martes, 3 de diciembre de 2013

21.1. Atrapado en el cepo

El pobre Pinocho sólo quería comer unas pocas uvas de nada. Pero la realidad no siempre se acopla a nuestras intenciones y acaba preso en una trampa.

Pinocho experimenta así dolor por el cepo, la soledad en el paraje deshabitado, el miedo a lo desconocido y a la noche. Y el miedo, la soledad y el dolor calan en su ánimo llevándolo a la angustia.


La soledad se ve aliviada pronto. Pasa por allí una luciérnaga a la que pide ayuda. La luciérnaga parece otra encarnación del Grillo, mantiene una breve y lúcida conversación con el muñeco, de modo que Pinocho reconoce su error y se arrepiente:

«- ¡Es verdad, es verdad! … ¡No lo haré más!».


Llega el agricultor, lo cree culpable del robo de gallinas que viene padeciendo desde hace tiempo: todos los indicios apuntan a la culpabilidad de Pinocho. El muñeco se defiende con la verdad. Pretende que la verdad baste para deshacer las engañosas apariencias y el deseo del campesino de acabar de una vez con quien le está robando. Al final del capítulo anterior ya intuimos la verdad, además acaba de decirla la luciérnaga y ahora la repite Pinocho. La verdad es que él no es el que roba las gallinas, «entró en el campo solamente para coger dos racimos de uva!…».

Con la sabiduría campesina, tan pegada a la realidad, tan lúcidamente cercana al sentido común, señala el campesino que «quien roba uvas es muy capaz de robar también pollos».

Esta es la verdad que sabe el campesino: que, iniciada la carrera del mal, pasar de uvas a pollos es cuestión de grado, de un poco más. Y si ha confesado robar un poco, si admite haber obrado mal ¿qué razón hay para no considerarlo no sólo culpable sino también mentiroso? ¿qué razón hay para no considerarlo culpable del delito fundamental? Incluso al proclamar la verdad, sus actos dificultan que la certeza se abra paso.

La noche se ha asentado ya y el campesino ha oído ya bastante por este día. Toma su última decisión antes de irse a descansar:

«como hoy se ha muerto el perro que guardaba de noche la casa, ahora mismo ocuparás su puesto. Me servirás de perro guardián».

Para Pinocho, hacer de perro guardián es un castigo y una degradación.

Se trata de un castigo contradictorio. Si Pinocho es verdaderamente un ladrón, entonces el campesino estaría poniendo a un ladrón a vigilar a otros posibles ladrones. Además, si pensamos en la tarea que se le encomienda, la perplejidad sube de grado. El guardián es responsable de una tarea importante que tiene dos dimensiones. Hay un aspecto negativo que consiste en intimidar, asustar, disuadir al delincuente. La presencia del guardián, de su autoridad o su fuerza, pueden bastar para disuadir al potencial delincuente. Si la presencia del guardián evita el delito, ya se ha conseguido algo bueno. Pero hay otro aspecto que es mucho más importante y es al pensar en él cuando la contradicción es más visible. La tarea de custodiar tiene también una dimensión positiva que, por otra parte, es la que le da sentido. Su objetivo es cuidar, guardar, proteger. Esa es la finalidad directa, esencial; para conseguirlo, no hay más remedio que repeler las agresiones de los ladrones. Pero repeler es el medio; cuidar, el fin. Sólo siendo leal, honesto, apreciando lo que se ha de guardar, puede cumplirse con esa tarea adecuadamente. Por eso, este aspecto no puede confiarse a un presunto ladrón. Si falta el aprecio por aquello que hay que custodiar, el guardián sólo cumplirá la tarea negativa si tiene otros alicientes o si, como es el caso, es forzado a hacerlo. El campesino lo sabe, por eso, «le colocó al cuello un gran collar, completamente cubierto de puntas de latón, y se la apretó bien para que no se la pudiera quitar… El collar estaba sujeto a una larga cadena de hierro, y la cadena, fijada al muro». No tiene ningún motivo para confiar en el muñeco y, por eso, no tiene más remedio que forzarlo.

Castigo contradictorio, forzado a desempeñar una tarea cuyo motor y sentido es la confianza.


Pero, además, es un castigo degradante, como veremos en la próxima entrada.

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