En la vida de los individuos y de los pueblos, los desastres
ocurren inevitablemente; el verdadero reto radica en cómo se afrontan.
Juan Rulfo en El día
del derrumbe describe cómo, tras un desastre, un político (el gobernador) acude
a la zona afectada para alentar a la población y pronuncia un discurso que refleja
su desconexión con la realidad:
«Hoy
estamos aquí presentes, en este caso paradojal de la naturaleza, no previsto
dentro de mi programa de gobierno…», El
día del derrumbe, 213
El gobernador ha ido al lugar siniestrado únicamente para
cumplir con su papel de autoridad, pronunciando palabras que evidencian su
distancia y su indiferencia ante el sufrimiento real. Su lenguaje altisonante y
vacío se convierte en símbolo de la indiferencia burocrática: en lugar de
reconfortar o movilizar a quienes sufren, su discurso se percibe como una
formalidad, un acto ceremonial carente de sentido para aquellos que padecen las
consecuencias del derrumbe.
La figura del gobernador en Rulfo me recuerda las críticas
de Kafka a la burocracia como un sistema autorreferencial y alienante, que
termina por transformarse en una estructura en la que el cumplimiento de reglas
y protocolos se impone sobre las necesidades humanas. Al igual que en las obras
de Kafka, la burocracia en Rulfo aparece como una entidad autocomplaciente y
absurda, cuyos representantes, aislados en su propia lógica, muestran una desconexión
casi caricaturesca con la realidad.
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