Nunca me abandones: Cuando se quiere todo
Manuel Ballester
Vivimos
en la idea de que nuestro mundo es mejor que el de nuestros abuelos. El
progreso en el ámbito científico, con especial referencia a la salud, es
espectacular. Ya anciana, un personaje del premio Nobel Kazuo Ishiguro lo
recuerda como «un mundo
nuevo que se avecinaba velozmente. Más científico, más eficiente. Sí. Con curas
para las antiguas enfermedades. Muy bien».
Ishiguro (Nagasaki,
1954) lleva a cabo un acercamiento original a este mundo en el que viven
sus personajes y sus lectores (si es que, al final, la literatura y la vida no
son lo mismo) en la novela Nunca me
abandones (Never let me go,
2005).
Esa existencia más científica, eficiente, con menos enfermedades, con una vida más larga y saludable esconde un lado oscuro, un precio que hay que pagar.
La novela
está escrita desde la perspectiva de Kathy. Arranca así: «Mi nombre es
Kathy H. Tengo treinta y un años y llevo más de once siendo cuidadora». Kathy nos traslada a los días
de su infancia en Hailsham, una residencia-internado para niños geniales,
creativos. Unos niños especiales en muchos sentidos. Los cuidadores y
profesores tienen prestigio a los ojos de los alumnos; los van guiando en su
progreso intelectual y los van preparando para la vida, para la vida fuera de
Hailsham, para lo que la sociedad espera de ellos.
Al hilo
de la narración vamos descubriendo rasgos reveladores. En ningún momento nadie
habla de padres, hermanos o familia. Desde muy pequeños tienen claro que «ninguno
de nosotros podía tener
hijos», como la
gente normal. Sin padres ni hijos, sólo se tienen a sí mismos. En cierto
sentido, es el ideal moderno del individuo sin lazos, sin vínculos, sin deudas
ni responsabilidades.
No son
hijos porque han sido producidos, fabricados. Y, como todo producto, se hace
con una finalidad. Este mundo moderno es más científico, más eficiente, sí,
pero también «más duro, más cruel». Estos niños especiales sólo tienen
el valor de la funcionalidad: son donantes, irán entregando partes de su cuerpo
para que otros (los normales) puedan vivir más tiempo.
Todos los cuidadores de Hailsham pretenden hacer más grata la vida a los niños. Pero
¿cómo hacerlo? ¿Deben decir la verdad a los niños o deben dejarlos en la
ignorancia?
El sexo y la muerte están tan presentes como el eufemismo.
Ni una sola vez aparece la palabra muerte. El eufemismo cubre no sólo la muerte
sino los distintos aspectos duros de la vida de estos chicos.
Se les prepara para la vida. Se les enseña cómo son las
relaciones sexuales, cómo se lleva a cabo el acto sexual. Se les dice que
tienen que aprender que para la gente normal, el sexo es algo distinto a un
juego placentero que cada uno practica cuando y con quien quiere: «en el mundo
exterior llegaban a pelearse y a matar porque una determinada persona hubiera
tenido sexo con otra. Y la razón de que el sexo significara tanto –mucho más,
por ejemplo, que la danza o el tenis de mesa- estaba en que la gente del
exterior era diferente a nosotros: a través del sexo, podían tener hijos. Por
eso era tan importante para ellos la cuestión de quien lo hacía con quien».
En definitiva, el mundo es duro porque es meramente funcional
y todo en el hombre clama por trascender la funcionalidad. El individuo puede
jugar a tener relaciones sexuales o a crear obras de arte pero, al final, se
trata de que haga aquello que se espera de él. Y nada más o, lo que es lo
mismo, cualquier cosa que le entretenga siempre y cuando no entorpezca su
función de donante; de ahí, por ejemplo, el horror que le inculcan a los niños
al tabaco: un buen donante tiene que estar sano.
El amor
aparece, ligado al sexo, como una posible huida (realmente, sólo un
“aplazamiento” del destino inexorable) a ese mundo cerrado, roto. Los
personajes investigarán esa posibilidad de escapar de una vida sine spe
nec metu, sin miedo ni esperanza, lúcida y resignada visión de una vida que
«es una película de terror, y la mayoría de las veces la gente no quiere
pensar en ello». La literatura y la vida, al final, son lo mismo: los
personajes y los lectores son gente, y prefieren no saber, apartan la mirada
del destino al que les conduce una visión funcional, utilitaria, de la vida que
se está imponiendo en este primer cuarto del tercer milenio.
Es
cierto que hay aspectos utilitarios y funcionales en la vida. Pero no es menos
cierto que en cada uno de nosotros late hondamente el anhelo de ser amado
incondicionalmente, de ser querido siempre. El vigor del cuerpo está bien pero
lo que anhelamos es saber que alguien no nos abandonará nunca. Pero eso no cabe
en un mundo funcional. Hay ahí una tarea fascinante.
Publicado en Aleteia, 5 agosto 2022:
https://es.aleteia.org/2022/08/05/nunca-me-abandones-cuando-se-quiere-todo/
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