martes, 26 de noviembre de 2013

20.2. Pinocho se enfrenta a la serpiente


Había diluviado, el terreno estaba enlodado hasta el punto de que «uno se hundía hasta media pierna» y era difícil caminar, pero «el muñeco no se da por aludido; non se ne dava per inteso», va raudo, avanza a saltos.

De pronto, se paró en seco porque había visto «una enorme serpiente, extendida a través en el camino, que tenía la piel verde, los ojos de fuego y una cola puntiaguda que humeaba como una chimenea».


Aparece una serpiente. Es un símbolo telurico, de la tierra, de la realidad. Es también un símbolo de regreso, de pervivencia de lo inferior, o de su intento; o, por usar otra terminología, es la serpiente símbolo de la tentación. Hay en la serpiente o en lo que ella simboliza un aspecto de maldad o de incitación a no complicarse la vida, a no avanzar por el camino: ya se ha conseguido bastante. Es, por tanto, no algo malo pero sí la invitación a hacer algo malo. La serpiente, sin ninguna razón aparente, sin maldad, por el mero hecho de estar ahí, estorba el camino de Pinocho. Este simbolismo alude a la realidad de situaciones, personas, ambientes que pueden ser un obstáculo en el camino de nuestra vida.

Al comienzo le advirtió el Grillo que quienes abandonen caprichosamente la casa paterna, non avranno mai bene in questo mondo y pudimos ver cómo el posadero (que, en principio era bueno o, al menos, no era malo) le hace mal. Pero ahora Pinocho ha cambiado. Por eso, incluso la serpiente que intenta seducirle, que le anima al inmovilismo, al mal, no le hace daño. Y se trata de eso: a quien es de una determinada manera, ciertas cosas le hacen daño y otras no. Por eso, lo que podemos controlar no es el contexto, el ambiente, sino cómo respondemos, cómo somos.

Hemos visto dificultades (barro) que supera Pinocho por el brío que lleva, por el empuje. Ahora se enfrenta a una dificultad contra la que, en principio, no puede nada y le causa pavor. Ha aprendido, es menos inmaduro, más prudente. Por eso se enfrentará de otro modo.

Pinocho intenta avanzar por el camino a su casa, intenta acertar por donde le espera la gente que le quiere. Encuentra un obstáculo, la serpiente. No basta con querer algo bueno, sino que hay que realizarlo, hacerlo real, producirlo, superar las dificultades, eliminar los obstáculos.

El escollo es poderoso, la serpiente atemoriza a Pinocho. Por eso, lo primero que hace es evitarla, retroceder y esperar a ver si el obstáculo desaparece: pudiera ocurrir que la serpiente se fuera sola. No ocurre así, de modo que el bueno de Pinocho se hace cargo de que, por mucho miedo que le dé, tendrá que hacer algo; si quiere avanzar, no tiene más remedio que enfrentarse a la serpiente. Se acerca a intentar quitar el obstáculo por las buenas, habla extremando la cortesía con la serpiente pero ésta, en vez de responder, «se quedó inmóvil y casi rígida» hasta el punto de que Pinocho conjetura, y así lo desea, si la serpiente habrá muerto o, lo que es lo mismo, si habrá dejado de ser un obstáculo. Cuando intenta sortearla para seguir su camino, la serpiente se yergue y provoca la caída de Pinocho clavando la cabeza en el fango y quedando patas arriba. Su fracaso estrepitoso provoca «a la serpiente una convulsión de risa tan grande que rió, rió, rió y, al fin, del esfuerzo de tanto reír, se le reventó una vena del pecho; y entonces se murió de verdad». De modo que Pinocho ha hecho todo lo que ha podido para resolver el problema y cuando parecía que había fracasado, es precisamente la situación en que lo deja su intento, la que provoca la desaparición de la dificultad.

Continúa su carrera, su meta está cada vez más cerca. Pero el camino es largo y, de pronto, siente hambre. Y había, al borde del camino, un campo con una deliciosas uvas moscatel que tentaron al muñeco. Tras superar una dificultad enorme ante la que sentía miedo y que le ha supuesto un grave riesgo, Pinocho no concede importancia a unas pocas uvas. Entró con la intención de comer sólo unos granos. Parece que no tiene importancia, son sólo unos granos, pero «¡Ojalá no lo hubiera hecho».

Los campesinos habían colocado un cepo para atrapar garduñas, azote de los gallineros de las cercanías. Y ahí fue a meter la pata Pinocho.


Ahí tenemos que dejarlo hasta la próxima entrada. Atrapado en un cepo. La trampa era para capturar a otros, pero ha caído él y, de este modo, su pequeño desliz se hará público. Porque estaba robando, aunque sólo fuera un poquito.

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