domingo, 1 de marzo de 2015

El poliedro educativo


El poliedro educativo




Manuel Ballester


El asunto de la educación se asemeja a un poliedro con muchas caras. Una de ellas viene constituida por la perspectiva del alumno. Todos la conocemos de primera mano, sabemos cómo percibe los deberes y los juegos, el periodo lectivo y las vacaciones y con qué vivas tonalidades pinta el maravilloso País de los juguetes descrito en Las aventuras de Pinocho: "allí no hay escuelas, allí no hay maestros, allí no hay libros. En ese bendito país no se estudia nunca. El jueves no se va a la escuela; y las semanas se componen de seis jueves y un domingo".

Perspectiva comprensible para todo aquel que ha sido niño y alumno. Se entiende que Pinocho y su compañero Lucignolo acudan a ese fabuloso país ¿Qué niño no lo haría? Porque desde el ángulo del alumno no se ve que el disfrute en el País de los juguetes acaba convirtiendo a los niños en burros.


Otra cara del poliedro educativo viene constituida por los profesores. El profesor trabaja con alumnos, currículos, evaluaciones, atención a padres y otros mil aspectos que constituyen la trama de su densa vida profesional nunca suficientemente valorada ni pagada.

La tarea del profesor está muy pegada al día a día. La docencia tiene más de artesanía que de ciencia. Hay centros, cursos, alumnos con los que conseguir una pequeña mejora es tarea que oscila entre el heroísmo y el milagro, y hay otros centros donde la cosa es más liviana. El trabajo del buen profesor se traduce en una mejora de sus alumnos a partir del nivel en que los encontró. Pero incluso con el mejor de los profesores no todos mejoran o no siempre. Porque quien mejora es el alumno, y tiene que poner de su parte. La perspectiva cercana del profesor corre el riesgo de confundir cómo le va a él en su aula con cómo va la enseñanza en general que es lo que queda fácilmente en la sombra para salir a la luz en evaluaciones externas varias, desde las Pau a Pirls o Pisa (Trepitja, las llamaba la lideresa catalana).

Enseñar y aprender se producen en un contexto, un sistema educativo, que ha sido forjado lejos del aula. Nos abrimos así a otra perspectiva o, para ser precisos, a otras caras del poliedro educativo: la administración, los sindicatos, asociaciones de pelaje vario, las instancias políticas… que tienen una peculiaridad común y diferente a lo que llevamos visto: que los agentes y las gentes que trastean a distancia en la educación no sufren en sus carnes sus ocurrencias y medidas. El profesor y los alumnos, sí.

Es verdad que la perspectiva del niño que desea vivir en el País de los juguetes es distinta a la del profesor, pero una de ellas ha de imponerse (cariñosamente, sin anular la otra, dejando que el niño sea niño) o el niño no será niño sino burro y el profesor no enseñará porque no habrá ya escuela. También es verdad que la administración legisla y los profesores tienen que adaptarse. Pero, nuevamente, ambas perspectivas no están en plano de igualdad. Permítanme un ejemplo. Cuando se decretó que a lo largo de los seis años que dura la Enseñanza Primaria un alumno sólo puede repetir una vez, se impuso una agrupación de alumnos basada en la edad, es decir, se relegaron a un segundo plano aspectos como el nivel de conocimientos. Esa medida introducida por la Logse (1990) y mantenida por la Lomce obliga a los profesores a intentar el imposible de llevar a todos al mismo nivel: los que quieren y los que no, los que pueden y los que no. Y ocurre como siempre que se intentan imposibles: que se fracasa, que los alumnos saben cada día menos. Cuando se mide (Pisa u otras evaluaciones externas) lo que saben los alumnos, queda de manifiesto el descalabro. Pero no nos engañemos: no es un fracaso de los profesores sino del sistema que ha implantado el plan de estudios del País de los juguetes y de los autores intelectuales de esa genialidad. Para paliar el desastre se han sucedido reglamentos, normativas y papeleo que crece en forma exponencial. Así, por ejemplo, cuando empecé a ejercer como profesor una programación constaba de tres páginas, hoy no baja de 40: la enseñanza no mejora pero se incrementa el número de tareas administrativas del profesor.


Tengo para mí que si quienes legislan o tienen capacidad de influir (sindicatos, asociaciones,…) tuvieran que aplicar en su trabajo lo que regulan para los profesores, quizá tendríamos un funcionamiento más ágil, más sensato, con menos burocracia inútil. Mejor sistema, con mejores resultados, en suma.

Publicado en La Opinión, 19 de febrero de 2015.

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