martes, 4 de febrero de 2014

24.2. La paradójica autonomía




Se ha salvado. Parecía que también Pinocho moriría ahogado, pero ha llegado a una isla.

Entonces se da cuenta de que necesita ayuda para orientarse. Pero no ve a nadie y la «idea de encontrarse solo, solo, solo, en medio de aquella gran región deshabitada le causó una melancolía tal que estaba a punto de llorar».


Capítulos atrás lo vimos quejarse de que a los niños «todos nos gritan, todos nos reprenden, todos nos dan consejos», y es que todos consideran que el niño es incapaz de dirigir su propia vida. Esa incapacidad, esa minoría de edad, ha de ser superada para llegar a la madurez. Es justamente célebre el texto ¿Qué es Ilustración? de Kant donde expone la necesidad de abandonar la culpable minoría edad y tomar las riendas de la propia existencia. La madurez no es compatible con la incapacidad de regir la propia vida.

Por eso, en la obra de Kant la idea de ilustración, de superación de la minoría de edad, es muy próxima a la de autonomía. ¿Es posible que la soledad en la que se halla Pinocho sea un requisito? Al niño “todos” querían imponerle su criterio. Ahora ya no hay nadie. Únicamente él deberá determinar su camino.

La autonomía es un logro del pensamiento moderno plenamente incorporado a nuestra sensibilidad al que, razonablemente, nadie querría renunciar. Esta noción debe a Kant su carta de ciudadanía. En el ámbito de la ética, remite a una forma de enfocar la vida que enfatiza que el principio de acción ha de surgir de nuestro interior, desde nosotros mismos, desde la intimidad, desde el sujeto, desde el sí mismo. Con esta insistencia pretende alejarse de imposiciones y normas externas de todo tipo (heteronomía). Atinadamente acerca Kant la autonomía a la dignidad y la libertad: autonomía es libertad y en eso mismo, a su vez, consiste la dignidad del ser humano.

Se trata, ya digo, de una conquista de la Ilustración que se haya incrustada en nuestra cultura. Forma parte del ambiente que respiramos. Así nos sentimos y experimentamos el mundo.

Sin abandonar ese marco de referencia, Collodi parece dar pie a una perspectiva que también conviene tener en cuenta. Y es que puede ocurrir que la afirmación de sí mismo sea a costa de la negación de lo otro y de los otros. Entonces el sujeto es el centro, pero de un mundo vacío. Y esto puede producir vértigo.

No es tan extraño, por eso, que una cultura que, como la nuestra, ha potenciado la autonomía haya tenido también que dedicar enormes esfuerzos a apuntalar la autoestima, superar los miedos, las inseguridades, la apatía, la falta de energía y sobra de caos interior. El modo en que se ha concretado la autonomía no siempre nos ha fortalecido.

Si es verdad, como señala Canetti, que «nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido» y el otro se nos ha vuelto problemático, extraño, entonces «sólo inmerso en la masa puede el hombre redimirse de este temor al contacto» (Masa y poder). Tampoco extraña, por eso mismo, que una cultura que ha potenciado la autonomía haya engendrado movimientos tan agresivamente gregarios.

Todo parece indicar que hay que tener en cuenta seriamente a los otros para fortalecer los aspectos que hacen la vida más plena, más digna de ser vivida. Sobre este punto hay estupendos desarrollos articulados sobra la noción de “encuentro”.

Pinocho había sido arrojado a una isla. Un nuevo mundo que descubrir, una nueva situación vital ante la que orientar la vida. Teme la soledad. Atrás quedan los días en que quería quedarse encerrado en su casa, aislado de los demás. Siente que para orientarse no se basta a sí mismo.

Cuando empezaba a entristecerse porque se veía abandonado, «vio pasar a poca distancia de la orilla un gran pez, que iba tranquilamente a sus cosas con la cabeza fuera del agua».

Es un atento delfín que le ayuda informándole sobre las dos cuestiones que le inquietaban. Cerca de allí, siguiendo una senda, podrá encontrar un pueblo.

Respecto a su padre, las noticias no son tan buenas. Lo lógico es que, con la tempestad, el barquito se haya hundido y a Geppetto «se lo habrá tragado el terrible tiburón, il terribile pesce-cane, que desde hace días está sembrando el exterminio y la desolación en nuestras aguas». Se trata de un escualo enorme «más grande que una casa de cinco pisos; y tiene una bocaza tan ancha y profunda que podría tragarse cómodamente todo un tren, con la máquina encendida».

Pinocho se espanta ante la descripción. Rápidamente toma la senda que le aleja de ese peligroso animal y le acerca al pueblo. Andando así, «llegó a un pequeño país llamado “país de las abejas industriosas”; paese delle api industriose».

Este paese delle api industriose tiene un nombre que le presenta como antagónico de otro lugar que conocemos: Acchiappa-citrulli, Atrapa-bobos.


Pero esto ha de quedar para la próxima entrada.

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