Huxley, o la elección entre Un mundo
feliz y un individuo consciente
Nietzsche había cerrado el siglo XIX señalando el
vaciamiento de los valores europeos. La primera mitad del siglo XX conoció dos
guerras mundiales. Avanza la conciencia de que la vida europea está tomando
unos derroteros preocupantes.
En ese clima de cansancio, sensación de que la situación
puede empeorar, asistimos a la eclosión de la literatura distópica. Pensemos en
ejemplos como Walden dos (1948) de
Skinner, 1984 (1948) de Orwell o Fahrenheit 451 (1953) de Bradbury.
A Aldous Huxley (1894-1963) cabe situarlo en ese ámbito de preocupaciones, al menos por lo que se refiere a la que quizá sea su obra más célebre: Un mundo feliz (Brave New World, 1932) que hace las delicias de los conocedores de Shakespeare por la enorme cantidad de referencias al dramaturgo, así como por el valor simbólico que adopta en la novela. Las referencias se inician en el título, tomado explícitamente del acto V de La tempestad.
La trama es conocida. Huxley pinta una avanzada civilización
donde la biología y la psicología han logrado construir una sociedad en la que
sus ciudadanos son producidos (sic) de modo artificial y condicionados
psicológicamente para que sean felices desempeñando las funciones que la sociedad
requiere de ellos.
En la guardería asistimos al condicionamiento pauloviano de
un grupo de Deltas para crear en ellos un «odio “instintivo” hacia los libros y
las flores». ¿Qué hay de malo en que dediquen su tiempo libre a leer o
disfrutar de las flores? Es el modelo de sociedad y el de individuo.
En el totalitarismo, porque hablamos de una sociedad
totalitaria, ocurre que el individuo se reduce a mera pieza del sistema. Por
eso «no podía permitirse que los miembros de una casta baja perdieran el tiempo
de la comunidad en libros». Esa es la cuestión: no hay tiempo libre en
el sentido de tiempo sólo para el individuo; hay tiempo en que los individuos
no trabajan pero sus ocios, sus placeres, sus relaciones, han sido objeto de
condicionamiento desde antes de nacer. ¿Y con qué se les condiciona? «Con las
sugestiones del Estado» que programa y satisface todos sus deseos,
convirtiéndolos así en meras «células del cuerpo social».
El procedimiento consiste en ejercer control sobre el
individuo desde el principio. Se trata de incorporar al individuo a la
sociedad, civilizarlo, teniendo en cuenta que civilization is sterilization: hay que eliminar todo lo que pueda
empañar la estabilidad social.
Se enseña a los niños a sentir repulsión por la idea de una
“vida vivípara”: sexualidad con reproducción, madre, hermanos, familia, hogar,
intimidad y, también, penurias, disputas… que son problemas que obligan a
madurar.
Se suprimen, pues, los lazos biológicos y afectivos. Lo que
rodea a la sexualidad es objeto de atención particular desde muy temprano. Es
importante que los niños aprendan juegos sexuales de modo que nunca sospechen
que el acto sexual pueda ser algo más que un divertido esparcimiento: nada de
expresión de afecto, nada de compromiso, nada de paternidad ni filiación. Y
nada de pasión, de galanteo, de fracaso amoroso o de promesa de fidelidad.
En todos los ámbitos, la sociedad civilizada ha de conseguir
que no haya distancia entre el deseo y su realización. De este modo se consigue
que la gente sea infantil: competente profesionalmente pero inmadura. Perfectos
engranajes del sistema social. Nietzsche define al hombre moderno como un
“manso animal doméstico”, Huxley dice que se trata, «en todo caso, de animales
inofensivos».
El contrapunto que permite a Huxley una mirada externa del
paraíso civilizado es la llegada de John, el salvaje. No conoce la civilización
y su comportamiento desentona. Es un salvaje que ha leído a Shakespeare y lo
cita en múltiples ocasiones para dar forma a lo que piensa y siente.
Shakespeare está prohibido, claro, por dos motivos. En primer término, se trata
de un autor antiguo y el dinamismo de la sociedad requiere que la gente se
sienta atraída por la novedad, por lo que está de moda; se trata de estar en
incesante renovación y, por tanto, devaluación continua de lo que ahora se
tiene pero mañana habrá pasado. En segundo término, Shakespeare es «un autor
que estaba aún por civilizar» y, por tanto, suscita cuestiones que la gente del
mundo civilizado no entiende: quienes están habituados desde niños a los juegos
eróticos triviales, ¿cómo entenderán a Otelo,
por ejemplo? El mundo de Shakespeare no cabe en esa civilización porque el
desarrollo afectivo e intelectual de esa gente se ha condicionado para la
eficacia técnica y el disfrute fácil.
El salvaje se llama John. Pero siempre le llaman Mr. Salvaje porque este nuevo mundo,
esta sociedad, tiene que expulsar a las «personas que, por una razón u otra,
han adquirido excesiva conciencia de su propia individualidad para poder vivir
en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que
tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien; Every one, in a word, who’s any one».
Dios, el alma y el cristianismo son objeto de un tratamiento
que dará qué pensar a los lectores.
La estrategia totalitaria, que hoy ya no es una mera ocurrencia
de los autores de ciencia ficción, consiste fundamentalmente en lograr que el
individuo renuncie a su individualidad. Romper los lazos afectivos con la
familia, con el hogar, los lazos de confianza, el cultivo de la interioridad. Rechazar
la idea misma de que lo propiamente humano es concebir la nobleza y el heroísmo
como posibilidades reales.
Un mundo feliz es,
por eso, un perfecto manual para construir una sociedad totalitaria donde la
gente ame la sumisión. Pero, por eso mismo, es también un aviso y una
indicación respecto a cómo defenderse de ese peligro tan actual.
Publicado en Aleteia, el 23 de enero de 2021:
https://es.aleteia.org/2021/01/23/huxley-o-la-eleccion-entre-un-mundo-feliz-y-un-individuo-consciente/
No hay comentarios:
Publicar un comentario