jueves, 19 de agosto de 2021

Somos de ayer y no sabemos nada

 



 

Entusiasmo por la realidad (7)

 

Manuel Ballester

 

 

Somos de ayer y no sabemos nada.

 

Así habla Bildad al amigo abatido. Con verdad y sabiduría. No en vano esa sentencia se encuentra en uno de los llamados libros “sapienciales”.

Cuando la vida nos sonríe y las cosas nos van bien, ocurre a veces que nos sentimos omnipotentes. Gozamos. Todo nos es debido, todo nos está sometido.

También hay momentos en que la fortuna se niega a sonreírnos. Se acumulan sobre nosotros las desgracias y sentimos entonces que no somos nada, no valemos nada y nada vale la pena.

Algo de esto parece ser la vida. Un flujo y reflujo como las olas, como las mareas.

Quizá la vida de los individuos y la historia de los pueblos no sea tan distinta. Quizá haya momentos de esplendor y de caída.

Pensemos, en ese sentido, en Arnold J. Toynbee, en especial su Estudio de la historia (A Study of History, doce volúmenes entre 1934 y 1961) y La civilización puesta a prueba (Civilization on Trial, 1948). Ahí Toynbee sostiene que las civilizaciones son la respuesta creativa a los desafíos (de tipo natural o cultural). La consolidación de una civilización es, por tanto, un tipo de respuesta ante dificultades, problemas, retos. Si la respuesta es exitosa, la civilización avanza; en caso contrario, colapsa y muere.

Detalles como si el avance de la historia es lineal u obedece a ritmos cíclicos, si el desarrollo se rige por la necesidad o está abierto al libre juego de los hombres son interesantes pero aquí los dejaremos de lado.

Importa centrar la atención en que, en opinión de Toynbee, la consolidación de un orden civilizado y civilizatorio surge como respuesta creativa ante una dificultad. Y pudiera ocurrir que hubiese paralelismos entre la vida de los pueblos y la de los individuos.

Bildad tenía un amigo llamado Job. Al principio del relato, Job daba gracias a Dios por las grandes bendiciones que había derramado sobre él. Tenía salud, familia, amigos, ganados… en suma, todo lo que contribuye a una vida gozosa. Job era un hombre bueno y sabio. Sabía, por ejemplo, que todo lo que tenía era fruto de su trabajo pero también de factores que no dependían de él (llamémoslos “el favor divino”).

Job pierde todo. Es más fácil orar para agradecer bienes que implorar fortaleza en la adversidad. Ahí es cuando su amigo Bildad le dice que, al fin y al cabo, cada uno de nosotros lleva muy poco tiempo en este mundo (somos de ayer), no nos ha dado tiempo a aprender, a experimentar, a contemplar mucho (no sabemos nada). ¿Qué hacer? Job es sabio y tiene amigos sabios. Bildad le da la pista: “pregunta a las generaciones anteriores, acude a la experiencia de los antepasados”.

Quizá las generaciones actuales dirían más bien: “Somos del mañana y no queremos saber nada más”. El hombre moderno es eso precisamente: corriendo siempre detrás de la moda, de lo último, de la novedad. Porque la moda es el presente que anuncia el futuro y aniquila el pasado. Pero la moda, lo moderno, ¡es tan efímero! ¡es tan superficial!

A través de los sistemas educativos y los antiguos medios de comunicación (hoy medios de manipulación y sumisión) se puede controlar la moda: de qué se habla, a qué se le da importancia y qué es invisible. Se trata de control, dominio, manipulación de la verdad a una escala inédita en la historia de la humanidad. Y atomización de la sociedad de masas en individuos aislados.

O se puede mirar la sabiduría transmitida por los antepasados. Entonces ya no hay individuos aislados sino personas que se integran en una tradición sapiencial y, sobre esa base, dan una respuesta creativa a los graves problemas del momento presente. No es el único pero algo de esto hizo Agustín de Hipona cuando veía derrumbarse la civilización romana, el Imperio. Y nos legó La ciudad de Dios.

Somos de ayer. Pero el ayer ya no está. Nuestros contemporáneos son el mañana. Pero el mañana es incierto. Sólo el presente es. El Dios de Bildad, de Job y de Agustín no fue en el pasado ni será. Si hemos de creer lo que cuentan los antepasados, su nombre es “Yo soy”, eterno presente. Pasado y futuro son memoria y esperanza, modalidades del tiempo. “Yo soy” es actualidad gozosa e inmutable. O eso dicen los textos sapienciales que recogen la sabiduría de nuestros antepasados.

2 comentarios:

  1. Impresionante reflexión para los tiempos que corren, tanto que se nos escapan de cualquier previsión. Los educadores de no hace tanto se dejaron fascinar por las pequeñas mentes posantes, por los cerebritos cargados de futurismo y relumbrón, y les fueron pasando las cátedras, desde las que ahora éstos practican su "tabula rasa" a todo ayer. Desde que dejaron de ser relevantes los clásicos y las clásicas, los de ahora se quedaron sin gigantes sobre los que subirse a hombros... y con un presente tan cargado de porvenir, todo son huidas hacia adelante, escapadas; como si bajo el sol cupiese algo nuevo más allá del eterno retorno. El problema va a ser cuál fecha se terminará por fijar para que éste sea el que nos termine por predecir.

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