Juan Salvador Gaviota: Volar y
vivir, conocer y amar
Manuel Ballester
Richard Bach (1936) es conocido fundamentalmente por la
célebre Juan Salvador Gaviota (Jonathan
Livingston Seagull: a story, 1970),
novela en la que funde exitosamente las ideas de vuelo y vida. Vivir es volar.
Volar como todos, como cualquiera de la bandada, es vivir mediocremente. Es un
mensaje que caló hondamente y obtuvo amplio eco. Porque es una llamada a la
autenticidad, a descubrir en nuestro interior la invitación a la excelencia.
La obra, ágil, breve, de fácil lectura, está estructurada en
tres partes.
En la primera parte se nos presenta al personaje
protagonista, cuyo nombre da título a la novela. Pronto averiguamos que «no era
un pájaro cualquiera» ya que mientras que «para la mayoría de las gaviotas, no
es volar lo que importa, sino comer», esta gaviota singular quiere alcanzar la
perfección en el vuelo. Ahí encuentra el sentido de la vida y la belleza de la
existencia.
Intenta transmitir ese gozo puro al resto de la bandada. Pero
ellos no quieren volar. Quieren comer. Nada más. Acaban expulsándolo: «pasó el
resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los lejanos acantilados».
Lo peculiar de la novela radica en lo que narra en las
partes segunda y tercera.
Tras lograr activamente el máximo nivel, vinieron por él. Descubre
entonces que hay distintos niveles de existencia. Él pertenece a una bandada de
orden superior, celestial. Ese parece su lugar, esa parece su bandada, esos
parecen sus hermanos “auténticos”.
En este plano tiene hasta un instructor (Rafael, en la
versión española). Le adiestra, le anima y le informa de que hay una serie de
mundos, cada uno de orden superior, y «elegimos nuestro mundo venidero mediante
lo que hemos aprendido en este. No aprendas nada y el próximo mundo será igual
que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar».
Más adelante encuentra una gaviota inmensamente sabia,
Chiang, de quien recibe numerosas revelaciones. Por ejemplo: el cuerpo «no es
más que pensamiento puro; nothing more than thought itself». De ahí que vivir más plenamente es
entender más. Progresar es comprender: «¡Olvídate de la fe! […] Tú no
necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el
vuelo».
Al plantear así la perfección surge, entre otros, el
problema del final del proceso. Y se trata de lo más complicado, «lo más
difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo […] comprender el significado
de la bondad y el amor».
Hay una intuición fuerte en ese sentido: la cumbre de la perfección
es el amor. Así, las últimas palabras de Chiang son: «Juan, sigue trabajando en
el amor». Seguir trabajando el amor equivale a descubrir que su misión es
volver a la primera bandada y animarles a progresar o, lo que es lo mismo,
convertirse él mismo en instructor. Su soledad, cuando fue expulsado, se debió
a que no entendió que la felicidad obtenida con la perfección no se acababa en
él sino que, como dicen los clásicos, bonum
diffusivum sui: lo bueno ha de darse, comunicarse. Y algo de esto es el
amor.
Juan desciende a la primera bandada y allí encuentra otras
gaviotas inadaptadas. Las instruye, encuentra dificultades, traiciones,
adhesiones. Y cura enfermos. Y resucita muertos. Y hace discípulos que serán, a
su vez, nuevos adiestradores.
Hay una cuestión lingüística de la versión española que me
parece digna de destacar. Los nombres de varios personajes importantes son
vertidos de un modo un tanto peculiar. Así, Jonathan Livingston pasa a ser Juan Salvador (!!!), con lo que queda alterado el título
mismo (no ocurre así en las versiones francesa, italiana o alemana: Jonathan Livingston le goéland; Il
gabbiano Jonathan Livingston; Die Möwe
Jonathan); el instructor “celestial”
pasa de ser Sullivan a Rafael; y el primer discípulo “terrestre” pasa de
Fletcher Lynd a Pedro Pablo. Hay varios ejemplos más de este tipo de traducción
“creativa”. ¿Es fruto del azar o un intento de acercar a Juan Salvador con
Jesucristo, a su instructor celestial con el ángel Rafael y a su discípulo con
S. Pedro?
En otro orden de cosas, subrayemos que el proceso de
perfeccionamiento es un proceso cognoscitivo, de comprensión creciente. Y, por
eso mismo, al percibir que lo máximo es el amor, se produce una paradoja: en la
cumbre del (auto)conocimiento nos encontraríamos con algo no cognoscitivo sino del
espectro volitivo-afectivo.
Tras una jerarquía de mundos, se descubre que lo máximo no
consiste en seguir autoperfeccionándose para apartarse de la manada. Lo máximo
es comprender que «Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran
Gaviota, una idea ilimitada de la libertad […] y el vuelo de alta precisión es
un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza». Y amarlas es
comprender, «practicar y llegar a ver la verdadera gaviota, ver el bien que hay
en cada una y ayudarles a que lo vean en sí misma. Eso es lo que quiero decir
por amar».
En definitiva, en la primera parte logra ilusionar con la
idea de buscar la propia plenitud. En la segunda, nos quita la urgencia por
alcanzar la perfección ya que sostiene que lo que no hagamos en esta vida nos
esperará indefinidamente en sucesivas vidas. El proceso hacia la plenitud es un
proceso de comprensión. Por eso, en la tercera parte se constata que el amor
(plenitud) es difícil: porque es complejo (no imposible) llegar al amor desde
el conocimiento. La cumbre del conocimiento es un concepto (en la novela, la
idea de la Gran Gaviota) y, por tanto, algo que no puede ser amado (de hecho,
en la obra no se ama a la Gran Gaviota sino a su imagen, su reflejo, en las
gaviotas de la bandada): nadie reza a un concepto, que decía Wilamowitz.
Ese amor, difícil porque sólo es posible tras la
comprensión, viene al final. Y sólo es posible el amor del que es perfecto y
superior (el que ya ha comprendido) hacia el inferior; no del niño al padre,
porque el niño no sabe.
Esta dificultad no es nueva en la historia. Si lo supremo
(la Gran Gaviota o Dios mismo) es sabiduría, entonces nuestra comprensión
siempre será imperfecta, sólo cabría una especie de teología negativa. Si, por
el contrario, Dios es amor, entonces la actitud correcta, la vía de plenitud no
excluye ni exige la comprensión ya que estriba en la veneración amorosa, en la adoración
reverente.
Así el amor, la libertad, la plenitud, se hace accesible a
todos. Incluso, más accesible a los niños y gente sencilla que a los eruditos.
Publicado en Aleteia
el 1 de noviembre de 2020:
https://es.aleteia.org/2020/11/01/juan-salvador-gaviota-volar-y-vivir-conocer-y-amar/
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