Pinocho es un muñeco, con posibilidades de llegar a ser
hombre.
Ha sido sorprendido cometiendo un error que parece grave.
Por eso, quien tiene poder para ello, lo castiga a sustituir al perro guardián.
La condena le obliga a actuar como un perro. El resultado de
su mala acción consiste en que es rebajado a la categoría de animal.
Si un hombre actúa como un animal hablamos de
embrutecimiento, animalización, o términos por el estilo que, en cualquier
caso, no parecen ser el camino hacia la plenitud humana. Y es indiferente a
este respecto que esa degradación haya sido forzada por el campesino, por las
circunstancias adversas, la mala suerte o, por el contrario, sea consecuencia
del dejarse llevar, de no dar importancia a aspectos que sí son controlables al
principio pero que más adelante se apropian del dinamismo humano.
Es un retroceso, una degradación, obviamente. No obstante,
conviene subrayar que aquí Pinocho no se animaliza, no se embrutece, no se
convierte en un animal. Estrictamente, es forzado a actuar como tal. Ya hemos
hablado que la acción es el modo en que modificamos nuestro ser o, por decirlo
con Hegel, «el verdadero ser del hombre es su obrar; Das wahre Sein des
Menschen ist (vielmehr) seine Tat; in ihr ist die Individualität wirklich» (Fenomenología
del espíritu). Mediante la acción modificamos gradualmente nuestro ser.
La acción de Pinocho no ha sido muy grave (sólo quería robar
un par de uvas), el embrutecimiento no es muy intenso: ha de actuar como perro.
Pero el perro es un animal doméstico, es decir, un animal que vive en el
entorno del hogar, cerca de lo humano, es capaz —como el hombre— de nobleza y
lealtad así como de infidelidad y traición.
Pinocho ha de actuar, las circunstancias mandan, como un
animal; pero aún no se ha animalizado totalmente, aún no se ha embrutecido, aún
cabe una reacción enérgica que lo vuelva a colocar en el camino correcto. Ya lo
hemos visto otras veces.
La situación nefasta en que se encuentra, el negro futuro
que se abre ante él, le hace recapacitar, recopilar su itinerario vital a modo
de desahogo, un alivio que expresa en forma de narración breve, lúcida,
certera:
«¡Me está bien empleado! ¡Claro que sí! He querido ser
perezoso, vagabundo…, he querido hacer caso de las malas compañías y por eso la
desgracia me persigue. Si hubiera sido un muchacho bueno, como hay muchos, si
huera querido estudiar y trabajar, si me hubiera quedado en casa con mi pobre
padre, no estaría aquí a estas horas, en medio del campo, haciendo de perro guardián
en casa de un campesino. Oh! si pudiera nacer otra vez… Pero ya es tarde,
paciencia».
El arrepentimiento es profundo. Hay un rechazo de lo mal
hecho, un deseo radical de otra oportunidad, de volver a empezar la vida y
llevarla adelante dignamente.
En el camino de la vida no sólo cambia el paisaje, sino
también el viajero. El caminante puede transitar caminos de animalización y de
sublimación. La vida es una aventura. El paisaje, el contexto, las
circunstancias, no determinan la historia de la vida. Tampoco las manos del
viajante escriben íntegramente las historia.
Era de noche, hacía frío, Pinocho entró en la caseta del
perro y se durmió.
El nuevo día, como suele, traería su propio afán.
De eso hemos de tratar en la próxima entrada.
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