Entusiasmo por la realidad (3):
Manuel Ballester
El vuelo elegante de un ave ha servido innumerables veces de
inspiración a poetas y pensadores (si es que, finalmente, no son lo mismo).
Volar, ascender, planear, descender en picado y virar en el momento oportuno:
qué sensación de gozo, de plenitud. Y de libertad. Más aún: belleza.
Sabemos, por otra parte, que el mundo animal está regido por
el instinto, por la pauta interna que establece cuidadosamente el
comportamiento adecuado o, lo que es lo mismo, por la respuesta precisa ante el
estímulo específico. Es gozoso y bello. Pero no es libre. Y no lo es porque
falta un elemento esencial de la libertad.
Es cierto que, al decir de Bergson, en el instinto está presente la razón ya que, para expresarlo con precisión, concibe el instinto como “inteligencia inconsciente”. El comportamiento animal es sabio, pero el animal no lo sabe. Por decirlo gráficamente: el desplegar sus alas para planear, el ave hace lo mejor posible… casi sin su concurso, actúa como cualquier otro miembro de su especie. Hay inteligencia, que es la base de la libertad, pero haría falta que esa inteligencia fuese ejercida individualmente.
Se trata de una idea antigua que viene expresada en la
sentencia latina: Natura ad unum, ratio
ad opposita; la naturaleza actúa siempre del mismo modo, necesariamente (ad unum). El hombre es un ser natural,
de ahí que encontremos en nosotros también dimensiones necesarias. Pero es,
según lo concibe Aristóteles, un “viviente dotado de logos, de pensamiento consciente”: y por ahí nos viene la libertad,
raíz tanto de nuestra grandeza cuanto de nuestra miseria. El animal sólo puede
responder a los estímulos propios de su especie. El hombre, no. El hombre puede
hundirse en los abismos de la degradación o elevarse hasta la plenitud: ambos
extremos están al alcance de cualquier hombre.
La realidad, entusiasmante, presenta múltiples aspectos. El
animal sólo capta algunos, los que le son pertinentes, y a ellos responde
necesariamente.
La razón, por el contrario, se hace cargo de la riqueza de
lo real. Ante lo más trivial descubre (no inventa: descubre) múltiples
aspectos. Pensemos en una “simple” manzana. El animal sólo puede comérsela o
ignorarla. El hombre descubre que es comestible, así o cocinada; solo o en
compañía y así humaniza la nutrición. Y puede ser usada como un objeto
arrojadizo. O estético, como adorno, como foco de una pintura o fotografía. O
como símbolo, de fecundidad, de riqueza, de ambivalencia y libertad (que le
pregunten a Eva).
Una simple manzana, tocada por la inteligencia, pone ante el
hombre una multitud de reales aspectos. Ninguno de ellos fuerza necesariamente
al hombre (ninguno le hace obrar ad
unum), tiene, por eso, que elegir. Es así como la inteligencia es el
fundamento de la libertad.
Nuestras acciones van consolidándose en hábitos, costumbres,
modos de ser, estilos de vida. Y es así como somos tan distintos. O podemos
serlo, si nos lo proponemos. También podemos optar (elegir) ir por el manso
camino de todo el mundo y algo de esto parece haberse instalado en la
modernidad, según apunta Gustave Le Bon cuando señala que «la acción inconsciente de las masas, al
sustituir a la actividad consciente de los individuos, representa una de las
características de la época actual», (Psychologie
des foules).
En la vida social y política concurrimos todos. Con nuestras
personales elecciones, con nuestro particular ejercicio de la libertad. Y así,
en la multiplicidad, es como se construye una sociedad plural.
Cuando una ideología pretende eliminar el ejercicio de la
libertad de los individuos, está imponiendo una perspectiva y prohibiendo las
demás. Está rebajando al estado animal a sus ciudadanos. Ese es el intento
deshumanizador, varias veces triunfante, de los totalitarismos. Esa
irracionalidad pugna por imponerse, con la degradación y la fuerza, en nuestra
cultura. Sobre ello advertía Ortega: «Es
insensato poner la vida europea a una sola carta, a un solo tipo de hombre, a
una idéntica "situación". Evitar esto ha sido el secreto acierto de Europa
hasta el día, y la conciencia de este secreto es la que, clara o balbuciente,
ha movido siempre los labios del perenne liberalismo europeo», (La rebelión
de las masas).
Pero lo maravilloso, lo humano, es caer en la cuenta que la
realidad está llena de aspectos, de sentido. Visible para el ejercicio activo
de la inteligencia cálida, atenta, humana, ante quien revela su maravilla: «Cada cosa es un hada que reviste de miseria y
vulgaridad sus tesoros interiores y es una virgen que ha de ser enamorada para
hacerse fecunda», (Meditaciones del
Quijote).
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