Romeo
y Julieta:
el amor que arrolla, pero no
construye
¿Por qué Shakespeare no dejó que Romeo y Julieta vivieran
felices para siempre? ¿No habría sido un final más romántico y bello? Tal vez
porque su tragedia no es casualidad, sino una reflexión profunda sobre la
naturaleza del amor romántico y su capacidad –o incapacidad– para sostener una
vida en común.
Cuando abrimos las páginas de Romeo y Julieta, ya sabemos que Romeo, de la familia Montesco,
caerá perdidamente enamorado de Julieta, de la familia rival, los Capuleto. Sin
embargo, la lectura nos sorprende con un inicio inesperado: Romeo aparece
completamente enamorado de… Rosalinda.
Este cambio repentino en los afectos de Romeo no es un
simple giro narrativo: Shakespeare lo utiliza para mostrarnos la volatilidad
del amor romántico. La intensidad absoluta con la que Romeo ama primero a
Rosalinda y luego a Julieta no es garantía de permanencia, sino una prueba de
lo efímero y arrollador de este tipo de pasión. Es un amor que, aunque
profundo, depende de emociones inmediatas, dejando al individuo a merced de sus
pasiones más inestables.
Este detalle podría parecer desconcertante, pero lo que
realmente nos revela es la esencia del amor romántico en Romeo: un sentimiento
arrebatador que lo consume y lo define por completo. Este no es simplemente
amor, sino lo que más tarde se conocerá como “amor romántico”, un concepto que
marcaría profundamente el periodo del Romanticismo y que, de algún modo,
mantiene vigencia incluso hoy. De ahí el interés de fijarnos en el modo en que
Shakespeare enfoca este asunto.
No estamos hablando de un amor sereno y leal, como el de
Ulises hacia Penélope, sino de un amor que irrumpe como un sentimiento
absoluto, que domina al hombre y lo deja a merced de sus pasiones.
Shakespeare detecta esto precisamente: el modo en que el
amor arrolla al individuo. Si Romeo ama arrolladoramente a Rosalinda hasta que
aparece Julieta ¿qué impide que un nuevo golpe de amor le haga olvidar a
Julieta?
Junto al amor romántico, en la obra se percibe también el
surgimiento del concepto moderno de “individuo” que, en el contexto del
Renacimiento, comienza a consolidarse entre los siglos XV y XVI. Este periodo
marca la transición de un sistema en el que las identidades estaban
determinadas por el linaje y las jerarquías sociales –el campesino nacía y
moría campesino, y el noble, noble– hacia un modelo en el que el mérito
individual permitía cambiar esos destinos vitales.
Esos dos aspectos (afirmación del individuo desligado y del
amor como absoluto), que se están gestando entonces y que hoy están plenamente
presentes en nuestra mentalidad, confluyen en la obra de Shakespeare.
Por eso, el amor romántico actúa como principio único y
absoluto de acción. En lo que se denomina “la escena del balcón” (acto II,
escena 2), Romeo y Julieta dejan claro cómo este sentimiento trasciende las
barreras familiares. Romeo, deslumbrado por el amor, declara: “Con sólo que me llames
tuyo, dejaré de ser un Montesco”.
Julieta, a su vez, responde: “¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa, con cualquier otro nombre
olería igual de dulce”.
Ante la presencia del amor, ambos personajes rompen los
lazos con sus familias: Romeo deja de ser un Montesco, y Julieta, una Capuleto.
En ese momento, cada uno es un individuo desligado (desarraigado, dirá Weil
siglos después) de su familia, su linaje y su destino; y así lo dicen: Capuleto
y Julieto se declara Romeo; Montesca y Romea se dice Julieta.
La afirmación absoluta de la individualidad quita valor al
lazo familiar (Capuleto y Montesco son sólo nombres, nomina nuda, como quería el nominalismo) y la afirmación absoluta
del amor lo constituye en razón única de su unión.
Si el amor romántico, absoluto, va y viene (Rosalinda-Julieta)
y los lazos pierden todo valor cuando se afirma absolutamente el individuo ¿qué
fundamento podría tener la familia fundada por Romeo y Julieta?
Shakespeare no ve ahí base sólida para el futuro del
individuo. Amar y ser amado románticamente es algo grandioso, pero el
dramaturgo nos muestra, desde el principio, que ese amor no aporta estabilidad
a la vida. O, dicho de forma más clara: nada garantiza que el otro siga
amándome con la misma intensidad pasado un tiempo. Ese amor, aunque absoluto y
arrollador, es también profundamente inestable, porque se basa en una pasión
que consume y en una idealización que no siempre puede sostenerse en la
realidad. Por eso, lejos de ser un refugio y una promesa de futuro, este tipo
de amor puede convertirse en una fuerza destructiva cuando no se equilibra con
otros principios que ofrezcan arraigo y permanencia.
Propongo un acercamiento más visual y práctico a esta
cuestión, un enfoque que ayude a identificar los fallos y a plantear posibles
soluciones.
Imaginemos a Romeo y Julieta trasladados a nuestro tiempo,
un mundo en el que el amor romántico y la autonomía del individuo están
profundamente arraigados en la mentalidad colectiva. Romeo se enamora
absolutamente de Julieta y el sentimiento es mutuo. Deciden vivir juntos y
comprar una casa, para lo cual solicitan una hipoteca. Esto implica usar la
inteligencia para comparar, calcular el tiempo y las cuotas, además de ejercer
la voluntad para asumir el compromiso. Subrayo que estamos ante un acto en el
que participan equilibradamente todas las dimensiones humanas: sentimiento,
inteligencia y voluntad.
Sigamos con nuestra suposición: Pasa el tiempo, y Romeo y
Julieta rompen su relación. ¿Qué harían entonces? ¿Irían al banco a decir que,
como ya no se aman, deberían perdonarle la hipoteca? Evidentemente, no. El acto
de firmar una hipoteca es un acto plenamente humano: tiene una base psicológica
y subjetiva, motivada inicialmente por el amor. Sin embargo, lo que realmente
hacen, como seres humanos, es asumir una responsabilidad concreta y objetiva.
Sería desolador (¿es desolador?) que hubiera más rigor y seriedad respecto a un pacto comercial que respecto a un compromiso con la persona que se ama. Esto es lo que Shakespeare percibe: el amor romántico, aunque arrebatador y absoluto, no tiene la estabilidad necesaria para sostener una vida individual ni para construir una sociedad. Esa falta de solidez, tanto para el individuo como para el conjunto social, es lo que hace inevitable que la historia de Romeo y Julieta termine en tragedia. Su amor, tan hermoso como inestable, no puede ofrecerles un final feliz.
Si prefieres oírlo, visita este vídeo en mi canal de youtube Tinta y Caos:
https://youtu.be/aIiqjsWceq4
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