El señor de las moscas
Manuel Ballester
Una de las obras más célebres de William Golding (1911-1993)
es, sin duda, El señor de las moscas
(Lord of the Flies, 1954). Ha
conocido dos versiones cinematográficas: una de Peter Brook (1963) y otra
dirigida por Harry Hook (1990), lo cual es muestra tanto de la fecundidad e
interés del asunto que aborda cuanto de lo acertado de la forma en que se narra
la historia.
Cuando la Academia sueca le concedió el premio Nobel (1983), el jurado comparó a Golding con Herman Melville ya que ambos “iluminan la condición humana en el mundo actual”. En ese sentido, se ha dicho que la novela plantea una concepción de la naturaleza humana contrapuesta a la bondad natural del buen salvaje que sostiene El Emilio, de Rousseau.
La historia es conocida: un accidente aéreo arroja a una
isla desierta a un grupo de jóvenes sin ninguna compañía adulta. La ausencia
del adulto significa, por eso mismo, ausencia de normas y autoridad. La
constatación de esa situación exige una respuesta. Así reaccionan tres
personajes centrales: a Ralph «le dominó el gozo que siempre produce una
ambición realizada»; a Piggy (cerdito) le invade la desazón porque no hay nadie
que pueda cuidarlos y, finalmente, Jack concluye que «entonces tendremos que
cuidarnos nosotros mismos».
La evolución de los personajes es muy interesante. Ralph
pasa de ser un tipo superficial que disfruta incluso burlándose del gordito
miope a tomar conciencia de las necesidades de los demás, de su propia
limitación y por eso acaba convertido «en un especialista del pensamiento y era
capaz de reconocer inteligencia en otro», se da cuenta de que, desde el
principio, Piggy es el más sabio, pero todos se burlan de él: es gordo,
asmático, miope… Jack es fuerte, decidido, duro y con afán y dotes de mando.
Pronto surge la necesidad de coordinar la acción, es decir, «necesitamos
un jefe que tome las decisiones». Como era de esperar, Jack se postula. Hay
votación. Todos saben que Jack es el más capaz, que Piggy es el más
inteligente… pero sale elegido Ralph.
La jefatura de Ralph se apoya pronto en la sabiduría de
Piggy. Jack y Ralph son jóvenes fuertes, sanos, disfrutan de la vida y son, por
eso, impulsivos y egocéntricos. Piggy, por el contrario, posee la sabiduría que
da el sufrimiento: «Me he pasado tanto tiempo en la cama que he podido pensar
algo. Conozco a la gente. Y me conozco».
Jack cuestiona el liderazgo de Ralph y establece su
particular objetivo: cazar, conseguir carne. Y es un objetivo importante para
que todos, la sociedad de la isla, salgan adelante. Así lo reconoce Ralph pero
establece otra prioridad: mantener viva una hoguera.
Es necesario comer, sí. Pero Ralph señala otras necesidades
también básicas que vienen expresadas en «la doble función de la hoguera. Lo
primero, indudablemente, era enviar al espacio una columna de humo mensajero;
pero también servía de hogar en momentos como aquéllos y de alivio hasta que el
sueño les acogiese». En definitiva, el modelo de sociedad de Ralph integra el
quehacer de Jack pero a la tarea de cazar para alimentarse, añade la necesidad
de sentirse en un hogar y, finalmente, asume las limitaciones: necesitan ser
salvados. En definitiva, su modelo de sociedad intenta cubrir las necesidades
de alimento y abrigo así como las de seguridad y afecto al tiempo que se abre a
la necesidad de ser salvados por una instancia externa.
La idea de sociedad de Jack es la tribu. Un modelo basado en
el poder. Fuerza para causar daño e imponer la voluntad del jefe, exaltación de
los aspectos más primarios de los individuos mediante «el cántico de la tribu»,
la pintura del cuerpo que los hace irreconocibles; la integración en este tipo
de colectividades se hace a costa de la desintegración de la individualidad. Y
la individualidad tiene que ver con la racionalidad. En el mundo de Jack no hay
sitio para Ralph ni lo que él representa: se impone la fuerza, se come pero ya
no hay afecto, no hay hogar, no hay esperanza de ser rescatados.
Jack y Ralph son, en definitiva, «como dos universos
distintos de experiencia y sentimientos, incapaces de comunicarse entre sí».
Ralph no entiende por qué le odian tanto «sólo por tener un
poco de sentido común», sólo por intentar cuidar de todos, sólo por querer «tener
una hoguera para que nos rescaten». Todos han cedido ya al placer de la barbarie
o a la fuerza de los otros, ya se han comedido varios asesinatos, ya hay quien
ha asumido la legitimidad y el placer de matar. Son salvajes.
Debemos a Platón la genialidad de mostrar que las
dimensiones que concurren en la construcción de la personalidad individual son
reconocibles también como instancias presentes en las sociedades humanas. La
fuerza, el impulso bruto, puede siempre imponerse sobre la sensatez. Es una
obviedad que queda constatada en el relato de Goding; Platón añadiría, y no es
menos cierto, que el impulso ciego tiene más fuerza que la voz de la razón en
la vida de los individuos.
No parece que Rousseau y sus seguidores contemporáneos
acierten. Más bien parece que hay una tendencia natural al mal y la violencia
en el ser humano; así como una innata orientación hacia lo bueno y lo mejor.
Jack quiere hacer prevalecer la fuerza, la barbarie. Quiere
aniquilar a Ralph. No quiere oír hablar de cosas de débiles como el hogar o la
salvación. Y da caza a Ralph. Incendia la isla sin darse cuenta de que enciende
así una hoguera descomunal. Y llega la salvación cuando ya todo parece perdido
que es, precisamente, cuando más falta hace.
Dándole la razón al poeta que, desde el principio sabe que
la esperanza es lo que nos mantiene en pie. En peligro, sí, pero como humanos
ya que “donde está el peligro, allí surge también la salvación”.
Nah ist
Und schwer zu fassen der Gott.
Wo aber Gefahr ist, wächst
Das Rettende auch.
Hölderlin, Patmos
Dios está cerca y es difícil de comprender.
Pero donde está el peligro, surge también la salvación.
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