Soledad y fortuna en El gran Gatsby
Manuel Ballester
Nuestra situación en la vida y nuestra actitud ante las
circunstancias configuran en gran medida cómo nos van las cosas.
Scott Fitzgerald (1896-1940) hace pasar por las páginas de El gran Gatsby (1925) a tres parejas de
distinta posición y actitud.
De Gatsby y su mundo, en principio, no sabemos nada. O, más
precisamente, de Gatsby vamos averiguando demasiadas cosas: contradictorias,
asombrosas, pero nada seguro. Lo único seguro es que es inmensamente rico y que
organiza unas fiestas fastuosas a las que acude mucha, muchísima, gente; una
multitud de personas importantes, celebrated
people, gente célebre, de la que cuenta en el mundo.
Las mujeres casadas Myrte (Mirto) y Daysi (Margarita) tienen
nombres de plantas ornamentales que hace fácil pensar en la categoría de
mujer-florero. Ambas son infieles. Myrte es pobre y cabría pensar que busca a
un hombre que le permita una vida con el desahogo y los caprichos que compra el
dinero, es decir, podría pensarse que su infidelidad está motivada porque
quiere mejorar su posición económica; pero Daisy es inmensamente rica y, por
tanto, ahí no cabe la misma interpretación. Podemos intentar una comprensión
cambiando el enfoque.
Daisy es una preciosa Margarita que ha crecido con todos los
cuidados. Pero no está a gusto con lo que tiene: no está satisfecha. Es
significativo, en ese sentido, cómo cuenta a su primo cómo vivió el nacimiento
de su hija. Y lo cuenta porque «eso demuestra lo que he llegado a sentir acerca
de todo».
Me parece, por eso, importante prestar atención a estas
breves líneas en las que una persona de posición acomodada desvela su actitud
ante la vida porque, además, es el motor de la historia. Gatsby sólo es el gran Gatsby por su relación con
Daisy.
Tras el parto,
dice Daisy, «me desperté de la anestesia con una sensación de profundo
abandono, y le pregunté a la enfermera si era niño o niña. Me dijo que era una
niña, y volví la cabeza y me eché a llorar. “Estupendo”, dije, “me alegra que
sea una niña. Y espero que sea tonta. Es lo mejor que en este mundo puede ser una
chica: una tontita preciosa”. Ya ves, creo que la vida es terrible».
Esta actitud ante la vida puede parecer francamente trágica.
Pero no lo es. No lo es porque es
pura pose, pose trágica pero pose. Y la pose consiste en desempeñar un
papel, en aparentar, es una «insinceridad básica (basic insincerity)»: «casi
todas las poses terminan ocultando algo». De hecho, tras esas palabras sobre lo
terrible que es la vida, Daisy concluye: «¡Dios mío!, ¡Qué sofisticada soy!».
Daisy es rica pero se siente abandonada: no se siente
querida. Eso sí es terrible. Pero ella reacciona representando un papel,
forjando una apariencia de persona sofisticada.
Independientemente de que esa actitud ante la vida sea
consciente o inconsciente, denota una gran superficialidad. La superficialidad, la frivolidad, es la
constante del ambiente y los personajes centrales de la novela. Esa
superficialidad exige cultivar la pose, la apariencia, y estar en continua
actividad, no parar, ir de fiesta en fiesta, no quedarse solo, no pensar.
Gatsby, enamorado de Daisy cuando él era pobre, entiende que
la única dificultad estriba precisamente en su pobreza. Pensando en Daisy
levantará su imperio, logrará ser inmensamente rico al tiempo que muestra una
gran inseguridad personal. Su gran amor, su gran pasión por Daisy, por otra
parte, transmite la imagen de que «quería recuperar algo, cierta idea de sí
mismo, quizá, que dependía de su amor a Daisy. Había llevado desde entonces una
vida confusa y desordenada, pero si podía volver al punto de partida y
revisarlo todo despacio, descubriría qué era lo que buscaba».
Con un escenario distinto, El gran Gatsby muestra una conexión entre la afición a las “fiestas
galantes”, la superficialidad, la soledad y la tristeza de un modo similar a
como lo hará algunos años después Françoise Sagan con su célebre Buenos días, tristeza.
La gente que asiste a nuestras fiestas no es la misma que la
que asistirá a nuestro funeral. Quizá la gente que se congrega donde hay dinero
no sigue unida cuando se acaba la velada: no es de buen tono social intentar
que nuestros compañeros de superficial distracción nos acompañen en los
momentos duros de la vida. Quizá por eso los personajes de El gran Gatsby acaban solos, abandonados.
Podría pensarse que los Buchanam son una excepción, que se
hacen compañía. De hecho, siguiendo una pauta del matrimonio, huyen juntos
cuando las cosas se ponen mal. Pero, superando la mirada superficial, quizá
podamos recordar que Daisy experimenta «una sensación de profundo abandono» y
por eso ambos reciben el juicio severo del narrador: «Tom y Daisy eran personas
desconsideradas (careless people).
Destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su
inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban
que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban…».
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