sábado, 16 de agosto de 2025

Kafka y el juicio sin ley: cuando la culpa no necesita delito

 




Kafka y el juicio sin ley: cuando la culpa no necesita delito

 

 

 

“Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, lo arrestaron una mañana”.

Con esta frase comienza El proceso, de Franz Kafka. Y con ella también comienza una de las parábolas más inquietantes de la literatura moderna. No sólo por la historia que narra, sino porque lo que describe parece cada vez más real.

Josef K. no sabe de qué se le acusa, no comprende las reglas del proceso judicial al que está sometido, y sin embargo todo el mundo actúa como si su culpabilidad fuera evidente. ¿Le suena a alguien?

La puerta cerrada: Kafka y la ley inaccesible

En uno de los capítulos más conocidos de la novela, un sacerdote le cuenta a Josef K. una parábola: un hombre pasa su vida esperando ante una puerta que le daría acceso a la ley. Esa puerta está custodiada por un guardián que no le permite entrar. Sólo al final de su vida descubre que esa puerta estaba destinada exclusivamente para él… pero ya es tarde.

Kafka retrata así la situación del hombre moderno: siempre fuera de la puerta, siempre al borde de la ley, pero sin poder acceder a ella. No sabemos si somos inocentes o culpables, simplemente porque desconocemos la ley. Y lo que es peor: la ley misma es inabarcable.

La ratonera de la ley perfecta (pero fallida)

El proceso es una crítica demoledora a la ilusión de perfección legal.

La ley se presenta como un sistema absoluto, neutral, universal: todo está regulado, todo se juzga con imparcialidad, todo sigue su curso. Se invoca su pureza, su majestad, su carácter incuestionable.

Pero Kafka muestra que esa perfección es sólo apariencia.

Primero, porque si la ley realmente funcionara como se proclama, nadie necesitaría un “padrino”. Bastaría con presentar los documentos, confiar en el procedimiento, dejar que la maquinaria funcione.

Pero Josef K. —como todos— descubre que eso no basta. Busca abogados, recurre a conocidos, habla con una mujer que tiene contactos, incluso con un pintor que conoce jueces. No para recibir privilegios, sino para entender qué hacer, cómo actuar, por dónde empezar.

La ley, aunque supuestamente clara, necesita intérpretes. Y esa necesidad no es un accidente: es estructural.

Segundo, porque la corrupción también existe, no como excepción, sino como síntoma de que la ley está encarnada en personas.

En el primer capítulo, los guardianes que arrestan a Josef K. se apropian de su desayuno y su chaqueta. Cuando él menciona el hecho más adelante, esos guardianes son castigados. Pero el castigo no resuelve nada. El funcionario que lo impone también es vulnerable, también forma parte del juego y es, también, corruptible.

La ley, por tanto, ni es perfecta ni está libre de los hombres que la aplican. Y sin embargo, se sigue comportando como si lo fuera.

Esa es la ratonera, porque:

·         Creemos en la justicia como principio impersonal, pero dependemos de gestos personales.

·         Invocamos la neutralidad del sistema, pero sabemos que está lleno de pasillos, excepciones y ambigüedades.

·         Buscamos claridad, pero el sistema legal multiplica la incertidumbre con su lenguaje, sus procedimientos y su lógica circular.

Kafka nos deja atrapados en esa contradicción. No porque no haya salida, sino porque no hay entrada. La ley promete una puerta, pero nunca se abre. El sistema te juzga, pero nunca te admite del todo. Estás dentro del proceso… pero fuera de la ley.

Y al final, comprender esto no te libera. Te deja lúcido, sí, pero encerrado en la contradicción. En lugar de justicia, el procedimiento. En lugar de sentido, la espera. Y en lugar de esperanza, la conciencia amarga de estar siempre en el umbral.

 

Todos somos parte del tribunal

Kafka va más allá. No sólo el sistema es sospechoso: nosotros mismos somos parte del tribunal.

Cuando alguien cercano es acusado, ¿cuál es nuestra reacción? Desconfiamos. Algo habrá hecho.

Y cuando nos toca a nosotros, también asumimos la culpa con resignación.

La culpa ya no es un veredicto: es una condición previa. La acusación basta.

 

Cuatro interpretaciones de El proceso

La riqueza de la novela ha dado lugar a múltiples lecturas, todas compatibles entre sí. Kafka no ofrece una única clave de interpretación. Aquí resumimos cuatro enfoques:

1. Teológico

La ley simboliza lo divino, inaccesible para el ser humano. Una visión profundamente judía, donde el acceso a la verdad está custodiado y la salvación es incierta. En la parábola Ante la ley, la puerta está destinada sólo al personaje, pero permanece cerrada toda su vida.

En el cristianismo también se reconoce que la puerta de la ley está cerrada para todos —judíos, cristianos o paganos— porque todos somos culpables ante ella. Pero la diferencia radical es que el cristiano no entra por la puerta de la ley: entra a la fiesta porque el padre lo ama.

En la parábola del hijo pródigo, la condena es evidente, pero se disuelve ante una realidad más profunda: el perdón y el amor incondicional. No importa que no merezcas entrar. Tu padre te quiere.

2. Biográfico

Kafka proyecta su difícil relación con su padre en la figura del tribunal. Una autoridad inapelable, para la cual el hijo nunca es suficiente. A esto se suma su enfermedad, su sensación de fragilidad, su incapacidad para alcanzar sus propias expectativas.

3. Existencialista

El proceso como metáfora de la vida absurda: sin sentido, sin respuestas, sin cierre. Una existencia tramitada por burocracias que nos roban el tiempo. El eco de esta lectura resuena en obras como El extranjero, La náusea o Esperando a Godot.

4. Político y social

La novela como denuncia de la deshumanización burocrática. El Estado se convierte en una máquina que aplasta, sin rostro, sin diálogo, sin explicación. Una advertencia sobre los peligros del poder sin límite ni transparencia.

Conclusión: Kafka sigue aquí

Kafka no escribió una distopía futurista. Escribió sobre su presente, que resulta ser también el nuestro.

Cada vez que un sistema nos trata como expediente, cada vez que somos juzgados sin saber por qué, cada vez que sentimos que no importa lo que hagamos, seguimos viviendo en El proceso.

Y seguimos esperando, como Josef K., ante la puerta de una ley que quizás nunca se abrirá.

 

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Mira el análisis completo en Tinta y Caos, mi canal de youtube:

https://youtu.be/rQPgcgGyfbA

 

Disponible también en Spotify:

https://n9.cl/pbd3p


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