En el capítulo anterior, de vuelta a casa, se encuentra con
la serpiente, la dificultad, que supera. Iba por el camino correcto pero se le
presentan, como a todo el mundo, excusas para apartarse “sólo un poquito”. En
el caso de Pinocho, para tomar “sólo unas uvas”. Son, en definitiva, pretextos
para abandonar el camino que, en la interpretación que estamos siguiendo,
consiste en traicionarse a sí mismo, en degradarse. Porque si actúo mal,
entonces no soy fiel a lo que yo soy.
La degradación se expresa de dos modos:
1. Cae en el cepo, pierde libertad. Cuando se actúa bien, se
gana libertad; cuando se obra mal, se pierde libertad. La libertad es una
realidad dinámica que se incrementa o decrece, no es algo estático que simplemente
se pueda o no tener.
2. Es condenado a realizar la función de perro: se degrada.
Pinocho tiene que realizar una tarea en la que ni siquiera puede hablar (como
las personas), tiene que ladrar.
En definitiva, en el capítulo anterior parte de una
situación que pierde. Aquí lo vemos ya realizando una función inferior. No debería
estar vigilando gallinas, él es mucho más. Pero ahí está, durmiendo en la
caseta del perro cuando le despierta el cuchicheo de unas garduñas. Una de
ellas se acerca y le saluda como si fuese Melampo, el perro muerto.
Es confundido con Melampo porque desempeña la misma función
y ciertas relaciones no pretenden llegar a lo que la persona es. Basta con lo
que se hace. No se refieren a personas sino a funciones. Así, cuando las
garduñas ven que Pinocho no es
Melampo, dicen:
«-Bueno, pues te propongo el mismo trato que tenía con el
difunto Melampo».
Da igual seas quien seas, lo importante es el pacto, de lo
que se trata es de que hagas lo que se espera de ti. Y lo que se espera es:
«-Nosotras vendremos una vez por semana, como antes, a
visitar por la noche este gallinero, y nos llevaremos ocho gallinas. De esas
gallinas, siete nos las comemos nosotras y una te la daremos a ti, a condición
claro está, de que finjas dormir y no se te ocurra ladrar y despertar el
campesino».
Melampo, el difunto perro guardián, actuaba así. Pinocho se
ha embrutecido, se ha convertido en perro guardián y ahora es tentado para que
se degrade aún más. En su estado surge la posibilidad de seguir envileciéndose
más, de pasar de ladrón de uvas a ladrón de gallinas, de perro guardián a
garduña. La degradación no es un punto de llegada, es un camino en el que se
puede seguir profundizando más y más: no hay límites. No importa el lugar que
ocupemos en la vida, siempre habrá posibilidades de empeorar, como de mejorar.
La dimensión animal siempre traiciona. Las garduñas dan por
supuesto el embrutecimiento de Pinocho, una vez expuesto el pacto concluyen con
un cómplice:
«¿Nos hemos entendido?;
Ci siamo intesi bene?».
Pinocho es consciente de lo que se le está proponiendo,
tiene claro cuál es su deber. Su deber actual, el propio de un perro guardián.
La tarea que corresponde a un perro guardián es proteger a las gallinas, no
comérselas; su función es atrapar a los ladrones, no ayudarles. Y eso es lo que
tiene ante sí Pinocho: una tarea que puede hacer bien o no, un deber que puede
cumplir o no. Por eso responde:
«¡Y bastante bien!; Anche
troppo bene!… y movió la cabeza de forma amenazadora, como si hubiese
querido decir: “¡Ya hablaremos!; Fra poco
ci riparlaremo!».
El pacto le invita a aprovechar su situación de perro
guardián para atiborrarse a gallinas, es decir, se le presenta la ocasión de
usar mal la libertad de que aún dispone. Pinocho se enfrenta a una posibilidad
real: por mal que estemos, podemos empeorar. Si se elige bien, se mejora; si se
actúa mal, se empeora aún más.
Una vez que las garduñas están dentro, él cierra bien la
puerta para impedir que huyan y comienza a ladrar para avisar al dueño. La
intervención de Pinocho permite que el campesino capture a las garduñas.
El campesino se alegra de que Pinocho haya descubierto a los
ladrones. Y se extraña de que su “fiel” Melampo no se hubiese dado cuenta de
nada.
«El muñeco hubiera podido contar lo que sabía; es decir,
hubiera podido contar el vergonzoso pacto existente entre el perro y las
garduñas. Pero recordó que el perro estaba muerto y pensó: “¿De qué sirve
acusar a los muertos?… Los muertos, muertos están, y lo mejor que se puede
hacer es dejarlos en paz”».
Que Pinocho no se había degradado queda de manifiesto al
negarse a delatar a un muerto. No miente, no dice que Melampo fuese leal;
simplemente guarda silencio. Su omisión es aquí lo mejor: nadie ganaría nada
con la verdad. Es más, saber que Melampo robaba podría hacer daño, podría hacer
desconfiado al campesino, podría ocurrir que el campesino decidiese no creer a
Pinocho… Es mejor, más bueno, más inteligente, callarse en ocasiones.
Sí le cuenta, porque es verdad y sí es pertinente, la
proposición de las garduñas, porque ahí Pinocho demuestra su inocencia,
demuestra que, aún pudiendo aprovecharse de su situación como perro guardián,
él no pertenece a ese plano, él quiere recuperar el camino que lo lleva a casa,
quiere seguir madurando. Tiene una correcta conciencia de sí: «yo soy un muñeco
que tendrá todos los defectos del mundo, pero nunca he tenido el de ser largo
de uñas ni cómplice de la gente deshonesta».
Al ver a Pinocho ha actuado correctamente, como buen
perro, el campesino lo felicita y lo libera, le restituye la libertad que ha
merecido, es decir, lo devuelve a su condición original:
«- ¡Buen chico! Bravo
ragazzo… Estos sentimientos te honran; y, para probarte mi gran
satisfacción, te dejo libre desde ahora mismo, para que vuelvas a tu casa.
Y le quitó el collar del perro».
Pinocho ha vuelto a estar a la altura de las circunstancias,
se ha portado como un bravo ragazzo y
ha recuperado la libertad en el sentido más pleno: la posibilidad de ser él
mismo, de seguir su camino.
¿Llegará por fin a casa, estarán allí su padre y el Hada? El
próximo capítulo responderá a estas cuestiones.
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