Leer con hambre
Disfrutar con el sentido profundo de la lectura
Manuel Ballester
1. Leemos poco. Y peor aún: leemos mal
En un mundo saturado de palabras, cada vez es más raro
encontrar el silencio fértil donde nace una lectura profunda. Vivimos rodeados de palabras, de mensajes, de
páginas y pantallas. Pero la abundancia no garantiza profundidad. Leemos mucho, pero no necesariamente bien.
Se publican miles de libros cada año. Las cifras son espectaculares. Y sin
embargo, cada vez cuesta más encontrar lectores verdaderamente formados.
¿Qué está ocurriendo? Que hemos confundido información con sabiduría, volumen con sentido. Y sobre todo, hemos perdido el hambre.
2. Comer el libro: lectura como incorporación
Hay una imagen
poderosa en el Apocalipsis: un ángel entrega a Juan un libro y le dice que se
lo coma. En la boca es dulce como la miel, pero en el estómago es amargo. Esa
es la lectura verdadera: no la que se
entiende, sino la que se incorpora. La que transforma.
Simone Weil decía que la atención verdadera es una forma de
oración. Cuando un texto nos exige esa atención radical (como le ocurrió al
leer a Platón, la Iliada o los
evangelios), ya no es sólo lectura: es transformación.
Leer bien no es leer
mucho. Es leer con propósito.
Con atención. Con tiempo. Con humildad. Leer con un lápiz en la mano,
subrayando, dialogando con el texto. Leer para cambiar, no sólo para informarse
o entretenerse.
Como decía el viejo
aforismo: el hombre de un solo libro es temible. Porque ha hecho suyo un
pensamiento, lo ha digerido, lo ha vuelto carne.
3. Elegir mejor: calidad, no cantidad
No podemos leer todo.
No debemos ni intentarlo. El exceso de oferta editorial no es una riqueza si no
hay criterio. Leer sin elegir es como
comer sin saborear: se traga, pero no se alimenta.
Por eso hace falta
criterio. Elegir libros que nos exijan, que nos reten, que nos digan algo. No necesariamente
los que confirman lo que ya pensamos, sino los que nos obligan a pensarlo
mejor.
Y no se trata de
nostalgia. Se trata de profundidad. Porque, como ocurre con la comida, el alma también se desnutre.
4. Leer juntos: una pedagogía de la lentitud
La buena lectura es
lenta, compartida, artesanal. Algo que se transmite y se aprende en la escuela,
en la familia, en las comunidades. No
como un deber escolar, sino como una forma de vivir mejor.
Ahí es donde proyectos
como Tinta y Caos quieren aportar: rescatando textos, compartiendo
preguntas, haciendo espacio al pensamiento. Porque entre tanto ruido, leer bien
es una forma de resistencia.
Leer con hambre. Con silencio. Con deseo de verdad. Cada lectura verdadera es un viaje: transforma al que se atreve a recorrerlo.
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