martes, 12 de agosto de 2025

Leer con hambre

 

Leer con hambre

Disfrutar con el sentido profundo de la lectura

 









 

Manuel Ballester

 

 

1. Leemos poco. Y peor aún: leemos mal

 

En un mundo saturado de palabras, cada vez es más raro encontrar el silencio fértil donde nace una lectura profunda. Vivimos rodeados de palabras, de mensajes, de páginas y pantallas. Pero la abundancia no garantiza profundidad. Leemos mucho, pero no necesariamente bien. Se publican miles de libros cada año. Las cifras son espectaculares. Y sin embargo, cada vez cuesta más encontrar lectores verdaderamente formados.

¿Qué está ocurriendo? Que hemos confundido información con sabiduría, volumen con sentido. Y sobre todo, hemos perdido el hambre.

2. Comer el libro: lectura como incorporación

Hay una imagen poderosa en el Apocalipsis: un ángel entrega a Juan un libro y le dice que se lo coma. En la boca es dulce como la miel, pero en el estómago es amargo. Esa es la lectura verdadera: no la que se entiende, sino la que se incorpora. La que transforma.

Simone Weil decía que la atención verdadera es una forma de oración. Cuando un texto nos exige esa atención radical (como le ocurrió al leer a Platón, la Iliada o los evangelios), ya no es sólo lectura: es transformación.

Leer bien no es leer mucho. Es leer con propósito. Con atención. Con tiempo. Con humildad. Leer con un lápiz en la mano, subrayando, dialogando con el texto. Leer para cambiar, no sólo para informarse o entretenerse.

Como decía el viejo aforismo: el hombre de un solo libro es temible. Porque ha hecho suyo un pensamiento, lo ha digerido, lo ha vuelto carne.

3. Elegir mejor: calidad, no cantidad

No podemos leer todo. No debemos ni intentarlo. El exceso de oferta editorial no es una riqueza si no hay criterio. Leer sin elegir es como comer sin saborear: se traga, pero no se alimenta.

Por eso hace falta criterio. Elegir libros que nos exijan, que nos reten, que nos digan algo. No necesariamente los que confirman lo que ya pensamos, sino los que nos obligan a pensarlo mejor.

Y no se trata de nostalgia. Se trata de profundidad. Porque, como ocurre con la comida, el alma también se desnutre.

4. Leer juntos: una pedagogía de la lentitud

La buena lectura es lenta, compartida, artesanal. Algo que se transmite y se aprende en la escuela, en la familia, en las comunidades. No como un deber escolar, sino como una forma de vivir mejor.

Ahí es donde proyectos como Tinta y Caos quieren aportar: rescatando textos, compartiendo preguntas, haciendo espacio al pensamiento. Porque entre tanto ruido, leer bien es una forma de resistencia.

Leer con hambre. Con silencio. Con deseo de verdad. Cada lectura verdadera es un viaje: transforma al que se atreve a recorrerlo.

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