La instantánea y el instante
“¡Detente, instante: ¡eres tan bello!”.
El genio de Goethe pone repetidas veces en boca de Fausto esa evocadora expresión. En diálogo con Mefistófeles, que sabe más por viejo que por tentador.
Fausto no habla de la fotografía, obviamente, pero sus
escarceos con el “instante” bello y fugitivo no van totalmente desencaminados
si lo enfocamos hacia el instante, bello y permanente, que capta la fotografía.
Parece que el fotógrafo haya logrado el anhelo fáustico:
detener el instante, inmovilizar el movimiento, capturar la gracia.
Porque era eso lo que se quería, ¿no?
En la fotografía hay técnica, arte, práctica y experiencia. La fotografía tiene un punto de aprendizaje y enseñanza, que puede ser autodidáctico, pero es aprendizaje. Pero eso no es todo. Quizá no sea ni siquiera lo esencial.
Quizá la cuestión no es que el instante plasmado en la
instantánea sea fugitivo, móvil o evanescente. Quizá lo que se pretende captar
es, más que lo fugitivo, lo bello. Así de rotundo: el fotógrafo ha percibido la
belleza ubicua.
Le mueve, si mi interpretación no es totalmente
desafortunada, el afán de belleza. El fotógrafo ha visto que hay belleza en la
aurora y en el ocaso, en el mar y en la tierra, en el paisaje y en la urbe, en
lo grande y en lo pequeño, en el bebé y en las arrugas de una vida cargada de
días.
Cada instante merece una instantánea. ¡Qué belleza hay en
las fotos de nuestra niñez! Las fotos pueden estar físicamente estropeadas pero
no es la instantánea: es aquel instante en el que estábamos todos; simplemente
estábamos todos. Y estábamos celebrando, o jugando o no importa qué. ¡Qué
maravilla! Estar todos juntos. No lo sabíamos pero aquello era muy hermoso.
Y aquel instante fue captado en una instantánea. Con mayor o
menor técnica, poco importa. Pero la instantánea permite rescatar más y más
belleza y bondad de aquel instante.
Quizá la fotografía sea eso: objetivar algo que el fotógrafo
ha visto bello. Quizá no quiere que pase. Quizá no se da cuenta de que hay
tanta belleza a nuestro alrededor como estrellas en el cielo. Quizá fotografía
unos granos de arena de la playa ¡Qué belleza! Pero hay más. Mucho más.
Las fotografías son ventanas al lado luminoso del universo.
Publicado en el suplemento de Letras de Parnaso, nº 70, octubre 2021, p. 6.
La belleza es pura invitación, como la poesía es puro deseo de engendrar belleza y la filosofía mero afán por explicar la belleza.
ResponderEliminarGoehte, como buen poeta, desea algo más que plasmar una imagen añora robarle ese segundo al universo, y lo hace no para hacerlo suyo, sino para en él hacerse eterno. Una maravillosa reflexión Manuel.
Muy atinado y amable, como siempre.
EliminarNo obstante, introduciría un matiz. La filosofía, aunque los modernos y postmodernos se han lanzado a explicar (y así les va), nace como contemplación, como disfrute, de la belleza del mundo. Pitágoras dice aquello de que la vida es como un circo: unos van a competir, otros a hacer negocio y otros a disfrutar del espectáculo. Así obran los dioses y los filósofos
Preciosa reflexión, cada instante es eterno, bello, estético, bueno o también horrible. Capta para siempre el mundo tal como es para el ser humano, tal como lo siente y lo vive, siempre en el presente.
ResponderEliminarMagdalena, mil gracias por dedicar un instante a leer y comentar. Un cordial saludo
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