Los intelectuales (les clercs) se han caracterizado siempre
por su des-interés en las cosas del mundo: miraban a la verdad. Eso les
proporcionaba algún inconveniente pero siempre prestigio; siempre han servido
de guía para el pueblo. Así entiendo La
trahison des clercs, de Julien Benda.
Marx, por el contrario, piensa que ya está bien de
contemplar: lo que tiene que hacer el intelectual es transformar el mundo (XI
Tesis sobre Feuerbach).
Y, si se trata de transformar, hay que aparcar el prestigio,
la verdad, y esas “cosas” y ser contundente. Algo de esto le entiendo a
Maquiavelo. Ahí lo dejo. Por si interesa:
«todos los
profetas armados han vencido y los desarmados se han arruinado;
tutti è profeti armati vinsono e li disarmati ruinorono»,
Maquiavelo, El príncipe, Cap VI, pp.
58-59, lin. 3-4.
Hay, en definitiva, quienes sostienen que de lo que se trata es de dominar (Marx, Maquiavelo) y que toda leña es buena para ese fuego, todos (clercs, intelectuales, profetas) deben poner todo su empeño para conquistar el poder. A cualquier precio.
También hay quienes piensan que hay modos infames de conseguir el poder. Y que el intelectual tiene como misión señalar qué es verdad o, por decirlo con Orwell, recordar que 2 + 2 son 4, lo diga Agamenón o su porquero
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