miércoles, 11 de agosto de 2021

Cojeando por el camino de la eternidad

 




Cojeando por el camino de la eternidad

 

 

 

Manuel Ballester

 

 

Estos días se cumplen los 500 años de un proceso iniciado durante la batalla por la toma de Pamplona a manos de tropas francesas. El 21 de mayo de 1521 una bala de cañón golpeó a un soldado fracturándole gravemente una pierna y dejando herida la otra.

Hubo más heridos de uno y otro bando. Pero los siglos pasaron y sólo Iñigo López, el menor de la casa de Loyola, se alza sobre su tiempo y sigue vigente en la actualidad. Es cierto que todos somos hijos de nuestro tiempo pero también es cierto que Cronos devora a sus hijos, salvo que alguno de ellos sea como Zeus y supere al tiempo. Iñigo encontró la clave y entró, cojeando pero por la puerta grande, en el camino de la eternidad.

Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) ofrece el relato en El caballero de las dos banderas (2014). El autor es jesuita: añade a su currículum profesional (periodista, poeta, profesor, ensayista y autor de novelas) el conocimiento íntimo, el compromiso, con el personaje de la novela a la que nos referimos.

Conviene resaltar que se trata de una novela histórica. El autor ha tenido a bien incluir una nota histórica al final de la obra para precisar algunos aspectos que al lector le pueden suscitar, al menos, curiosidad. Sobre la identidad de la dama de la que el joven Iñigo anduvo enamorado, sobre la posibilidad de que tuviese una hija, sobre la presencia y actividad de determinados personajes y algunos otros detalles de la historia de aquellos tiempos.

La autobiografía de San Ignacio cuenta, en efecto, que puso sus ojos y sus pensamientos en cierta dama. ¿Quién fue? ¿Correspondió a Iñigo? Lamet entra de lleno en esa posibilidad. Es más, la novela es narrada por la Infanta Catalina, hija de Juana la loca, hermana del emperador Carlos V, reina de Portugal.

Mezcla hábilmente acontecimientos de la vida de Ignacio hasta los primeros pasos de la Compañía de Jesús y los sucesos de la historia de los que Catalina tiene conocimiento de primera mano. Por sus páginas transita España y el Imperio, sus peligros internos y el ataque del turco en el Mediterráneo y por Oriente.

Hablamos de un tiempo de gran agitación política, social y cultural. Época de la revuelta de los comuneros, la ruptura impulsada por Lutero, la Dieta de Worms, la política imperial, los acuerdos con Enrique VIII, luchas con Francisco I, el gobierno de América, los ecos de Erasmo y los iluminados…

Quizá a todos nos parecen complejos los tiempos que nos tocan vivir. Quizá nos falte el sosiego y la perspectiva necesaria. Pero al hombre de los tiempos de Ignacio el descubrimiento del Nuevo Mundo, el paso del geocentrismo al heliocentrismo, del mundo cerrado al universo abierto y, más radicalmente, del teocentrismo al antropocentrismo, le produjo un vértigo notable.

En ese contexto se mueve un aspirante a gentilhombre, a soldado, a caballero andante; amante y amado por las damas; con un carácter altivo que saca la espada con facilidad y acaba en alguna ocasión en la cárcel; «fogoso, algo colérico, celador de su intimidad pero al mismo tiempo sensible y apasionado como buen vasco y hasta el momento solo cristiano del montón» pero, sobre todo, con un gran concepto de sí mismo y una preparación, capacidad y resuelta decisión de prosperar en la corte. Pero, como decimos, Iñigo es derribado de un mazazo.

De carácter recio, aguanta sin anestesia diversas operaciones en las que hay incluso que aserrar huesos. Debe guardar cama y pide lectura. Le encantan las novelas de caballería pero en esa casa no hay nada que el cura y el barbero de Alonso Quijano hubiesen lanzado a la hoguera. Un Vita Christi y varios volúmenes de un Flos sanctorum (vidas de santos). No es lo que Iñigo quería pero no hay otra cosa con la que matar las largas horas, los largos días, semanas y meses de postración y rehabilitación.

Iñigo lee y piensa. Imagina también que es un andante caballero. Y compara las hazañas de un Amadis y un Francisco de Asís. Las hazañas mayores son las que mueve un amor más grande. Iñigo siempre se moverá por el magis, el más, lo más grande, lo mejor y mayor. Todas los santos y sus obras se mueven por el amor y la gloria de Dios, Ignacio y la Compañía de Jesús lo harán “Para la MAYOR gloria de Dios” (Ad maiorem Dei Gloriam).

Siglos más tarde Nietzsche dirá que sólo valen la pena los libros que se han escrito con la sangre del autor, con la sustancia de sus vidas. A partir de su conversión, Ignacio «más que leer, rumiaba su lectura, la hacía carne y sangre».

Es notable la práctica y la concepción de la lectura, del estudio. En la novela de Lamet encontramos varios ejemplos: «Iñigo fue un gran autodidacta. Dos o tres libros saboreados y rumiados, escasos consejos espirituales y largas horas, semanas y meses de silencio, junto a una gran capacidad de introspección para distinguir la diversidad de sus experiencias. Eso fue todo». Otro más, en ese sentido: en la universidad de Paris, mientras estudia filosofía se le ocurren mil iniciativas espirituales, de ayuda a los demás… pero descubre en esas distracciones, en esas dispersiones, una tentación, un alejamiento de la voluntad de Dios para un estudiante, que es lo que era en ese momento Ignacio: «“Los estudios tomados de veras piden en cierta manera el hombre entero”, y son más importantes “que las mortificaciones, oraciones y meditaciones no necesarias”».

Al caos de la época, a la vorágine y el vértigo hace frente Ignacio yendo a la raíz, anclando el conocimiento de sí mismo de manera que sabe qué es irrenunciable y en qué se puede ceder porque es indiferente. Y elabora un método que ha revolucionado los tiempos modernos y que se contiene en su célebre Ejercicios espirituales que, «lejos de ser un compendio de teología, ni siquiera un libro literario de espiritualidad, era un esquema de trabajo para tiempo de silencio con profundas sugerencias y técnicas con las que poner al hombre frente a su verdad y el mundo que le rodea, para que él mismo halle su propio camino, sin que los apegos o afecciones desordenadas le impidan alcanzar la luz. Una mezcla de experiencias místicas y férrea arquitectura interior, de devoción y realismo práctico».

En términos modernos, de liderazgo y marketing empresarial, podríamos decir que los Ejercicios permiten replicar un modelo de éxito personal, hacen posible multiplicar una empresa exitosa.



Publicado en la revista Letras de Parnaso, nº 69, pp. 62-63:

 


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