domingo, 15 de marzo de 2015

Del Olimpo al Hades


Del Olimpo al Hades




Manuel Ballester


Al parecer, la religión está causando cierto alboroto entre la muchachada biempensante.

No se trata tanto de la religión cuanto de la asignatura de religión. O, con mayor precisión, de religión católica. Porque si fuera la religión o la religión en la escuela lo que causa el revuelo, se habrían alterado igualmente cuando hace nada se publicó el currículum de la asignatura de religión islámica. No soy de los que piensan que el silencio se deba al miedo. Miedo ¿a qué?, ¿a que les acusen de islamofobia?, ¿a que les encajen un alfanje por la retaguardia? No creo: es sabido que la simple adhesión al Je suis Charlie protege para siempre de Hamás.


Tampoco parece que el asunto sea el tratamiento de la asignatura en la Lomce pues como ha mostrado David López Sandoval (a cuyo blog Autopsia tengo que remitirles), la archicavernaria Lomce en ese punto no dice más ni menos que la superprogesista Logse, ni menos ni más que la megamodernísima Loe. Si no cambia nada, ¿a qué viene esta agitación?

A ver si va a ser por el asunto de los valores. Poco importa que la asignatura sea optativa y quienes la eligen sepan dónde se meten. Quienes confunden educar con instruir, quienes pretenden que la escuela suplante a las familias en su papel de configurar los modos de sentir el mundo e interpretar la vida, es decir, quienes piensan que la escuela debe transmitir valores, adoctrinar, se contradicen al rechazar la enseñanza de la religión o, más precisamente, muestran su carácter selectivo: transmisión de valores, sí, pero los suyos.

Discrepo radicalmente de esa concepción del sistema educativo que me parece propia de una mentalidad totalitaria. Pienso que lo que define a un centro escolar es que instruye, que transmite conocimientos de los que disponen los profesores y no los padres. Rechazo el adoctrinamiento, la transmisión de valores como tarea directa del sistema educativo.

Estoy, sin embargo, a favor de la clase de religión. Y pienso que, a diferencia de los entusiastas de los valores, no me contradigo. Más breve que una explicación: si estuviésemos en la Grecia clásica yo sería, por las mismas razones, partidario de estudiar la asignatura de religión: del Olimpo al Hades, de cabo a rabo. No se trata de que yo crea o deje de creer que Cronos mutiló a Urano. Como no se trata de que yo crea o no que Cristo se encarnó en una virgen.

Y es que conviene distinguir con precisión los conocimientos de los valores.

Transmitir conocimientos es instruir, mostrar los pilares sobre los que se ha construido el mundo en el que vivimos: y esa es la tarea de la escuela. El mundo griego es tan incomprensible sin la religión homérica como nuestro mundo lo es sin el cristianismo. Por eso, para comprender nuestra situación, para entendernos, para saber quiénes somos, es esencial saber de dónde venimos. Sobre esa base podremos decidir a dónde queremos ir. Para no caminar a ciegas, sino sobre lo que realmente somos. Sólo la escuela puede transmitir a las futuras generaciones lo mejor que han conseguido nuestros predecesores. Sólo la escuela como transmisora de conocimientos hará posible un futuro mejor para los individuos y la sociedad.

Cuestión distinta es inculcar valores, adoctrinar, o, dicho en terminología religiosa, asunto distinto es la catequesis, es decir, el intento de configurar el carácter mediante la adquisición de una serie comportamientos acordes con las valoraciones pertinentes. La catequesis laica se llama educación en valores y se empeña en la educación emocional, la catequesis religiosa anima a seguir el camino para llegar a ser un buen cristiano o un santo.

La escuela debe llevar a que el alumno sea sabio (posea conocimientos), la catequesis a que sea bueno. Pero no todos entendemos lo mismo cuando hablamos de “ser bueno”. Por eso, es conveniente que cada uno gestione sus valores y sus bondades según su leal saber y entender. Y, a mi modo de ver, la catequesis religiosa es cuestión de las parroquias o lo que dispongan las respectivas instituciones donde acudirá quien así lo desee porque entienda que la plenitud humana requiere de una perspectiva o una interpretación de tipo sobrenatural.

Por eso soy partidario de la asignatura de religión católica entendida como una asignatura más en la que se transmiten contenidos (ya digo: en Grecia explicarían cómo Atenea nació de la frente de Zeus). Ahí el demonio sacaría sobresaliente no por su compromiso con los valores religiosos o por su buen comportamiento sino porque sabe mucho, por viejo y por diablo. Una asignatura que se inserte en el sistema educativo en pie de igualdad con las demás asignaturas. Con sus peculiaridades, como peculiares y específicos del currículum de asignaturas varias son los logaritmos, la ley de la palanca, la épica, los phrasal verbs y cuestiones de esa índole.

En ese sentido, cabe señalar una anomalía que me parece grave. Me refiero a la situación de los profesores de religión. Mi criterio es que si están, están con todas las consecuencias y en igualdad de condiciones que el resto de profesores. No tiene sentido su actual condición de excepcionalidad. Si hay una asignatura que imparten estos profesionales, hay que exigirles una titulación, arbitrar un procedimiento de ingreso (unas oposiciones que juzguen sus conocimientos y no su grado de santidad, compromiso o cuestiones así) y, una vez dentro, serán funcionarios como lo es el profesor de historia o el de química.


Publicado en La Opinión, 5 de marzo de 2015.

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