Adán y Eva según Mark Twain
Manuel Ballester
En torno a la vida cotidiana de Adán y Eva, desde que se
conocen en el Edén, Mark Twain (1835-1910) compone una serie de textos breves (Diario de Adán, Diario de Eva, Autobiografía
de Eva, Diarios anteriores al diluvio, Pasaje del diario de Satanás) que
suelen publicarse con el título genérico de Diarios
de Adán y Eva o denominaciones cercanas.
Con distintas fechas de composición y publicación, son
relatos breves, humorísticos que, con el trasfondo del relato del Génesis
ilustra las relaciones entre un hombre y una mujer. Asistimos en diversas
ocasiones al relato del mismo acontecimiento desde la perspectiva femenina y
masculina (a las que, a veces, se añade un cierto contrapunto tomado del Diario de Satanás), que arrancará más de
una sonrisa al lector.
Así se ven inicialmente. Adán sobre Eva: “Esta nueva criatura de pelo largo me está estorbando mucho”; ella sobre él: “Me doy cuenta de que siento más curiosidad por él que por ninguno de los otros reptiles. Si es un reptil, y supongo que lo es, porque tiene el pelo desaliñado y los ojos azules y parece un reptil. No tiene caderas y remata en punta como un loro”.
Sin pretender quitar el placer de descubrir por sí mismo los
múltiples pasajes que ilustran lo indicado, vale la pena reparar en algunos
fragmentos:
“Le ha dado por suplicarme que deje de ir a las cataratas
¿Qué tiene de malo? Dice que le dan escalofríos. No sé por qué. Lo he hecho
siempre… siempre me gustó la zambullida, la excitación y el frescor. Suponía
que para eso estaban las cataratas. No sirven para ninguna otra cosa que yo
sepa, y para algo debieron de hacerlas. Ella dice que sólo las hicieron para
decorar…
Pasé las cataratas en un tonel… No le gustó. Lo hice en una
bañera… siguió sin gustarle. Nadé en el remolino y en los rápidos cubierto con
una hoja de parra. Quedó muy deteriorada. Eso me valió aburridas quejas por mi
extravagancia. Aquí me encuentro con demasiados inconvenientes. Lo que necesito
es cambiar de ambiente”.
No es esa la única ocasión en que Adán amenaza con largarse.
Así, por ejemplo, escribe en su diario: “Le aconsejé que se mantuviera alejada
del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Emigraré”.
La tarea de dar nombre a las cosas también es abordada de
modo diverso. Así lo ve Adán: “No consigo poner nombre a nada. La criatura
nueva [Eva] pone el nombre a todo lo que se acerca antes de que pueda ni
protestar”. Eva ve, por el contrario, que Adán es un poco lento, le cuesta dar
con el nombre apropiado y, por eso, ella se adelanta, hace como que no se da
cuenta de su torpeza y así lo saca del apuro: “Siempre que se presenta por ahí
una criatura nueva le pongo un nombre antes de que él tenga tiempo de ponerse
en evidencia con su torpe silencio. De esta manera le he ahorrado muchos
bochornos”.
Todo es inédito en ese mundo: nuevos nombres (“¿Nosotros? ¿Dónde conseguí esa palabra?”),
nuevas realidades, nuevas situaciones como cuando Eva, tras cambiar el nombre a
“Jardín del Edén”, decide poner el letrero “No pisar el césped”.
Tras el bien y el mal, llegará también la muerte. ¿Quién
será el primero en morir, cómo se vivirá esta novedad? Y los hijos ¡Qué ilusión
el primer hijo! Y la educación de Caín: “Ella le contenta persuadiéndole y
dándole cosas que previamente había dicho que no le daría”.
Y el final conecta con el principio cuando se lee en la
lápida (y no es el único logro de Twain):
“Dondequiera que ella estaba, allí estaba el Edén
Wheresoever she was, there was Eden”
En síntesis, se trata de una relación normal de un hombre y
una mujer o, lo que es lo mismo, una deliciosa historia de amor narrada con
humor, en la que se funde sueño con realidad. Y los sueños revelan la nostalgia
del paraíso.
Publicado en Aleteia, 28 Junio 2020:
https://es.aleteia.org/2020/06/28/adan-y-eva-segun-mark-twain/
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