban para dinamitar España. Y ni inmutarse la izquierda, que son sus socios. Y el centrito y la derechita; en su línea, sumisos y a no crispar.
Y el partido al que llaman anticonstitucional fue el único que defendió la Constitución, que exigió que quien manifiesta que no la va a cumplir no puede ser diputado, que recordó a la presidenta la función que, en ese punto, le encomienda la Constitución. Fue Vox quien expresó el sentir de millones de españoles y dijo a la presidenta que si no cumplía con su cometido, ni ahora que se le estaba recordando, que se atuviese a las consecuencias… judiciales, naturalmente: somos democráticos y hacemos las cosas dentro de la legalidad constitucional.
Es verdad que el PP y Cs también protestaron. Podían haberlo hecho hace ya algunas legislaturas. Lo han hecho ahora. Porque ahora está Vox, al que se puede votar sin taparse la nariz y sabiendo qué ideas va a defender.
De modo que aún hay esperanza. Tras años de creerse la milonga de la superioridad moral de la ideología más letal en la historia del planeta y del partido más corrupto de Europa, en vez de seguir desempeñando el papel de tonto útil, se le ha plantado cara. Acierta la izquierda: en el parlamento ya está su enemigo, ya hay representantes de la España viva y sin complejos.


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