El rey Lear o la importancia de la tragedia
Manuel Ballester
Grecia aporta a la civilización el pensamiento racional, el concepto; la filosofía, en suma. Pero no es menos cierto que aporta la tragedia. Pensemos
en Esquilo, Sófocles o Eurípides.
El hombre aspira a comprender el mundo, a entenderse a sí
mismo, a captar el sentido de su vida. Y la filosofía lleva a cabo un
acercamiento conceptual a esta aspiración humana. La tragedia responde al mismo
anhelo pero lo hace de otro modo.
El espectador de la tragedia se sitúa ante una acción que
puede formar parte de su vida, de la vida de cualquiera. Porque la tragedia, al
decir de Aristóteles, es en primer lugar mímesis,
imitación de la vida.
Entre los modernos, quizá nadie como Shakespeare (1564-1616) ha desarrollado el género trágico de modo tan admirable. Fijémonos en una de sus obras: El rey Lear (The Tragedy of King Lear, 1603).
El argumento se desarrolla en torno a la ingratitud filial. Como toda tragedia es mímesis o imitación de la vida, en torno
a la cuestión principal discurren una serie de elementos igualmente
reales y constitutivos de las relaciones humanas tales como la vejez, la
sabiduría o la locura. Veamos algunos.
La acción da comienzo en el momento en que el rey Lear
proyecta lo que llamaríamos una “jubilación dorada” y, para eso, decide dividir
el reino en partes iguales entre sus tres hijas. Así lo plantea: «Decidme,
hijas mías, ya que es ahora nuestra voluntad despojarnos de todo, autoridad,
intereses del territorio, cuidados del gobierno: ¿cuál de vosotras nos ama más?».
Lear lo da todo por sus hijas. ¿Qué quiere a cambio? Lear
quiere que su generosidad sea valorada, quiere gratitud, sentirse amado. Quizá
lo que queremos todos y, por eso, su tragedia puede ser también la nuestra. Y
recurre a la pregunta que han repetido tantos padres. Porque es rey y tiene
poder, pero Lear es también padre. Y pregunta: ¿Quién me quiere más?
Da como rey, con poder. Y pide como padre. Sutil distinción.
¿Entenderán la diferencia sus hijas? Y Lear mismo, ¿será capaz de comprender
que cada esfera de acción tiene sus reglas?
La primera en hablar le asegura su amor y lealtad. La
segunda sostiene que está «hecha del mismo metal que mi hermana». Y el rey se
alegra al oírlo. Pero Cordelia, la tercera, está hecha de otro metal. No sabe
de hipérboles, ama a su padre pero su rectitud le impide magnificar esa
realidad: «estoy segura de que mi amor es más rico que mi lengua», dice.
No es eso lo que esperaba oír Lear. Se enfada hasta el
extremo de repudiarla: «¡Más te valiera no haber nacido antes que no saber
agradarme más!; Better thou hadst not
been born than not to have pleased me better». La decepción del padre
impulsa al rey contra la hija que no ha agradado (pleased) a su oído.
Lear no ha entendido que la autoridad paterna es distinta
del poder real, aunque recaigan en la misma persona. El poder tiene sus
mecanismos para imponerse. El amor paterno, como todo amor, goza con la
correspondencia; puede merecerla, puede esperarla, puede suplicarla pero no
puede exigirla. Porque amar significa dar al otro el poder, confiar en él.
Aunque se defraude la confianza, como ocurre a veces. Pero entonces el amor
reitera el don, tal como certeramente expresa el término per-dón ya que “per”
es un prefijo que, en este caso, tiene una función intensificativa como ocurre,
por ejemplo, en “per-durar” o “per-turbar”. Per-dón significa, pues, reiterar
el don, volver a darlo.
Las primeras en hablar han doblegado el poder del rey
mediante la adulación (flattery): han
dicho al rey lo que él quería oír y no han visto en él al padre. Cordelia ha
hablado con el corazón en la mano a su padre y pierde el favor del rey que
buscaba ser alabado.
El conocido desarrollo de la trama no hace sino mostrar que «los
dioses son justos y hacen de nuestros deleitosos vicios los instrumentos para
flagelarnos». Así es como Lear, vencido, loco,
dice las grandes verdades: «tomaremos sobre nosotros el misterio de las
cosas, como si fuésemos espías de dios; take
upon’s the mystery of things, As if we were God’s spies».
Porque así es la vida. Y la
tragedia es mímesis. Y al imitar las
relaciones humanas, pone ante nosotros la vida palpitante. Y al hacernos
sufrir, nos purifica. Eso decía Aristóteles que era la tragedia: mímesis y catarsis, repetición de las vivencias y purificación de nuestro
mundo emocional al verlo proyectado en la acción trágica.
Hay quien dice que nos
hallamos en un cambio epocal, un periodo histórico caracterizado por el fracaso
de la razón (al menos la ilustrada) o de una razón mínima (pensiero debole) u otros modos de cuestionar la aportación griega
que llamamos filosofía. Y bien pudiera ser que, en este preciso momento, la
genialidad del pueblo griego vuelva a vitalizar nuestra cultura haciéndonos fijar
la vista en la tragedia.
Publicado en Aleteia el 8 de enero de 2021:
https://es.aleteia.org/2021/01/08/el-rey-lear-o-la-importancia-de-la-tragedia/
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