martes, 11 de febrero de 2014

24.3. La isla de las abejas industriosas



Pinocho ha perdido al Hada y, al parecer, también a su padre.

Una ola lo ha arrojado a la playa de una isla. Las circunstancias de la vida le han llevado hasta un lugar llamado “país de las abejas industriosas”: paese delle api industriose.


El país de Atrapabobos es el lugar cuya regla es el fraude. Por eso allí sólo caben los malos y los tontos. En el país de las abejas industriosas parece que lo normal es que haya gente honrada, inteligente y laboriosa. Esa es la fama que tienen las abejas, de trabajadoras y disciplinadas. Y no sólo las abejas, también las hormigas (frente a las cigarras) gozan de semejante reputación, de ahí que Collodi señale que «las calles hormigueaban (formicolavano) de personas que corrían de un lado a otro para atender a sus asuntos; todos trabajaban, todos tenían algo que hacer. Ni buscándolo con lupa se podía encontrar un holgazán o un vagabundo».

El pueblo de las abejas industriosas es, en definitiva, el lugar de los que conocen la necesidad del trabajo. Pinocho percibe eso muy pronto, por eso exclama «¡Este sitio no es para mí! Yo no he nacido para trabajar».

En Atrapabobos queda claro la diferencia entre los tontos y los malos, únicos habitantes posibles. Las buenas personas y suficientemente listas como para no dejarse engañar, abandonan el lugar. Así lo hizo Pinocho cuando, al final, comprendió la lógica que regía allí. Pero no ser ni malo ni tonto no significa ser laborioso, se puede ser perezoso. E il paese delle api industriose no es lugar para holgazanes ni vagabundos.

El trabajo es medio. En ese sentido, es verdad que nadie nace para trabajar. Pero «el hambre le atormentaba». La necesidad es un fin que ha de ser satisfecho. Y hay varios modos de hacerlo. Básicamente se reducen a conseguirlo mediante el propio esfuerzo (trabajando, como aquí) o vivir del esfuerzo ajeno bien robando (como en Atrapabobos) o mendigando. Excluido el robo, «sólo le quedaban dos recursos para quitarse el hambre, o buscar trabajo o pedir limosna».

Pinocho está buscando la opción más descansada, la que supone el menor esfuerzo; no la más valiosa, la más digna. Olvida que el trabajo es también modo de realización, moneda para comprar la propia dignidad. Acaricia, por eso, la posibilidad de vivir de otros.

La mendicidad es la opción más cómoda. Su padre le había advertido: «sólo tienen derecho a pedir limosna los viejos y los enfermos. En este mundo los verdaderos pobres, merecedores de asistencia y compasión, no son más que aquellos que por razones de vejez o enfermedad se ven condenados (condannati) a no poder ganarse el pan con el trabajo de sus manos. Todos los demás tienen la obligación de trabajar; y si no trabajan y pasan hambre, peor para ellos».

Geppetto repite la vieja sentencia “El que no quiera trabajar, que no coma” e, invirtiendo el planteamiento del haragán, ve una condena no en el trabajo sino en la imposibilidad de trabajar. El trabajo supone esfuerzo, pero es también medio a través del cual uno puede realizarse, afianzar su dignidad y su autonomía.

Pinocho tiene claro que él no tiene derecho a mendigar, no obstante decide pedir limosna. El resto del capítulo desarrolla esta cuestión, cuenta la historia del muñeco y su relación con diversas personas. Aunque «en menos de media hora pasaron veinte personas y Pinocho les pidió a todas una limosna», sólo cuenta con detalle el encuentro con tres de ellas. Todos afirman el principio fundamental que ya le enseñara su padre: que hay que merecer el pan trabajando o apelar a la compasión cuando uno sufre la condena de la imposibilidad de trabajar.

Junto a esa constante, que en ningún momento es puesta en cuestión, los distintos personajes a los que Pinocho pide ayuda muestran unos matices, una gradación, de gran interés.

En primer lugar se dirige a «un hombre sudoroso y jadeante, que tiraba con esfuerzo de dos carros cargados de carbón». Pinocho expone su necesidad y pide ayuda. El hombre le responde que hará algo mejor que darle una limosna: le dará trabajo para que él mismo pueda ganar su sustento. Le propone, en suma, que le ayude a llevar el carbón. A Pinocho le molesta la propuesta: «¡Ha de saber que nunca he hecho el asno, que jamás he tirado de un carro!». Esta respuesta zanja el asunto. Pinocho no percibe que no sólo está rechazando el medio de ganarse honradamente el pan sino que, además, está insultando a quien le ofrece esa posibilidad. El hombre, obviamente, reafirma la tesis central de que Pinocho no merece ser ayudado y concluye: «cuando de verdad te mueras de hambre, cómete dos tajadas de tu soberbia».

El segundo personaje es un albañil. Se repite la misma escena: le propone al muñeco que le ayude a transportar la argamasa. Pinocho responde que es pesada, «y yo no quiero cansarme». La respuesta es del mismo tipo: «Si no quieres cansarte, muchacho, diviértete bostezando, y que te haga buen provecho».

El primero es insultado, el segundo no. El muñeco rebaja su tono y va aprendiendo a situar el problema donde está realmente. El albañil es considerado como un señor digno, como alguien que gana su pan con esfuerzo. El problema no está en la tarea que le ofrecen; el problema es Pinocho, que es un cómodo, un holgazán. Y sólo sabiendo dónde está el problema, se puede resolver.

La dificultad se mantiene con el resto de personas a las que Pinocho aborda, «todas le contestaron:
- ¿No te da vergüenza? ¡En vez de hacer el haragán por las calles, vete a buscar trabajo y aprende a ganarte el pan!».

En definitiva, Pinocho encuentra una y otra vez afirmada la idea recibida de su padre: si puede trabajar, no tiene derecho a mendigar y, por eso mismo, nadie le ayuda.

Estando así, «pasó una buena mujercita, una buona donnina, que llevaba dos cántaros de agua».

Lo que ocurrió con esta misteriosa donnina merece una atención detenida. Y la tendrá.


En la siguiente entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario