Del Olimpo al Hades
Manuel
Ballester
Al parecer, la religión está
causando cierto alboroto entre la muchachada biempensante.
No se trata tanto de la religión
cuanto de la asignatura de religión. O, con mayor precisión, de religión
católica. Porque si fuera la religión o la religión en la escuela lo que causa
el revuelo, se habrían alterado igualmente cuando hace nada se publicó el
currículum de la asignatura de religión islámica. No soy de los que piensan que
el silencio se deba al miedo. Miedo ¿a qué?, ¿a que les acusen de islamofobia?,
¿a que les encajen un alfanje por la retaguardia? No creo: es sabido que la simple
adhesión al Je suis Charlie protege
para siempre de Hamás.
Tampoco parece que el asunto sea el
tratamiento de la asignatura en la Lomce
pues como ha mostrado David López Sandoval (a cuyo blog Autopsia tengo que remitirles), la archicavernaria Lomce en ese punto no dice más ni menos
que la superprogesista Logse, ni menos
ni más que la megamodernísima Loe.
Si no cambia nada, ¿a qué viene esta agitación?
A ver si va a ser por el asunto de
los valores. Poco importa que la asignatura sea optativa y quienes la eligen sepan
dónde se meten. Quienes confunden educar con instruir, quienes pretenden que la
escuela suplante a las familias en su papel de configurar los modos de sentir
el mundo e interpretar la vida, es decir, quienes piensan que la escuela debe
transmitir valores, adoctrinar, se contradicen al rechazar la enseñanza de la
religión o, más precisamente, muestran su carácter selectivo: transmisión de
valores, sí, pero los suyos.
Discrepo radicalmente de esa
concepción del sistema educativo que me parece propia de una mentalidad
totalitaria. Pienso que lo que define a un centro escolar es que instruye, que
transmite conocimientos de los que disponen los profesores y no los padres.
Rechazo el adoctrinamiento, la transmisión de valores como tarea directa del
sistema educativo.
Estoy, sin embargo, a favor de la
clase de religión. Y pienso que, a diferencia de los entusiastas de los
valores, no me contradigo. Más breve que una explicación: si estuviésemos en la
Grecia clásica yo sería, por las mismas razones, partidario de estudiar la
asignatura de religión: del Olimpo al Hades, de cabo a rabo. No se trata de que
yo crea o deje de creer que Cronos mutiló a Urano. Como no se trata de que yo
crea o no que Cristo se encarnó en una virgen.
Y es que conviene distinguir con
precisión los conocimientos de los valores.
Transmitir conocimientos es
instruir, mostrar los pilares sobre los que se ha construido el mundo en el que
vivimos: y esa es la tarea de la escuela. El mundo griego es tan incomprensible
sin la religión homérica como nuestro mundo lo es sin el cristianismo. Por eso,
para comprender nuestra situación, para entendernos, para saber quiénes somos,
es esencial saber de dónde venimos. Sobre esa base podremos decidir a dónde
queremos ir. Para no caminar a ciegas, sino sobre lo que realmente somos. Sólo
la escuela puede transmitir a las futuras generaciones lo mejor que han
conseguido nuestros predecesores. Sólo la escuela como transmisora de
conocimientos hará posible un futuro mejor para los individuos y la sociedad.
Cuestión distinta es inculcar
valores, adoctrinar, o, dicho en terminología religiosa, asunto distinto es la
catequesis, es decir, el intento de configurar el carácter mediante la
adquisición de una serie comportamientos acordes con las valoraciones
pertinentes. La catequesis laica se llama educación en valores y se empeña en
la educación emocional, la catequesis religiosa anima a seguir el camino para
llegar a ser un buen cristiano o un santo.
La escuela debe llevar a que el
alumno sea sabio (posea conocimientos), la catequesis a que sea bueno. Pero no
todos entendemos lo mismo cuando
hablamos de “ser bueno”. Por eso, es conveniente que cada uno gestione sus
valores y sus bondades según su leal saber y entender. Y, a mi modo de ver, la
catequesis religiosa es cuestión de las parroquias o lo que dispongan las
respectivas instituciones donde acudirá quien así lo desee porque entienda que
la plenitud humana requiere de una perspectiva o una interpretación de tipo
sobrenatural.
Por eso soy partidario de la
asignatura de religión católica entendida como una asignatura más en la que se
transmiten contenidos (ya digo: en Grecia explicarían cómo Atenea nació de la
frente de Zeus). Ahí el demonio sacaría sobresaliente no por su compromiso con
los valores religiosos o por su buen comportamiento sino porque sabe mucho, por
viejo y por diablo. Una asignatura que se inserte en el sistema educativo en
pie de igualdad con las demás asignaturas. Con sus peculiaridades, como
peculiares y específicos del currículum de asignaturas varias son los
logaritmos, la ley de la palanca, la épica, los phrasal verbs y cuestiones de esa índole.
En ese sentido, cabe señalar una
anomalía que me parece grave. Me refiero a la situación de los profesores de
religión. Mi criterio es que si están, están con todas las consecuencias y en
igualdad de condiciones que el resto de profesores. No tiene sentido su actual
condición de excepcionalidad. Si hay una asignatura que imparten estos
profesionales, hay que exigirles una titulación, arbitrar un procedimiento de
ingreso (unas oposiciones que juzguen sus conocimientos y no su grado de
santidad, compromiso o cuestiones así) y, una vez dentro, serán funcionarios
como lo es el profesor de historia o el de química.
Publicado en La Opinión, 5 de marzo de 2015.
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