martes, 19 de noviembre de 2013

20.1. Pinocho reemprende su camino

Attilio Mussino (1911)

En Atrapabobos sólo pueden vivir malas personas. De distinto tipo, pero ambos malos. Hay ladrones, gente que vive del engaño. Y ser estafador es ser mala persona. Y hay también gente que, por no saber estar en su sitio, son engañadas. Y carecer de habilidad, de juicio y corazón, es también malo.

Pinocho quiere ser buena persona. Su itinerario se encamina a convertirse en un bambino davvero, un hombre maduro, una persona en plenitud. Por eso, debe huir de ambos modos de ser. Por eso abandona esa ciudad.

Recupera así la orientación correcta. La libertad para dirigirse a su objetivo es la fuente de la alegría y el dinamismo con que reinicia su andadura.


La decisión de volver a casa y portarse como es debido genera un enorme contento interior pero no elimina los obstáculos, no ahorra el esfuerzo al caminante. Conviene no confundir la felicidad con ausencia de problemas. Por el contrario, uno madura cuando es capaz de enfrentarse a las dificultades que, inevitablemente, vendrán.

Pinocho avanza animosamente centrado en sus pensamientos. Nos regala así un breve y certero relato donde muestra que se va conociendo cada vez mejor.

Ve con precisión sus errores, su falta de juicio, su ingratitud, su falta de corazón. Manifiesta arrepentimiento, es decir, acepta la autoría del mal que ha realizado al tiempo que comprende que él puede hacerlo de otro modo, que puede ser mejor persona. Y ese es el deseo que le guía ahora. Hace unos capítulos su actitud era muy distinta: los asesinos son un invento de los mayores, pensaba. Entonces su libertad era mero intento de emancipación, mero esfuerzo para deshacer el nudo urdido por los adultos, por la tradición. Ahora su libertad es un intento por establecer lazos cualitativamente valiosos, de echar raíces de modo que su crecimiento tenga fundamento.

Ahora tiene otras cosas en la cabeza. Pero en Pinocho, y no es el único, siempre hay una distinción entre lo que va fraguando en su interior y lo que pasa fuera.

Dentro, lo hemos visto, está calando la idea de que el primer paso para mejorar, para madurar, para que una marioneta se convierta en niño, es reconocer la propia insuficiencia, asumir que uno es el autor también de las acciones indignas, de los actos que nos avergüenzan. Ocurre que, según mejoramos, somos más conscientes de nuestras carencias, de la distancia hasta nuestro mejor posibilidad. En ese nivel, asumir que no somos lo suficientemente buenos equivale a darnos cuenta de algo entusiasmante: podemos ser mejores. Sin agobiarse, con juicio y corazón, centrando la atención en algún aspecto asequible y poniendo manos a la obra.

Pinocho recuerda ahora a Geppetto y el Hada. Está en deuda con ellos. Les ha fallado. Reconoce que hay gente que ha apostado por él y a la que ha defraudado. Reconoce que no se puede ser persona en soledad: tiene un padre, ha recibido dones, está en deuda y no ha correspondido. Pinocho va descubriendo que el camino hacia la madurez pasa por asumir que una persona no es un individuo aislado, sin lazos, sin presupuestos.

Todo esto que va pensando va construyendo su interioridad. Pero, ¿qué pasa fuera, en la realidad exterior, allí donde se manifiesta lo que somos? Sigue habiendo obstáculos.


Y no dejaremos de tratar de ellos en la próxima entrada.

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