El hogar del hombre es el lugar y el tiempo en el que ha sido incondicionalmente querido. Esas son nuestras raíces que, cuanto más sólidas son, hacen posible una vida más vigorosa.
Simone Weil señala que uno de los males de nuestro tiempo
es, precisamente, el desarraigo. Algo de esto le entiendo al pobre viajante que
nos pinta Arthur Miller cuando dice:
«papá
se marchó cuando yo era tan pequeño que nunca tuve ocasión de charlar con él, y
mi vida me parece… no sé, como algo provisional»,
Miller, Muerte de un viajante, Acto I, pp. 62-63.
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