¿Quién no se ha sentido alguna vez incapaz de alcanzar una
meta simplemente porque creía que no era lo suficientemente bueno? La
autoestima, esa voz interior que nos acompaña en cada paso, juega un papel fundamental
en nuestras vidas: es el nombre de moda para referirse a la confianza que cada
uno tiene en sus propias posibilidades. Y eso es importante porque (salvo que
nos toque la lotería), nadie consigue nada por encima de lo que piensa que
puede conseguir.
No obstante, la autoestima cae dentro del ámbito de lo
psicológico. Y, al igual que ocurre con la dimensión física, hay gente con mejor
o peor constitución psíquica. Y en ambos casos se puede actuar mejorando o
empeorando lo que tenemos. Gestionar la
percepción de nuestras capacidades y posibilidades requiere esfuerzo, técnicas
y constancia, pero está al alcance de todos.
Sobre esa base, quería subrayar algo fundamental: todos
tenemos también puntos débiles. Superman tiene su kriptonita, Aquiles su talón y Sansón su melena.
Conocer nuestras
fortalezas es clave para desarrollar nuestra autoestima, pero también lo es
identificar nuestras vulnerabilidades, aquellas cosas que nos pueden hacer
daño.
En el plano físico esas fragilidades son más visibles: una
persona saludable y fuerte puede tener alergias, enfermedades o alguna lesión
que debe cuidar. Saberlo y actuar en consecuencia evita que un descuido o la
influencia de otros lo pongan en peligro.
Lo mismo ocurre en el
plano psicológico e incluso moral. Reconocer nuestras limitaciones no nos
debilita, sino que nos da herramientas para protegernos y crecer con más
solidez. No se trata sólo de ser fuertes, sino de ser sabios respecto a
nuestras propias kriptonitas.
Al aceptar nuestras
vulnerabilidades, no sólo fortalecemos nuestra autoestima, sino que también nos
abrimos a nuevas posibilidades y experiencias. Nuestras vulnerabilidades son
parte de lo que nos hace humanos. Al abrazarlas y gestionarlas, podemos vivir
una vida más plena y auténtica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario