martes, 17 de diciembre de 2013

22. Pinocho descubre a los ladrones


En el capítulo anterior, de vuelta a casa, se encuentra con la serpiente, la dificultad, que supera. Iba por el camino correcto pero se le presentan, como a todo el mundo, excusas para apartarse “sólo un poquito”. En el caso de Pinocho, para tomar “sólo unas uvas”. Son, en definitiva, pretextos para abandonar el camino que, en la interpretación que estamos siguiendo, consiste en traicionarse a sí mismo, en degradarse. Porque si actúo mal, entonces no soy fiel a lo que yo soy.

La degradación se expresa de dos modos:


1. Cae en el cepo, pierde libertad. Cuando se actúa bien, se gana libertad; cuando se obra mal, se pierde libertad. La libertad es una realidad dinámica que se incrementa o decrece, no es algo estático que simplemente se pueda o no tener.

2. Es condenado a realizar la función de perro: se degrada. Pinocho tiene que realizar una tarea en la que ni siquiera puede hablar (como las personas), tiene que ladrar.

En definitiva, en el capítulo anterior parte de una situación que pierde. Aquí lo vemos ya realizando una función inferior. No debería estar vigilando gallinas, él es mucho más. Pero ahí está, durmiendo en la caseta del perro cuando le despierta el cuchicheo de unas garduñas. Una de ellas se acerca y le saluda como si fuese Melampo, el perro muerto.

Es confundido con Melampo porque desempeña la misma función y ciertas relaciones no pretenden llegar a lo que la persona es. Basta con lo que se hace. No se refieren a personas sino a funciones. Así, cuando las garduñas ven que Pinocho no es Melampo, dicen:

«-Bueno, pues te propongo el mismo trato que tenía con el difunto Melampo».

Da igual seas quien seas, lo importante es el pacto, de lo que se trata es de que hagas lo que se espera de ti. Y lo que se espera es:

«-Nosotras vendremos una vez por semana, como antes, a visitar por la noche este gallinero, y nos llevaremos ocho gallinas. De esas gallinas, siete nos las comemos nosotras y una te la daremos a ti, a condición claro está, de que finjas dormir y no se te ocurra ladrar y despertar el campesino».

Melampo, el difunto perro guardián, actuaba así. Pinocho se ha embrutecido, se ha convertido en perro guardián y ahora es tentado para que se degrade aún más. En su estado surge la posibilidad de seguir envileciéndose más, de pasar de ladrón de uvas a ladrón de gallinas, de perro guardián a garduña. La degradación no es un punto de llegada, es un camino en el que se puede seguir profundizando más y más: no hay límites. No importa el lugar que ocupemos en la vida, siempre habrá posibilidades de empeorar, como de mejorar.

La dimensión animal siempre traiciona. Las garduñas dan por supuesto el embrutecimiento de Pinocho, una vez expuesto el pacto concluyen con un cómplice:

«¿Nos hemos entendido?; Ci siamo intesi bene?».

Pinocho es consciente de lo que se le está proponiendo, tiene claro cuál es su deber. Su deber actual, el propio de un perro guardián. La tarea que corresponde a un perro guardián es proteger a las gallinas, no comérselas; su función es atrapar a los ladrones, no ayudarles. Y eso es lo que tiene ante sí Pinocho: una tarea que puede hacer bien o no, un deber que puede cumplir o no. Por eso responde:

«¡Y bastante bien!; Anche troppo bene!… y movió la cabeza de forma amenazadora, como si hubiese querido decir: “¡Ya hablaremos!; Fra poco ci riparlaremo!».

El pacto le invita a aprovechar su situación de perro guardián para atiborrarse a gallinas, es decir, se le presenta la ocasión de usar mal la libertad de que aún dispone. Pinocho se enfrenta a una posibilidad real: por mal que estemos, podemos empeorar. Si se elige bien, se mejora; si se actúa mal, se empeora aún más.

Una vez que las garduñas están dentro, él cierra bien la puerta para impedir que huyan y comienza a ladrar para avisar al dueño. La intervención de Pinocho permite que el campesino capture a las garduñas.

El campesino se alegra de que Pinocho haya descubierto a los ladrones. Y se extraña de que su “fiel” Melampo no se hubiese dado cuenta de nada.

«El muñeco hubiera podido contar lo que sabía; es decir, hubiera podido contar el vergonzoso pacto existente entre el perro y las garduñas. Pero recordó que el perro estaba muerto y pensó: “¿De qué sirve acusar a los muertos?… Los muertos, muertos están, y lo mejor que se puede hacer es dejarlos en paz”».

Que Pinocho no se había degradado queda de manifiesto al negarse a delatar a un muerto. No miente, no dice que Melampo fuese leal; simplemente guarda silencio. Su omisión es aquí lo mejor: nadie ganaría nada con la verdad. Es más, saber que Melampo robaba podría hacer daño, podría hacer desconfiado al campesino, podría ocurrir que el campesino decidiese no creer a Pinocho… Es mejor, más bueno, más inteligente, callarse en ocasiones.

Sí le cuenta, porque es verdad y sí es pertinente, la proposición de las garduñas, porque ahí Pinocho demuestra su inocencia, demuestra que, aún pudiendo aprovecharse de su situación como perro guardián, él no pertenece a ese plano, él quiere recuperar el camino que lo lleva a casa, quiere seguir madurando. Tiene una correcta conciencia de sí: «yo soy un muñeco que tendrá todos los defectos del mundo, pero nunca he tenido el de ser largo de uñas ni cómplice de la gente deshonesta».

Al ver a Pinocho ha actuado correctamente, como buen perro, el campesino lo felicita y lo libera, le restituye la libertad que ha merecido, es decir, lo devuelve a su condición original:

«- ¡Buen chico! Bravo ragazzo… Estos sentimientos te honran; y, para probarte mi gran satisfacción, te dejo libre desde ahora mismo, para que vuelvas a tu casa.
Y le quitó el collar del perro».

Pinocho ha vuelto a estar a la altura de las circunstancias, se ha portado como un bravo ragazzo y ha recuperado la libertad en el sentido más pleno: la posibilidad de ser él mismo, de seguir su camino.


¿Llegará por fin a casa, estarán allí su padre y el Hada? El próximo capítulo responderá a estas cuestiones.

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