Dice D. Quijote
que «Cada uno es hijo de sus obras». Y es muy claro lo que afirma.
Pero los hijos no
son mera repetición de los padres: a veces los superan, a veces decaen.
¿Somos, a veces,
mejores que nuestras obras? Cuando actuamos por debajo de nuestra personal
grandeza y, así, nos empequeñecemos.
Como no somos autómatas, la libertad tiene eso:
que también podemos ponernos de puntillas, aspirar a lo bueno y lo mejor. Así es
como la tensión no hace buenos hijos de nuestras acciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario