Entusiasmo por la realidad (14)
También hay misterio (2)
Manuel Ballester
Está claro que hay problemas en todos los ámbitos en que nos
movemos.
El hombre moderno tiene una gran fe en el progreso, en el
avance de las ciencias. Las ciencias, como es sabido, adelantan una barbaridad,
es decir, son capaces de resolver problemas cada vez más complejos de un modo
cada vez más eficaz.
Y eso no sólo es verdad sino que está muy bien, claro.
Siempre y cuando no
olvidemos que no todo son problemas.
Wittgenstein lo plantea así: «Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas [wissenschaftlichen Fragen] hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales [unsere Lebensprobleme] todavía no se han rozado en lo más mínimo», Tractatus logico-philosophicus, 6.52.
La terminología
usada por Wittgenstein es reveladora: todo son problemas pero hay cuestiones,
preguntas [wissenschaftlichen Fragen], que la ciencia puede manejar con
éxito y expresarlos en términos propios de la ciencia natural pero hay también
otros asuntos [Lebensprobleme] que no tienen nada que ver o, dicho de
otra manera, son de otro nivel, hay que abordarlos de otro modo.
Por eso Wittgenstein
concluye que hay asuntos como “el problema de la vida” [Das Problem des Lebens] o “el sentido de la vida” [Der Sinn des
Lebens] que no son abordables desde el saber científico, y por eso las
ciencias naturales carecen de lenguaje para hablar sobre ello pero, eso sí, «lo inexpresable, sin embargo, existe. Se muestra
[Es gibt allerdings Unasusprechliches. Dies zeigt sich]», Tractatus, 6.522. Hay, existe,
algo que no es problema, que no puede ser expresado con el lenguaje de las
ciencias pero que se hace presente en nuestras vidas.
Wittgenstein y
buena parte de la mentalidad moderna pretenden que sólo lo que cae bajo el foco
de la ciencia (los problemas) tiene entidad, es real. Por eso, lo que no es
abordable con esos criterios, aparece como algo irracional, absurdo, fruto de
planteamientos primitivos. Wittgenstein tiene la honestidad de señalar que, en
cualquier caso, “algo hay” (Es gibt), algo que no puede ser manejado ni
expresado en términos del saber científico. Es inefable (Unasusprechliches)
pero ahí está. Es real. Se muestra a sí mismo (zeigt sich). Wittgenstein
le llama lo místico “es ist das Mystische”, nosotros lo denominaremos “misterio”
porque, además, ambos términos derivan del mismo sustantivo: mysterion.
Son misterios realidades como la familia, la felicidad, la muerte, el sufrimiento, el amor,
la vida y su sentido. Aparecen en
nuestro horizonte vital, son realidades que se nos muestran (zeigen sich uns, diría Wittgenstein).
Son fuente de problemas pero no son problemas. La familia genera el problema de
la vivienda, del trabajo, etc pero la familia es otro tipo de asunto: aunque
resolviésemos todos esos problemas, que diría Wittgenstein, aún no habríamos
rozado el misterio de la realidad familiar.
Llamemos “misterio” a eso que se nos muestra y que no es
problema. Tampoco es algo irracional o absurdo. Confundir el misterio con lo
absurdo es mala cosa, es un reductivismo que afirma que sólo es real lo que
podemos encasillar en el marco del método científico. El misterio no es absurdo.
Somos seres pensantes y lo absurdo nos tira para atrás por
irracional, por antihumano. Y nos hace mirar para otro lado. Lo misterioso es,
por el contrario, profundamente humano. Nos seduce, nos atrae como una luz en
la oscuridad. Pensemos en realidades tan misteriosas como amor, felicidad,
amistad: ni son puras fantasía, ni son absurdas ni, por eso, nos repelen. Por
el contrario, ojalá nuestra vida sea capaz de acoger esos misterios; entonces
sería fecunda y luminosa, entonces tendría sentido.
Cuando decimos de alguien que es un misterio, queremos
subrayar que no es previsible ni controlable. Ocurre que nos gusta tener el
control, dominar la situación. Y eso pasa con los problemas, con los asuntos de
que se ocupan las ciencias. Pero el misterio no se deja: nos supera. El
misterio no puede ser disuelto ni resuelto, no se deshace por muchas vueltas
que le demos.
No podemos con los misterios: los misterios pueden con
nosotros. Y, por eso, ante los misterios el hombre tercamente dominador se
siente impotente: ¿qué puedo resolver respeto a mi muerte, por ejemplo? Hacer
testamento y dejar la casa recogida es lo que puedo hacer por los vivos pero
frente a mi muerte nada puedo. Y así con todo misterio. No se trata sólo de que
sea inevitable: también es inevitable que en invierno haga frio, pero puedo
manejarlo; la muerte, no. El amor, la familia, la felicidad, tampoco puedo
manejarlos: son misterios.
Normal, por eso, que el hombre haya tenido una relación con
los misterios de tipo religioso o sagrado, es decir, reconociendo que son
ámbitos que nos envuelven, nos superan y en los que nos movemos, existimos y
somos. De hecho, la etimología apunta en esa dirección en cuanto que el
sustantivo mysterion deriva del
verbo múein, equiparable
a “cerrar los ojos”, por lo que su significado sería equivalente a secreto o
intimidad guardada; secreto que desde un comienzo hizo referencia al ámbito de
lo sagrado, numinoso, religioso.
En nuestro mundo secularizado mantenemos la huella de este
planteamiento cuando pretendemos averiguar el secreto de la felicidad, de la
vida o de las otras realidades misteriosas.
El misterio alude a la hondura de la realidad que se nos
muestra sin permitir que nos la apropiemos, que sigue siendo libre y grande
tras entregársenos y ser recibida por nosotros gracias a nuestra apertura, para
“dejar ser al ser”, para captar la realidad que se nos manifiesta, para
escuchar con atención qué pasos debo dar para que mi vida tenga sentido, para
escuchar con atención cómo debo tratarme con los miembros de mi familia (homo homini res sacra, que diría el
pensador cordobés).
Si los problemas ponen a prueba nuestra pericia (intelectual
o práctica), los misterios aluden a nuestra capacidad de apertura (ante lo que
nos supera) y escucha atenta (ante lo que es superior). Escuchar con atención,
en latín, se dice ob-audire que da la
palabra española obedecer. El
misterio requiere nuestra obediencia. Sin degradarnos. Porque es superior.
Porque marca el camino de nuestra plenitud.
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