Entusiasmo por la realidad (13)
No todo son problemas (1)
Manuel Ballester
Todos tenemos problemas: económicos, de salud, de relación
con los vecinos, en el trabajo… Hay problemas en todos los ámbitos en los que
nos movemos. Los problemas nos rodean.
Lo que tienen en común los problemas es que son obstáculos que hay que esquivar, nudos que hay que des-atar, conflictos que hay que des-hacer, dudas que hay que re-solver o di-solver. Y todo eso (esquivar, desatar, deshacer, resolver y disolver) es lo que hay que hacer con los problemas. Cuando lo hacemos, el problema desaparece.
Hay quien es resolutivo y hábil, y resuelve sus problemas; y
otros carecen de esa capacidad. Pero, al margen de nuestra mayor o menor pericia
para resolverlos, lo que caracteriza a los problemas es que plantean una
dificultad superable.
El problema es, por decirlo de un modo rotundo, algo que
puede ser resuelto. Hay problemas que no se resuelven porque los afectados no
quieren (cambiar de actitud o hacer lo que corresponde) o porque no disponemos
de los medios o por cualquier otra razón. Pero el problema, que es lo que
interesa destacar, es algo que puede ser resuelto, es algo que podemos
controlar, dominar y anular.
Esto es así en el ámbito de nuestra experiencia común y
ordinaria. Y también en el ámbito de los saberes más rigurosos (sean
científicos, humanísticos o técnicos). Lo que es un problema para el jurista no
tiene por qué serlo para el arquitecto y el problema del químico puede no
decirle nada al matemático, y así sucesivamente. En cada ámbito de acción o de
saber se encuentra problemas específicos y se resuelven con un procedimiento
(método) también específico.
Se mantiene en el ámbito de los saberes rigurosos lo que ya
habíamos descubierto en nuestra experiencia ordinaria: hay problemas y lo que
los caracteriza es, precisamente, que pueden ser dominados, resueltos. Insisto
en que el hecho de que los problemas puedan ser resueltos no quiere decir que
yo pueda resolverlo. Si un problema se resuelve con dinero y yo no tengo, yo no
puedo resolverlo; pero el problema es soluble.
En la modernidad, las ciencias han adelantado una barbaridad
o, lo que es lo mismo, gracias a la delimitación precisa de objeto y método,
han definido y resuelto un número creciente de problemas.
La mentalidad científica ha arrasado. Se autoproclama único
juez y parte competente en la demarcación entre lo que es serio y riguroso
(científico) y lo que son atavismos, ensoñaciones y otros resquicios del pasado
inculto propio de la infancia de la humanidad. Es verdad que aún quedan asuntos
pendientes pero hemos encontrado el camino (método) seguro de la ciencia y todo
será planteado como un problema y resuelto. El hombre moderno articula su
relación con el mundo y sus problemas en términos de poder. Todo son problemas
que podemos resolver; algunos aún no se han resuelto pero el progreso es
imparable y acabaremos solucionándolo todo. Es cuestión de tiempo.
En este clima intelectual hay una serie de pensadores que
apuntan en otra dirección. Señala Gustave Le Bon en 1895 la ciencia «ha
prometido la verdad o, al menos, el conocimiento de las relaciones que nuestra
inteligencia puede captar; no nos ha prometido jamás ni la paz ni la felicidad;
Elle nous a promis la vérité, ou au moins la connaissance des relations que
notre intelligence peut saisir; elle ne nous a jamais promis ni la paix ni le
bonheur», Psicología
de las masas, Psychologie des foules.
La felicidad,
señala Le Bon, ni es un problema que podamos resolver ni es un atavismo propio
de mentalidades primitivas. Dejando aparte el error cientificista, sigamos
avanzando. Si no es problema, ¿qué pasa ahí? ¿qué es esa cosa llamada
“felicidad”? ¿qué tipo de cosas nos estamos perdiendo?
Porque la cuestión
no son las realidades en las que pone el foco la ciencia. Es que cuando nos
centramos en esos problemas, dejamos de ver lo que está fuera del foco. Así
habla Creonte al rey recordándole el episodio de la esfinge: “La
Esfinge, de enigmáticos cantos, nos determinaba a atender a lo que nos estaba
saliendo al paso, dejando de lado lo que no teníamos a la vista”. Algo de esto
pasa: miramos lo que nos sale al paso, resolvemos problemas y dejamos de ver la
felicidad y otras realidades que no son problema.
Pero si no es problema y nos interesa, ¿qué es? ¿de qué
hablamos?
Hay tres autores que han abordado esta cuestión y pueden
ayudar a comprenderla. Maurice Blondel propone distinguir entre problema y
enigma. Su concepto de enigma no coincide exactamente con lo que plantea la
esfinge pero de ello hablaremos más adelante. Gabriel Marcel distingue entre
problema y misterio. Finalmente, Unamuno se refiere al misterio de la
personalidad (especialmente en el contexto de su obra El otro).
Para no alargar, en artículos sucesivos abordaremos con
detenimiento la cuestión del misterio y, en tercer y último momento,
repasaremos las implicaciones de la esfinge.
Publicado en Letras de Parnaso, nº 75, Año VIII (2ª etapa), agosto 2022, pp. 20-21:
Formato pdf:
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Formato libro:
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