sábado, 8 de febrero de 2025

Pinocho, o la actitud ante lo maravilloso

 




Pinocho y la actitud ante lo maravilloso

 

Todos conocemos gente que se queda fascinada, entusiasmada, con asuntos que a los demás no les llama mucho la atención. Vemos gente entusiasmada por las mariposas, los escarabajos, las piedras, el aire, las nubes, la cultura precolombina, mil historias.

Hay algo en esas cosas que las hace maravillosas. Hay algo en esas cosas que hace que esta gente vibre con ellas. Realmente encontrar esas cosas que nos hacen vibrar y quedarnos ahí y dedicar nuestra vida a eso tiene que ver con la felicidad.

Voy a usar como telón de fondo esta idea para hablar de Pinocho. Concretamente de una parte de Pinocho que suele quedar en la sombra. Pinocho cuenta con muchas versiones y, sin embargo, este punto que yo pienso que es fundamental, que es muy importante, muchas veces no aparece. Voy a explicar por qué no.

Vamos a hablar de las aventuras de pinocho. Hemos dicho que en la realidad hay aspectos maravillosos que hay gente que conecta con ellos, pero para conectar con esos aspectos maravillosos es necesario por una parte que haya gente que vibre con eso, que lo vea, que se fije, que lo admire y por otra parte que la realidad tenga este componente maravilloso. ¿Cómo conectamos con lo maravilloso de la realidad? La literatura nos muestra mil portales, mil puertas de comunicación: espejos, el andén 9 ¾ de Harry Potter, el armario hacia Narnia, las palabras que abren la cueva de Alibabá, etcétera.

Había una vez

Hay uno que es una puerta universal, una puerta que hemos transitado todos. Así empieza Pinocho, con esas palabras que nos abren al mundo maravilloso. Dice:

“Había una vez…”

Ese es el punto de entrada de tantas maravillas, ese es el punto de entrada a muchos mundos maravillosos, a muchos aspectos maravillosos del mundo.

Y continúa:

“Había una vez…

-          ¡Un rey!, dirán enseguida mis pequeños lectores.”

¿Por qué un rey? Porque “había una vez un rey” es la puerta de entrada a un mundo maravilloso lleno de palacios, princesas, magos, dragones, etcétera, cosas maravillosas. Todos hemos estado ahí, todos conocemos eso y todos nos damos cuenta de que es como volver al hogar, ese es un mundo que está hecho para nosotros y nos estaba esperando. Sin embargo, y precisamente por lo que he dicho, ese mundo mágico de castillos que se abre mediante las palabras “había una vez un rey” y que estaban esperando los lectores de Collodi, nos lleva a un mundo ya conocido, ya transitado, con una cierta rutina.

Por eso, Collodi introduce una ruptura, un cambio, algo novedoso, algo que permite el asombro. Dice así:

“Había una vez…

-          ¡Un rey!, dirán enseguida mis pequeños lectores.

No, muchachos, os habéis equivocado. Había una vez un trozo de madera.”

Un pezzo di legno, un pedazo de madera. En ese mundo de fantasía, en el que hemos entrado muchas veces, hay objetos mágicos (una alfombra que vuela, una lámpara que esconde un genio, un espejo, unos zapatos maravillosos, unas botas de siete leguas…). Ese trozo de madera del que habla Collodi ¿Será también un trozo de madera maravilloso?, Sigamos leyendo:

“No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña de esos que en invierno se meten en las estufas y chimeneas para encender el fuego y caldear las habitaciones.”

Ni siquiera es una madera de lujo, de buena calidad. No, es un trozo de madera vulgar de los que hay a montones.

¿Qué está queriendo decir Collodi, a dónde nos está llevando? Nos está llevando, quizá a lo que hemos dicho al principio, a que veamos la maravilla que hay en todo, incluso en lo más trivial, lo más elemental, un pedazo de madera que hay ahí tirado. Ese trozo de madera tiene mucho de maravilloso. Continuamos con el texto de Collodi:

“No sé cómo ocurrió, pero el caso es que un buen día, ese trozo de madera llegó al taller de un viejo carpintero”.

Aquí todos esperamos a Geppetlo, porque ya conocemos la historia, pero no es eso lo que dice Collodi:

“Llegó al taller de un viejo carpintero cuyo nombre era Maese Antonio, aunque todos lo llamaban Maese Cereza, a causa de la punta de su nariz, que estaba siempre brillante y violeta como una cereza madura”.

La ceguera ante lo maravilloso

Es muy normal que a un taller de carpintería llegue un trozo de madera. Maese Cereza es el protagonista del primer capítulo. Maese Cereza se encuentra el trozo de madera y con su habilidad técnica de carpintero enseguida ve posibilidades reales de ese trozo de madera.

Todos vemos la posibilidad más básica: que sirva para un buen fuego; él ve una posibilidad más, porque es un técnico y ve la posibilidad de convertir ese trozo de madera en pata de una mesita. Para realizar esa posibilidad, se pone a trabajar. A lo largo del capítulo se describe el mundo de Maese Cereza, que es su carpintería. Él es un hombre trabajador, es un hombre serio, es también un hombre pobre, porque el trabajo que realiza le permite mantenerse bien, dignamente, pero nada más. Y nada menos.

Hasta aquí todo es normal. Pero ocurre que cuando Maese Cereza decide empezar a trabajar la madera, va a golpearla, se oye una vocecita que dice:

“- No me golpees tan fuerte.”

¡Pobre Maese Cereza!, ¡Qué susto!

Oye una voz… pero ¡si él está solo! Busca por todas partes, tratando de encontrar a alguien escondido, alguien que le esté gastando una broma. Pero no encuentra a nadie. Entonces, Maese Cereza toma una decisión (y hay que subrayar que es una decisión): decide que esa voz se la ha imaginado él. Sin embargo, la realidad es otra. Está ante un trozo de madera que, además de las posibilidades que él ha visto (arder en el fuego o ser la pata de una mesa), tiene aún más posibilidades. No es solo una simple madera; es una madera que habla. Pero Maese Cereza se niega a ver más allá.

Maese Cereza es el prototipo de persona que se llama a sí mismo realista. Y se llama realista porque ve la realidad, ve cualidades reales, posibilidades reales de la madera. Ahora bien, el autodenominado realista lo que hace es decir que las posibilidades reales que él ve son las únicas que existen, que el trozo de madera puede arder o ser pata de mesa… y nada más: no hay más posibilidades. Esa decisión de clausura choca con la realidad (que es más amplia) y, por eso, cuando surge una nueva posibilidad la niega.

Esto no es ser realista estrictamente, el realista es la persona que ve todas las posibilidades. Más adelante vamos a ver cómo esa madera tiene la posibilidad de alimentar un fuego, tiene la posibilidad de ser la pata de una mesa y tiene la posibilidad de convertirse en una marioneta o en un muñeco, pero Maese Cereza con su técnica, con su trabajo, se niega a ver más posibilidades, estrictamente no es un realista aunque este tipo de gente se llamen a sí mismos realistas. Estrictamente se trata de una persona vulgar porque la vulgaridad es exactamente eso: estar en presencia de lo maravilloso, de un trozo de madera que habla, y no verlo, no admirarlo, no abrirse a esas nuevas posibilidades y por tanto ser incapaz de seguir el juego. Las aventuras de Pinocho empiezan aquí, pero pronto Maese Antonio desaparece.

Geppetto y la apertura a lo maravilloso

Pronto suena la puerta y llega ahora sí, Geppetto, un carpintero, exactamente igual que Maese Cereza pero con una diferencia: está ilusionado, tiene una idea, dice:

“He pensado en fabricarme un bonito muñeco de madera, pero un muñeco maravilloso que sepa bailar, tirar de florete y dar saltos mortales, pienso correr el mundo con ese muñeco, ganándome un pedazo de pan y un vaso de vino, ¿qué le parece, Maese Antonio?”.

Maese Geppetto es pobre, es carpintero igual que el otro, pero está lleno de ilusión, está preparado para ver lo maravilloso y precisamente ese tipo de gente que está preparada para ver lo maravilloso, que tiene la mente abierta, que tiene el corazón abierto, que tiene los ojos abiertos, encuentra lo que necesita para poner en juego, para poner en funcionamiento esa aventura que es la vida.

Obviamente el pedazo de madera le estaba destinado a Maese Antonio, pero al ser una persona vulgar, ve la oportunidad, no como una oportunidad, sino como un obstáculo y le tiene miedo, tiene miedo a la aventura, a la empresa y por tanto se queda fuera del juego.

Maese Antonio, la gente como Maese Antonio, es perfectamente prescindible, por eso muchas versiones que se han hecho de Pinocho ni siquiera lo mencionan. Por eso la vida a este tipo de gente no los tiene en cuenta, porque no es que no haya oportunidades, es que se niegan a verlas, se niegan a abrir su mente.

Maese Geppetto sabe que con la ilusión no basta, tiene que encontrar la madera, tiene que trabajarla, tiene que… y luego tendrá que sufrir, porque las aventuras tienen eso: son aventuras y desventuras. 


Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:

https://youtu.be/l7qcnObIxJw



miércoles, 5 de febrero de 2025

El guion de la vida: ¿autor o intérprete?

 




El guion de la vida: ¿autor o intérprete?

 

 

Manuel Ballester

 

Según una etimología que tiene todas las trazas de ser sólida, la palabra persona tiene sus orígenes en el ámbito teatral. Tradicionalmente, los actores utilizaban máscaras no sólo para amplificar sus voces y asegurarse de ser vistos y oídos, sino también para revelar visual y auditivamente los rasgos y el carácter del personaje representado. De esta forma, la máscara funcionaba como un dispositivo para “sonar a través” (per-sonare). Y de ahí, de per-sonar, surgiría el nombre persona.

A estas alturas, a nadie le extraña que consideremos el mundo como teatro y que cada persona es lo que es en función del papel que le ha tocado en el reparto. Quizá La vida es sueño (1635) de Calderón sea uno de los lugares donde con mayor claridad, rigor y belleza se ha profundizado en este punto.

sábado, 1 de febrero de 2025

Romeo y Julieta: el amor que arrolla, pero no construye

 

 

Romeo y Julieta:

el amor que arrolla, pero no construye

 




 

¿Por qué Shakespeare no dejó que Romeo y Julieta vivieran felices para siempre? ¿No habría sido un final más romántico y bello? Tal vez porque su tragedia no es casualidad, sino una reflexión profunda sobre la naturaleza del amor romántico y su capacidad –o incapacidad– para sostener una vida en común.