Cuentos de ayer para entendernos hoy
Manuel Ballester
Entender lo que pasa, saber lo que nos ocurre, no siempre es
fácil.
Estaba estudiando un día en la facultad. De pronto me sentí
bloqueado, mareado, con sudor… Síntomas evidentes pero, por ir a nuestro
asunto, no entendía qué me pasaba. Que una cosa son los síntomas y otra el
diagnóstico. Entender algo es dar con una organización coherente de los datos:
lo que viene siendo un buen relato.
Viendo lo que nos pasa estos días, me vienen a la cabeza un
par de relatos. Por si interesan.
Ahí va el primero. Es un relato básico, fundamental. De hecho lo encontramos en el libro del Génesis y se refiere a una de las primeras cosas que hay que saber para andar por la vida. Podíamos denominarlo “el relato de las lentejas”.
Recordarán que en un aprieto, un momento de necesidad…
Podíamos decir también “Había una vez un lugar muy muy lejano donde algunos
pasaban estrecheces (qué se yo, por el precio de la luz, gasolina, impuestos…)”
pero no: lo dejamos en que el hermano mayor, destinado a heredar todo, estaba
necesitado, hambriento. Y hay que comer, claro: las lentejas son las lentejas.
Y eso pensó el astuto hermano menor quien le preparó un plato de lentejas y se
lo puso delante. Esaú, que así se llamaba el heredero, se hartó de lentejas. Y
perdió todo. ¡Pobre Esaú!
Pero no sufran, no se preocupen por Esaú. Sólo es un relato.
Pasó (si es que llegó a pasar) en la infancia de la humanidad. Lo importante es
que no nos pase que en un momento de apretón, olvidemos nuestra grandeza y
tiremos por la borda nuestra vida a cambio de un parche, de unas lentejas de
nada.
Las lentejas son las lentejas. Este relato es fácil y
transmite una verdad muy básica. Incluso para los que sostienen que no hay más
verdad que la del cristal de cada quien, que también eso nos pasa.
Ahí viene el otro relato en el que un tal Poncio Pilato se
preguntaba precisamente eso “¿Qué es la verdad?”. Poncio no lo sabe; o eso
dice. Normal, por otra parte. ¿Quién sabe qué es verdad? Algunos afirman que el
asunto moderno, postmoderno, deconstruido y recontruido es que,
definitivamente, la verdad no existe. Hipótesis que tiene el cuajo al
presentarse como verdadera y como un logro de los tiempos modernos. Poncio
podría proponerse como patrón de estas lumbreras pero no llegó tan lejos: él
era más básico, como decimos.
Pilatos no sabe qué es la verdad (o eso dice), condena a
muerte al reo, se lava las manos y, como juez que es, dicta sentencia firme:
“Soy inocente”. Un rule. Porque el juez tiene que juzgar los hechos, los
síntomas, no a sí mismo.
Y pudiera ser que algo de esto nos pase. Quien no tiene
claro, quien no sabe la verdad de, pongamos por caso, el silencio de los
sindicatos ante el expolio a la “clase obrera y trabajadora” o la censura en redes
o el monótono repetir de las consignas del gobierno, esos, digo, trincan las
lentejas y se lavan las manos diciendo que los malos son los
ultraextramaderecha y sus locos camiones, y los agricultores pisoteando atolondradamente
líneas rojas.
Quizá no haya verdad, pero hay consignas y subvenciones
(lentejas, en suma). Y, lavándose las manos, la prensa sumisa declara en
editoriales y titulares que es inocente de acompañar al tirano por la senda de
la opresión. Las lentejas son las lentejas. Eso es tan verdad como que a Esaú
le costó el patrimonio, que yendo por ahí se pierde todo, lectores y
credibilidad.
A veces, honestamente, no se sabe dónde está la verdad, el
bien y la justicia. ¿Ortega Lara u Otegi? ¿Quién sabe? Me encanta el relato de
Pilatos. Para juzgar, para condenar a los malos y absolver a los buenos, hay
que saber. Si no se sabe qué es verdadero y justo, entonces nos lavamos las
manos, nos declaramos inocentes, aseguramos las lentejas, le damos la razón al
fuerte, y mandamos al patíbulo al débil e inocente.
Afortunadamente, a veces los débiles son semilla. Pero ese
es otro relato.
Publicado en La verdad, 25 de marzo de 2022:
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