jueves, 7 de noviembre de 2024

Voces vacías ante el desastre



En la vida de los individuos y de los pueblos, los desastres ocurren inevitablemente; el verdadero reto radica en cómo se afrontan.

Juan Rulfo en El día del derrumbe describe cómo, tras un desastre, un político (el gobernador) acude a la zona afectada para alentar a la población y pronuncia un discurso que refleja su desconexión con la realidad:

«Hoy estamos aquí presentes, en este caso paradojal de la naturaleza, no previsto dentro de mi programa de gobierno…», El día del derrumbe, 213

El gobernador ha ido al lugar siniestrado únicamente para cumplir con su papel de autoridad, pronunciando palabras que evidencian su distancia y su indiferencia ante el sufrimiento real. Su lenguaje altisonante y vacío se convierte en símbolo de la indiferencia burocrática: en lugar de reconfortar o movilizar a quienes sufren, su discurso se percibe como una formalidad, un acto ceremonial carente de sentido para aquellos que padecen las consecuencias del derrumbe.

La figura del gobernador en Rulfo me recuerda las críticas de Kafka a la burocracia como un sistema autorreferencial y alienante, que termina por transformarse en una estructura en la que el cumplimiento de reglas y protocolos se impone sobre las necesidades humanas. Al igual que en las obras de Kafka, la burocracia en Rulfo aparece como una entidad autocomplaciente y absurda, cuyos representantes, aislados en su propia lógica, muestran una desconexión casi caricaturesca con la realidad.

Así, Rulfo y Kafka coinciden en señalar que la burocracia, en lugar de ser un medio de apoyo y protección para la sociedad, se transforma en un fin en sí misma: una red que encierra y sofoca a los individuos con sus propios rituales y discursos vacíos. La ironía de Rulfo, como la de Kafka, es una denuncia de un sistema que, en su aparente solidez y orden, es incapaz de responder a las necesidades reales de las personas. Con su "programa de gobierno", el gobernador, se convierte en un personaje trágicamente cómico, atrapado en una maquinaria que lo desvincula de la realidad, transformándolo en un actor más en el teatro burocrático, donde la apariencia de orden importa más que el bienestar de los ciudadanos.

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