Cronin: vivir en La ciudadela
Manuel Ballester
A.J. Cronin
(1986-1981) fue un médico católico que obtuvo gran resonancia en el ámbito de
la literatura. Varias de sus novelas fueron bestsellers
traducidas a numerosos idiomas. Y algunas
fueron llevadas al cine. Entre ellas destaca La ciudadela (1937) a la que King Vidor llevó a la gran pantalla el
año siguiente a su publicación.
La ciudadela sigue los pasos de Andrew Manson desde su primer
destino como médico hasta su madurez profesional. Basada en la experiencia
personal de Cronin, contribuyó notablemente a establecer el servicio nacional
de salud en el Reino Unido.
El relato muestra cómo la
personalidad de Manson va fraguándose en contacto con la institución sanitaria,
los pacientes, los colegas,…
De Manson sabemos que es una
persona responsable, de un temperamento «extraordinariamente
impresionable», «ama su trabajo y […] trabaja alegremente», tiene una «mente equilibrada, dubitativa, y un
corazón apasionado».
Pronto descubre las miserias
del sistema sanitario. Es, de hecho, una estructura de vasallaje que
fomenta el servilismo. Mason descubre que, en todos los escalones del sistema,
hay médicos manifiestamente ignorantes, otros son competentes pero conformistas
con el sistema. Él lucha contra corriente y logra dejar en buen lugar «el honor
de una profesión verdaderamente gloriosa», investiga, publica e, incluso, se
anima a asistir a un congreso médico en Cardiff donde volverá a ver a su
compañero de universidad, Freddie Hamson. Había conocido también a la maestra
del pueblo: Christine. Dueña de una «sonrisa tranquila, íntima, estimulante»,
y, por tanto, del corazón de Andrew.
Derrota y victoria
Le ilusiona profundamente asistir al congreso, aprender,
volver a ver a su viejo amigo. Y asistir con Christine, a la que piensa pedirle
matrimonio… a la vuelta.
Durante el congreso, su amigo le muestra que el sistema convierte
el ejercicio de la medicina en un mero negocio. Christine percibe que Hamson ve
a Andrew sólo como una posible fuente de ingresos. Ella se irrita al verlo
tratado de ese modo. Él no la entiende y se molesta. En el tren tiene la
evidencia de que la mujer de un colega lo engaña; duda ahora de las relaciones
familiares. La idea del matrimonio con Christine la ve cada vez más estúpida.
Cuando regresan le están esperando para que atienda un parto. El niño nace sin
vida y él administra un tranquilizante a la madre.
Es plena noche y todo va mal. El sistema sanitario es un
mero negocio. Las relaciones familiares se fundan en la mentira. Y sus
esfuerzos sólo sirven para sedar a la madre. El niño muerto simboliza el fruto
de su esfuerzo. ¿Qué puede hacer? ¿Reconocer la derrota, someterse?
Agotado. Hundido. Con el corazón roto toma una decisión.
Estudiará al niño para aprender. La comadrona había dejado el cadáver debajo de
la cama. Se arrodilla. Lo examina. «Todavía de rodillas, Andrew miró al niño
con expresión de espanto. Aquella palidez significaba una sola cosa: asfixia.
Su mente, en extraordinaria tensión, recordó un caso […] y el tratamiento que
había empleado». Y pelea durante horas. Continúa incluso cuando la comadrona le
advierte llorando: «Es inútil, doctor. Ha nacido muerto». Entonces llega el
milagro. El niño empieza a respirar. Se ha salvado. Ambos se salvan: el niño y
el doctor.
Lo vivido en Cardiff le había hundido. Pero ese caso lo salva.
En el niño amamantado por su madre descubre el sentido del trabajo médico. En
la alegría de la familia descubre que «algo había que decir en favor del
matrimonio y de la vida en familia, cuando traía una felicidad tal como la que llenaba
ese hogar».
Desilusión
Las circunstancias no han variado. Su modo de afrontarlas,
sí. Estudiará más; para aprender, para servir a sus pacientes. Verá la
necesidad de ir ascendiendo escalones en el sistema sanitario. En cada nuevo
peldaño contará con el aliento de Christine, su mujer. Obtendrá un cargo en el
Ministerio, «fiscalizado por un círculo de nulidades eminentes».
Pero un día se cansa y decide que ya está bien. Ahora desea
éxito y dinero. Christine ve con tristeza cómo traiciona sus aspiraciones. Gana
dinero pero pierde su auténtico ser. Se halla en las entrañas de un sistema sin corazón
que lo ha vencido: «¿No ves, dice Christine, que te estás convirtiendo en
víctima del mismo sistema que solías condenar, de todas las cosas que
aborrecías?».
Manson es un tipo de hombre idealista, competente, cuya
inteligencia le hace entender los fallos del sistema. Pero se cansa de pelear
siempre mientras otros mucho menos capaces y menos honestos tienen fama y
éxito. Se inserta en el sistema como un engranaje más.
Obedecer al sistema sirviéndose de él para prosperar es lo
más frecuente. Pero no es la única actitud posible. En la obra vemos también
las actitudes de Denny, Hope o el americano Stillman quien, «sin dejar que el
triunfo lo envaneciese, siguió siendo la misma persona reposada y modesta que
veinticinco años atrás había ensayado sus primeros cultivos en su desván».
Redención
Christine, que ha sufrido viendo su degradación, «estaba más
preocupada por él que por ella». Lo quiere y trabaja activamente para salvarlo.
Organiza una comida con sus amigos. No hablan de dinero o éxito, sino de medicina,
enfermedades y enfermos, cómo mejorar el sistema. Los ojos de Andrew vuelven a
brillar como antes. Nada está perdido.
En su momento más bajo, cuando tiene la aterradora certeza
de que va a perderlo todo, «pasó frente a la puerta abierta de una iglesia […]
y entró [...] La tribulación atraía allí a los hombres, los volvía a sus
sentidos, los volvía al pensamiento de Dios».
Ver el desajuste de las instituciones es fácil. Pero
sobrevivir, es decir, mantener la dignidad, es tarea titánica, casi impensable
para un hombre solo. La ciudadela
muestra que para ser fieles a nosotros mismos necesitamos ayuda. Necesitamos
tener claridad respecto a nuestra tarea profesional pero también sobre el sentido
de nuestra vida. Necesitamos tener a quién contar nuestras dificultades,
nuestros fracasos, nuestros proyectos, es decir, un hogar donde celebrar los
éxitos con quien queremos y nos quiere. Y necesitamos amigos que compartan con
nosotros no sólo nuestra visión del trabajo y del mundo sino también su afecto.
Publicado en Aleteia
el 14 de diciembre de 2020:
https://es.aleteia.org/2020/12/14/cronin-vivir-en-la-ciudadela/
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