Jaime Ballester (2013) |
Al vender el Abecedario, Pinocho ha dificultado su vuelta a la escuela. Concentra ahora sus intereses en el teatro. Cuando entra en la sala
«el telón estaba levantado y la comedia había empezado ya».
Es conocida la concepción de la vida como un teatro donde cada uno representa un papel. Se trata de un motivo de larga historia en cuyo desarrollo destaca la maestría de Calderón de la Barca, aunque no es el único. Por ejemplo, Quevedo en Epicteto y Phocílides lo recoge así:
No olvides que es comedia nuestra
vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;
acuérdate que Dios, de esta
comedia
de argumento tan grande y tan
difuso,
es autor que la hizo y la compuso
Por sabida no voy a insistir en ella. Sólo indicaré un par de matices.
Habíamos visto cómo Pinocho recibe una serie de cualidades.
Somos hijos, receptores y, como tales, la actitud apropiada es la gratitud.
Iniciamos el camino de la vida con lo recibido pero, a partir de ahí, vamos
realizando elecciones. Porque hay muchos modos de dar juego a nuestras
posibilidades, muchas maneras de enfocar la vida. Pinocho podría haber elegido
un modo de vida que pasara directamente por la escuela; ha elegido otro. Pero siempre
es válido que, elijamos la vida que
elijamos, tenemos una tarea, un papel, que realizar y podemos hacerlo bien o
mal.
Ocurre también que
no somos ni el centro ni el inicio del mundo en el que vivimos. Cuando
comenzamos a tomar conciencia de nuestra vida, la comedia empezó hace mucho.
Cuando Pinocho entra en el teatro, el público contempla a
los títeres en el escenario, en su mundo,
«gesticulando e insultándose como si fueran dos animales racionales y dos personas de este mundo».
Representan una comedia que, al decir de Aristóteles, «es la
imitación de personas de calidad moral o psíquica inferior, no en toda clase de
vicios, sino de aquellos que caen bajo el dominio de lo risible, que es una
parte sólo de lo vicioso» (Poética).
Los títeres imitan las acciones y el carácter de las personas. Les resulta
fácil reproducir la dimensión más grotesca del ser humano. Más difícil sería
simular las acciones en que se expresa lo mejor de lo humano; quizá imposible
para el títere porque sólo quien es profundo y frecuenta su propia interioridad
puede descubrir vestigios de grandeza en el otro. El títere se limita a lo
burdo, a lo risible. Que también es real, pero no es lo mejor.
Son dos mundos muy próximos. Por eso Pinocho pasa con
facilidad del uno al otro.
De pronto, Arlequín deja de representar y grita. En ese
mundo, Arlequín no habla, recita. Ahora, por primera vez ha descubierto entre
el público un interlocutor, un semejante. Ha reconocido a Pinocho. Y los demás
títeres también lo reconocen. Pinocho está recién salido de las manos de
Geppetto, no había visto nunca a Arlequín ni a los otros títeres, pero se
reconocen porque existe entre ellos connaturalidad:
«¡Es Pinocho! ¡Es nuestro hermano Pinocho!».
Pinocho es también un
muñeco, un títere. Podíamos añadir que, naturalmente, es una marioneta, como
todos sus “hermanos”, como todo aquel que es movido por hilos por sutiles e
invisibles que sean. No son lo mejor del hombre, pero que estos hilos son
reales lo demuestra en primer lugar la experiencia de cada uno y, en segundo
término, el intento (tan certero en su diagnóstico como falso por su
reductivismo) de comprender al hombre como movido por el inconsciente, el
impulso sexual, los idola de Bacon, las motivaciones económicas,
ideológicas, etc. En cualquier caso, aspectos ajenos a nuestro control que, por
eso mismo, se oponen a la razón y la libertad, que es lo específicamente
humano. De ahí que el títere, movido por hilos que mueve otro sólo pueda
percibir y reproducir lo más bajo del ser humano.
Llaman a Pinocho, le animan a que suba al estrado, a abrazar
a sus hermanos de madera. El espectáculo del encuentro y los afectuosos saludos
son conmovedores,
«pero el público del teatro, viendo que la comedia no
continuaba, se impacientó y comenzó a gritar:
— ¡Queremos
la comedia, queremos la comedia!».
Los títeres estaban tan contentos que no hicieron caso,
aumentaron el jolgorio y llevaron a Pinocho en triunfo. Entonces apareció el
titiritero, un hombre feo y temible.
Cuando se es un títere, se pueden encontrar otros
“hermanos”, se puede disfrutar. Pero la llegada del titiritero es inevitable.
Y entonces el problema central es la relación entre los títeres
y el titiritero. Es una cuestión social, política. Se puede pensar que el titiritero
es el que produce los títeres o, dicho de otro modo, que para que los títeres
se liberen y se conviertan en hombres, basta con eliminar al titiritero
tiránico. Este sentimiento fundamenta ciertas visiones emancipatorias modernas así
como no pocas revoluciones. La edad de la emancipación, siglo de las guerras
más devastadoras de la historia, de las grandes revoluciones, ha mostrado que
muchas veces lo único que se consigue es un cambio de titiritero.
Pinocho es un cuento de hadas más realista que las
filosofías emancipatorias porque sabe que esos hilos que mueven al títere
tienen atado el nudo en el interior del hombre: ahí se aprietan o se sueltan.
Y, por tanto, el hombre tiene en su mano su mejora personal, tiene en su mano
convertirse en un títere o permanecer fiel a su más alta esperanza.
El titiritero de nuestra historia conoce bien su terreno,
sabe que ninguno de los suyos se habría apartado del guión. Sólo el recién
llegado ha podido introducir el desorden en su teatro. Comefuego, il
burattinaio Mangiafoco, restaura rápidamente
el orden establecido y pone al alborotador a buen recaudo para arreglar cuentas
más tarde.
Esa noche, cuando el titiritero va a cenar, descubrimos cuál
es el lugar de Pinocho: el mismo que cualquiera de sus “hermanos”. Cuando el
títere ya no tiene utilidad para la comedia, sale del teatro y aún sirve para
alimentar el fuego que calentará la comida del titiritero.
«Traedme a ese muñeco que encontraréis colgado de un clavo.
Me parece que es un muñeco hecho de una leña muy seca y estoy seguro de que, si
lo echo al fuego, me dará una bonita llama para el asado».
Pinocho recibió de Geppetto sus posibilidades iniciales, las
malgastó y, cuando todo estaba perdido, se quemó los pies. Geppetto volvió a
confiar en él e, incluso, le proporcionó nuevas capacidades. Se ha comportado
como un títere y nuevamente se ve acosado por el enemigo de su naturaleza:
vuelve al fuego que lo amenazará siempre.
Ante la inminencia del fuego, Pinocho se defiende con todas
sus fuerzas y grita desesperadamente:
«— Papá, sálvame, no quiero morir».
Nuevamente, cuando el resultado de su acción no es el que
esperaba, recurre al padre. Pero el hogar está ahora lejos. Pinocho lo había
abandonado para formarse, para ir a la escuela. Salir para madurar significa
alejarse del padre, ya lo vimos. Pero como la vida no es una comedia, no puede
esperarse que el padre ande cerca cuando nos alejamos de él, no puede esperarse
que nos levante cada vez que nos caemos. No parece que pueda ayudar a Pinocho.
Geppetto está esperando el regreso. Cuida el hogar para que
Pinocho tenga un lugar al que volver.
Pinocho, sin embargo, ha emprendido un mal camino. No
esperaba acabar en el fuego. No sabía que se arriesgaba a no poder volver.
¿Veremos en el próximo capítulo el fin de Pinocho?
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